Juan Soto - EL GARABATO DEL TORREÓN

Algo sobre dos cuadros

Las dos pinturas más simbólicas del catálogo lugués están lejos de Lugo

Cuando el calendario anuncia la mágica festividad de la Epifanía, son muchos los lugueses –y más si son lugueses con nación en el País de Lemos– que piensan que la gran representación plástica de la adoración de los Reyes («y cayendo de rodillas lo adoraron», dice Mateo) hay que buscarla lejos de aquí, en Alemania, en la incomensurable grandeza de la tabla de Van der Goes, guardada hasta hace poco más de un siglo en el convento monfortino de los escolapios con la salvaguardia del patronato de la casa de Alba. De allí, del que fue colegio de Nuestra Señora de la Antigua, salió una mañana de diciembre de 1913 hacia el puerto de Vigo, en cuyas aguas esperaba el vapor que la trasladaría a Hamburgo. El Gobierno alemán la había adquirido en 1.300.000 pesetas, cantidad suficiente para restaurar la herreriana fábrica de la Compañía, cuyos muros amenazaban ruina completa. Fue una venta rodeada de enorme controversia: en las Cortes, en los periódicos, en los ateneos, entre la opinión pública. Como tantas otras veces, la necesidad se impuso a la virtud. La venta fue «un mal remediable», diría Romanones, por entonces ministro de Instrucción Pública. La tabla forma parte hoy de la exposición permanente del Museo de Berlín.

Las dos pinturas más simbólicas del catálogo lugués –cada una con su importancia, su significación y su valía– están lejos de Lugo. Porque algunos años antes de que el Van der Goes llegase a Alemania, quedaba instalado en el antiguo Centro Gallego de La Habana «La defensa de Lugo», el enorme cuadro en el que Modesto Brocos recrea la leyenda de la resistencia de los lucenses al asedio de Almanzor. El óleo, mil veces reproducido, permanece hoy en manos de la que fue poderosa colectividad gallega en La Habana, o así constaba en el inventario de sus fondos realizado hace muy pocos años.

Muchas veces hemos soñado en que las gestiones diplomáticas y la habilidad política de los gobernantes hiciesen realidad un sueño: un retorno a Monforte y a Lugo de los dos cuadros, en calidad, claro está, de cesión temporal. La estadía sería breve: el tiempo suficiente para que los lugueses pudiésemos conocer de cerca lo que sólo conocemos de lejos. Y luego, el viaje de regreso.

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