Vicente Vera - Cambridge Circus
Estanflación, guerra y pandemia: demasiados trampantojos
«El estancamiento económico se está gestando ante la subida incesante de los precios de la mayoría de bienes y servicios ocasionando un shock de oferta implacable»
Reflexionando estas últimas horas sobre los críticos momentos que estamos padeciendo, y aunque sea un breve apunte, no me resisto a dilucidar las consecuencias económicas, ya no de la guerra sino también de la paz, haciendo un guiño cómplice al pensamiento que plasmó el economista John Maynard Keynes en su magistral libro sobre el relato de la de los Acuerdos de Versalles en 1919. Libro ahora si de obligada lectura para interpretar correctamente las consecuencias de la I Guerra Mundial.
He tenido que desempolvar algún texto de macroeconomía para revisar y poner en valor en esta compleja y bélica coyuntura internacional algunos conceptos que volvemos a sufrir en nuestras carnes y también en los bolsillos. Se aglutinan diversos escenarios que hace muy difícil disponer de una visión nítida de la cruda realidad política y económica en este trance lleno de encrucijadas y en un horizonte a medio y largo plazo. En principio lo más inmediato es la verificación de las repercusiones negativas de la guerra en Ucrania que ya se viven en todo el territorio de Unión Europea: aumento generalizado de precios de materias primas y energías necesarias para el mantenimiento de las industrias y consumo domestico básico de luz y gas.
La guerra se desencadenó el pasado 24 de febrero, durante los meses de diciembre y enero hubo informaciones y noticias que ya nos alertaban de un inminente conflicto hacia Ucrania por el ejército ruso. Simultáneamente se estaba acusando en los mercados un proceso silente de aumento de precios en determinados productos de alimentación que forman parte de cualquier cesta de la compra de nuestros hogares.
Todo hacía pensar que nada de esto sería motivo de honda preocupación. Sería algo pasajero o puramente transitorio. Al final estalló la invasión. A todos se nos encoge el corazón y se desatan toda la violencia y destrucción. Esto va en serio y las noticias corren como la velocidad de la luz. Una guerra en directo donde se detalla minuciosamente la destrucción y la barbarie. Al final y hasta el momento de escribir este relato son ya tres millones de refugiados. Todos ellos mujeres, niños y otros familiares.
A renglón seguido abordo la problemática de la repentina inflación y sus secuelas a medio y largo plazo. Releyendo un viejo texto del economista francés Jacques Rueff «La época de la inflación», donde nos revela alguna información de interés, fue Goethe quien en el segundo Fausto demostró claramente que la inflación sólo podía ser «invención del demonio». Y a mayor abundamiento nos añade alguna reflexión complementaria, «que la inflación no es más que una técnica fiscal, pero la más ciega de todas, puesto que deja al azar los retrasos del ajuste y el cuidado de repartir los ingresos, que son misiones que le incumben. Carece pues, de toda justicia y, por ello, proporciona al diablo una amplia cosecha de rencor social». De este sutil modo nos relata Rueff el proceso satánico de la inflación en la sociedad en el pasado así como también en nuestros días.
Este fenómeno monetario que ya habíamos olvidado desde hace ya más de casi cincuenta años, viene acompañado de la secuela del estancamiento económico que se está gestando ante la subida incesante de los precios de la mayoría de bienes y servicios ocasionando un shock de oferta implacable paralizando la dinámica del consumo y frenando el crecimiento económico. Nuestra sociedad anhelaba casi con pasión una senda ciertamente más optimista de crecimiento sobre todo ante la relajación de los efectos de la pandemia. De repente nos ha truncado esa sensación de libertad y de vuelta a una cierta normalidad ansiada por todos después de dos años tan difíciles.
Para completar de alguna manera el marco conceptual de esta desabrida coyuntura me gustaría dejar expresarse al economista Premio Nobel americano Paul Samuelson cuando manifestaba que «la economía aún tiene mucho que hacer en la búsqueda de la solución de la estanflación : estancamiento de la producción y del empleo junto con una inflación reptante de los precios. Los expertos todavía no saben cómo ponerse de acuerdo en una política de rentas que nos permita disfrutar simultáneamente del pleno empleo y de la estabilidad de los precios para los que nuestras políticas fiscal y monetaria son capaces de crear poder adquisitivo». Así se encuentra el Gobierno de España precisamente procesando este mismo debate que nos acompaña desde el inicio de la satánica inflación que el Banco de España nos muestra en sus sesudos análisis estadísticos mensuales.
De nuevo, sindicatos y patronal se ven obligados a negociar un necesario pacto de salarios y beneficios para los próximos ejercicios. La incertidumbre nos embarga de tal manera que somos incapaces de anticipar la duración de esta dinámica de aumento de los precios y restricciones de consumo energético. Concluyo señalando lo que afirmaba Keynes respecto a la opinión de Lenin sobre la inflación: «No hay medio más seguro de trastornar las bases existentes de la sociedad, que envilecer el valor de la moneda».
Demasiados trampantojos en nuestro entorno social, económico y político. Sólo nos queda firmar la paz de Ucrania y estabilizar la continuidad en el suministro de mercancías a los centros de consumo, evitando un descalabro en la viabilidad de las empresas y autónomos. Nos jugamos también la paz social. Estamos ante un vértigo existencial de enormes consecuencias.