El horror de la violencia

Tres mujeres asesinadas por un hombre que hasta hacía pocos meses había formado parte de su familia. Uno se queda sin palabras para describir lo que le viene a la cabeza tras un crimen como el que hemos vivido esta semana en Valga. Cómo calificar la situación en la que se quedan los dos hijos de 4 y 7 años que una mañana iban al colegio y de repente se han visto sin madre, sin abuela y sin tía... y todo por un arrebato machista de su padre. Y cómo imaginar el infierno que sufre el abuelo de los pequeños , que en un abrir y cerrar de ojos ha perdido a su mujer y sus dos hijas.

Cuando se produce un crimen de este tipo se mezcla el horror de los detalles del caso concreto con el hartazgo de un nuevo asesinato que sigue las mismas pautas que otros muchos. Un hombre que utiliza la violencia e incluso el homicidio para poner fin a una separación de pareja que no sabe gestionar.

A Sandra la mataron por ser mujer, y a Elena y Alba por apoyarla y defenderla de su agresor. Como sociedad todos debemos tomar nota de que algo no hemos sabido construir bien.

Además, en un momento en el que hay quien cuestiona la legislación específica de protección de las mujeres frente a la violencia de género, este caso de Valga es como un bofetón enorme de realidad.

La ley puede provocar situaciones concretas injustas, es inevitable, pero igual que hubo que relajar la protección de ciertos derechos para terminar con ETA en España —a los terroristas se les puede tener más tiempo detenidos que al resto de delincuentes—, para poner fin a la violencia contra las mujeres también es necesario un plus de esfuerzo legal y judicial.

La violencia dentro del hogar es tan complicada que o la víctima se siente totalmente apoyada o le cuesta mucho denunciar. Sigue habiendo miles de mujeres que sufren puertas adentro un drama personal al que no saben cómo poner fin.

Como sociedad no podemos mirar hacia otro lado.