José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO
El artífice del éxito
Alfonso Rueda nunca ambicionó suceder a Núñez Feijóo, sino apuntalarle
Aquellos que lo conocen dicen que Alfonso Rueda es un tipo normal , mucho más cercano que un Alberto Núñez Feijóo instalado en el horizonte y el diagnóstico de los grandes temas de país. Ninguno de sus colaboradores más estrechos tiene una mala palabra para el secretario xeral saliente del PP gallego , salvo la extrema dedicación a la inagotable dualidad de sus labores en el Gobierno autonómico y la maquinaria orgánica del partido. Y esto último no es cuestión menor, ya que es precisamente el trabajo de engrasar el engranaje de la Nécora y sus derivados lo que ha permitido al PPdeG obtener resultados inéditos en esta España huérfana de grandes mayorías.
Fue de Rueda buena parte de la estrategia de los populares gallegos en aquel lejano 2009 en el que había que desgastar a un bipartito instalado en la autocomplacencia. No dudó en erigirse en el azote de un gobierno castigado por la división y el enfrentamiento interno mientras que Núñez Feijóo emergía como pacífica alternativa al desorden de San Caetano. Rueda encarnó sin rubor su papel de ariete, con el desgaste que ello supone , frente a la imagen límpida del recién llegado mesías. Nunca le disgustó su papel como hombre en la sombra del líder. Muy al contrario. Se sabía recompensado cuanto más lucía la sonrisa de Feijóo después de su gesto arisco ante las cámaras. Asumió su papel y lo interpretó siguiendo siempre el guión marcado.
Desde la sala de máquinas del partido se trazaron las ideas-fuerza que permitieron al PP recuperar en apenas tres años y medio la Xunta: la denuncia feroz a la desunión interna del bipartito, el despilfarro de los recursos públicos en los prolegómenos de la crisis y las políticas sectarias contrarias al sentir de la mayoría de la población. El sello de Rueda estuvo detrás de todas ellas , así como la arquitectura del aparato del partido, engrasado con nombres anónimos pero que permitieron al PPdeG recuperar la pujanza perdida en el tardofraguismo.
No era Rueda un nombre desconocido internamente cuando Feijóo se fijó en él. Xesús Palmou ya lo tenía en su agenda en la última época de Fraga como posible receptor de su testigo. La derrota de 2005 truncó los planes preconcebidos y reintrodujo a Feijóo en el escenario gallego. Rueda no fue su amigo pero sí un fiel colaborador y compañero con el que surcar los mejores momentos electorales del PPdeG. El día que Feijóo lo llamó para ser su secretario xeral, su padre estaba ingresado en un hospital. A pesar de aquella compleja situación, Alfonso dijo sí.
En estos diez años, suplió su inicial falta de experiencia con una gran dosis de intuición y una no menor de audacia . No fue cosa menor: los barones del partido, algunos de pelo entrecano y larga trayectoria le reconocieron la autoridad y la legitimidad. No abusó de ella y consiguió coser heridas como aquella peculiar dicotomía interna entre boinas y birretes, que tanto daño hizo en los últimos tiempos del fraguismo.
Su lealtad en estos diez años ha evidenciado que nunca ambicionó ningún rol sucesorio en las cábalas sobre el futuro de Feijóo . No jugó a eso. Jamás contempló cambiar la cama de sus hijas por ocupar el salón de Monte Pío. Es más, cuando se planteó su marcha a liderar el partido en Pontevedra, no dudó en decirle al presidente: «Alberto, me voy para que tú puedas seguir». Sabía que su tándem con Feijóo había agotado su recorrido y era hora de renovar —pensamiento que sus más cercanos le trasladaron ya en 2012—. Tellado será su sucesor, pero puede marcharse con el orgullo de haber sido el secretario xeral con más eficiencia sin necesidad del protagonismo que, en el pasado, tuvieron nombres de la talla de Xosé Cuiña o Mariano Rajoy. Ese es Alfonso Rueda. Hoy el PPdeG lo despide con honores.