Alberto Núñez Feijóo - Presidente de la Xunta

A Valeriano, «in memorian»

Muchas cosas buenas se han dicho estos días sobre Valeriano Martínez, y todas merecidas. Incluso se quedan cortas para elogiar la figura profesional de Valeriano, y aún más la personal de Tito, como le llamaban sus amigos, entre los que tengo el orgullo de encontrarme.

Entramos en la Xunta en mayo del año 85 –y siempre trabajando juntos salvo los años que pasé en Madrid–, y puedo asegurar que pocas personas han hecho tanto por la Administración autonómica como él , que dedicó más de tres décadas y media de su vida al servicio público, entendido como mucho más que un empleo.

A lo largo de las muchas y variadas responsabilidades que fue asumiendo, Valeriano trabajó siempre para mejorar Galicia y la calidad de vida de los gallegos . Buena parte de las actuaciones y medidas puestas en marcha por la Administración en este siglo pasaron por sus manos, y en algunos casos salieron de su cabeza. Fue uno de los arquitectos principales de la Administración autonómica y se dedicó a construirla 36 de los 40 años que tiene el edificio.

Tenía Tito una mente privilegiada y una lucidez extraordinaria, lo que unido a su profunda capacidad analítica, y a sus 36 años de experiencia en la construcción de la autonomía, le permitía anticiparse a los acontecimientos y afrontar con máximas garantías cualquier situación. Un gran gestor, en resumen, que además huyó siempre de cualquier protagonismo.

Como se ha indicado en los muchos elogiosos artículos que le han dedicado, y que agradecemos enormemente, siempre le gustó estar en un discreto segundo plano. Y otra de las cosas que más se han destacado de él era su retranca, algo que sin duda lo caracterizaba, junto a su ingenio y su agilidad verbal, muchas veces temida por los que fuimos sus compañeros. Y si hay otra cosa que marcaba a Valeriano, que no es común en un político y menos en la actualidad, era su franqueza, alejada de cualquier artificio o circunloquio . Porque Valeriano decía las cosas como las sentía y justificaba su carácter en su origen. Valeriano era 100% gallego, 100% de O Morrazo, y 100% de Aldán —aunque ahora, el amor incondicional a su mujer y a su hijo, lo llevó a vivir en Bueu—. Nada le hacía más feliz que volver a casa con Marila y, dentro de su discreción y humildad, solo mostraba cierta fachenda cuando nos contaba orgulloso las evoluciones de su hijo ingeniero Santi, por Europa adelante. Su vida giraba en torno a dos ejes: su familia y Galicia.

Era un hombre familiar, orgulloso de los suyos y apegado a la tierra y al mar. Se le iluminaban los ojos cuando mostraba fotografías de los tomates o las judías que recogía en su huerta , o cuando hablaba de su proyecto para recuperar una vieja embarcación tradicional con sus propias manos. Un gallego de Aldán y de la mar que tuvo como principal pasión que las gentes como él pudieran estudiar, tener la mejor sanidad y una renta digna. Un ejemplo de cómo se puede llegar a lo más alto a pulso.

Dicen sus compañeros en la Consellería que el mejor homenaje que se le puede hacer es presentar en tiempo y forma un proyecto de Orzamentos para 2022 que tenía casi ultimado y en el que trabajaba cuando se lo llevó la muerte de forma inesperada. Cumpliremos, como no podía ser de otra forma, con este pequeño homenaje, y echaremos mucho en falta, amigo Valeriano, al amigo que amaba la Galicia, que ayudó a construir.

Su huella quedará en las cuentas de Galicia que él cuadró, antes de emprender el camino que, antes o después, todos debemos recorrer.

‘Que a terra che sexa leve’.

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