CUADERNO DE VIAJE

Se les cayó la máscara

Quisieron disfrazar de moderna una organización con viejas prácticas del «centralismo democrático»

Quizás por aquello de que era carnaval y le gusta ir siempre a contracorriente, Pablo Iglesias se ha quitado estos días la careta y no le ha importado mostrar su despotismo al liquidar la dirección de su partido en Galicia al estilo de las antiguas purgas estalinistas.

Podemos, en realidad, nunca fue un movimiento asambleario. Eso solo era la máscara para disfrazar de moderna a una organización poscomunista en la que persisten las viejas prácticas del «centralismo democrático» y la consideración de los simpatizantes, o incluso de los dirigentes de segundo nivel, como tropa sin derecho a discrepar de las élites del Comité Central. La pauperización actual del debate público, su conversión en espectáculo bufonesco para comerciar con él como producto televisivo de «prime time», es lo que les permitió engañar a algunos con eso de la nueva política, por más que todos los «partidos probeta» que están floreciendo en España hayan mostrado una deriva tiránica de sus cúpulas, que imponen sin rubor las estrategias diseñadas en el laboratorio central reprimiendo cualquier divergencia y amago de debate.

Lo significativo del caso gallego es que Iglesias no se esforzó siquiera en aplicar las habituales técnicas de disimulo que suelen llevar aparejadas este tipo de depuraciones. Breogán Rioboo ya había llegado demasiado lejos, convirtiendo un intento suicida de supervivencia personal en un peligroso debate interno que cuestionaba la continuidad del modelo de las Mareas, atreviéndose incluso a sugerir una consulta a la militancia. El Politburó tenía claro que este tipo de comportamientos son inadmisibles por el riesgo latente de que los simpatizantes se acostumbren y lleguen a pensar que lo del asamblearismo iba en serio y el Comité Central no está para andar deliberando con los militantes la retórica del matrimonio de conveniencia con Beiras para disfrazarse un día de nacionalistas, otro escorar al federalismo y al siguiente aparentar ser altermundista antisistema.

En este tipo de fuerzas de liderazgo mesiánico, este tipo de operaciones suelen funcionar y aquí también habría fructificado si no fuera porque Riobóo, entrenado en las siempre cruentas guerras de las juventudes nacionalistas, no está dispuesto a apartarse. Es consciente de que no tiene nada que perder y parece dispuesto a dar la batalla aunque ello suponga quitarle definitivamente la máscara a Podemos y evidenciar que su dirección padece los mismos tics autoritarios que critica en otros partidos.

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