Juan Soto - El Garabato del Torreón
Animales y animalistas
Ya va siendo hora de poner coto a la impunidad con la que auténticos apologistas del crimen se manifiestan a través de la red
Entre el Apóstol y la Peregrina se extiende el corto calendario de las corridas de toros en Galicia, un espectáculo que a los gallegos nos resulta ajeno, por muchas que sean las referencias de los eruditos y sus esfuerzos por sacar a plaza los nombres de Celita , el torero de Láncara, y de Dositeo Rodríguez Gallego , el exseminarista de Pol que llegó a picador en la cuadrilla de Pepe Bienvenida. Aquí, entre nosotros, se comparte la sabiduría de aquel paisano dibujado por Castelao ante el cartel de una corrida en Compostela: ¡ Qué lástima de bois!
Sentado lo dicho, ya va siendo hora de poner coto a la impunidad con la que auténticos apologistas del crimen se manifiestan a través de la red, so pretexto de defender los derechos de los animales. Las barbaridades con que algunos twuiteros han celebrado —así, como suena: celebrado— la cogida mortal de Víctor Barrio solo pueden explicarse desde el terreno de una patología social, idéntica a la que todavía sirve de caldo de cultivo para la justificación de los crímenes terroristas.
En los pocos festejos taurinos que puedan de celebrarse en Galicia en lo que queda de verano, toreros y aficionados han de verse hostigados, injuriados y agredidos por unos cuantos energúmenos dispuestos a matar, si fuere menester, a quienes se atrevan a mostrarse partidarios de un espectáculo todo lo reprobable que se quiera, pero en todo caso perfectamente legal, al menos por ahora. Esa gente justifica sus agresiones y sus insultos en nombre de unos «principios humanitarios», cuanto menos asombrosos, porque según ellos la vida humana solo tiene valor si es la de un militante animalista. Quien no se declare tal es reo de escrache, de apaleamiento o de improperio. Todo muy pacifista, muy civilizado y muy ecológico.
No conviene tomar estas cosas a broma ni con un evasivo «ya se les pasará». Con la misma irracionalidad que hoy van a por los taurófilos (y en la provincia de Lugo, por los criadores del capón de Vilalba), irán mañana por cualquier grupo que no acepte plegarse a los esquemas de su fanatismo. Porque para estos totalitarios sus ismos son una religión que conduce al paraíso, es decir, a la salvación universal. Por eso creen que imponiendo sus dogmas a sangre y fuego contribuyen a la redención del género humano.