Alberto Varela - CRÓNICAS ATLÁNTICAS

El cartel de la discordia

Los ateos activistas intentan propagar su doctrina antirreligiosa a golpe de menosprecio

Las redes sociales se han llenado estos días de mensajes de apoyo al concejal de La Coruña investigado por el cartel del Carnaval en el que aparecía el Papa —ellos dicen que un hombre disfrazado de Pontífice— con la nariz colorada como si estuviese achispado por el consumo de bebidas alcohólicas.

Se hacen los indignados, pero en verdad están encantados sintiéndose víctimas de una inexistente Inquisición, peleando contra gigantes que solo están en su imaginario y denunciando una conjura moralista contra el edil investigado. En su cabeza es obligatorio ser católico y ellos luchan por la libertad; deben de vivir en un país distinto al nuestro.

Que conste que llevar este asunto al ámbito judicial puede parecer excesivo, pero que sea cuestionable que el edil tenga que pasar por el juzgado no implica que tengamos que aplaudir la elección que se ha hecho por parte de una institución pública de la imagen del Carnaval de la ciudad. El argumento de que el Entroido es para reírse de todo valdría si viniese de un ciudadano particular que disfruta chinchando al prójimo —el buen gusto no puede exigirse por ley— pero no cuela si procede de un concejal al que sí debe presumírsele respeto por las creencias de los individuos. En el fondo asoma la patita la intransigencia del que se cree con la verdad absoluta e intenta extender sus esquemas mentales a los demás. Curiosamente cuando ya no lo hacen las religiones, son los ateos activistas los que intentan propagar su doctrina antirreligiosa a golpe de menosprecio a las creencias de los demás.

La aconfesionalidad tiene una vertiente habitual —prohibir que ninguna confesión tenga carácter estatal—, pero debería servir también para impedir que el Estado haga una valoración negativa de una creencia y se dedique a machacarla o satirizarla para conseguir que pierda fieles. ¿Les suena quién está haciendo esto último?

No esperen un giro hacia el sentido común de la izquierda populista, ni en este ni en ningún otro tema. Necesitan las polémicas para tapar sus problemas de gestión municipal. Sin éxito, por cierto, porque hay demasiado que ocultar.

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