CULTURA
El viaje místico de Boltanski a través de la muerte y la memoria
El IVAM presenta siete instalaciones del artista conceptual francés fechadas entre 1987 y 2015
Los interrogantes son pocos, y siempre son los mismos. La muerte y nuestro miedo a hablar de ella, la fugacidad y la fragilidad de la existencia humana, el pasado y nuestra relación con la memoria… Son enigmas universales sobre los que los artistas han vuelto una y otra vez a lo largo de la historia, a pesar de su incapacidad para darles respuesta. Christian Boltanski es uno de esos creadores perseverantes .
Nacido en París durante el último año de ocupación nazi (1944) en el seno de una familia parcialmente judía, Boltanski creció escuchando relatos directos de supervivientes del Holocausto. Historias de muerte y de desaparición, de azares crueles y destinos sombríos . Así, su propia experiencia autobiográfica marcó las líneas maestras de una trayectoria artística que comenzó en los años sesenta, ligada a movimientos internacionales como el minimalismo o el arte povera, pero que pronto tomó un camino muy personal dentro del arte conceptual. Es en este área en el que se enmarcan las siete grandes instalaciones que pueden visitarse en el IVAM en Valencia hasta el 6 de noviembre.
Una exposición en penumbra
Concebida como una experiencia espiritual más que como una sucesión de obras independientes, la exposición introduce al visitante en un entorno teatral e inundado por la penumbra. Casi hay que deambular a tientas por las salas del museo , atravesando velos y tratando de no echar abajo por despiste algunas de las altas columnas de cajas metálicas entre las que se nos desafía a deambular.
El recorrido s e inicia con “Les tombeaux” (1996) , una instalación formada por siete tumbas que conmemoran víctimas sin reconocimiento ni memoria. No hay placas identificativas. La estancia, iluminada con bombillas como en un gesto religioso, está rodeada de espejos negros que devuelven al visitante una imagen fantasmagórica de sí mismo, en un intento de identificarnos con el olvido de los demás.
El camino continúa y nos obliga a atravesar unas telas traslúcidas en las que entrevemos las imágenes impresas de personas anónimas fotografiadas en distintos momentos de su existencia. La vida pasada y registrada se confunde con el presente de quien cruza el laberinto. Esta instalación, titulada “La travesía de la vida” (2015) se complementa así con “Départ-Arrivée” (2015), una doble instalación que pone el acento de nuevo en la experiencia vital como una línea que no hace sino unir dos puntos: la llegada y la partida.
A continuación, “La reserva de los suizos muertos” (1991) nos sitúa ante 2.580 cajas metálicas, cada una de las cuales presenta una reducida fotografía en la que Boltanski ha recortado el rostro en primer plano de un muerto. Las cajas, a modo de relicarios de seres ausentes, se apilan en columnas que se disponen a su vez tomando la forma de un frágil laberinto que el visitante ha de atravesar con todo cuidado. Un nimio tropezón puede ser fatal. La idea de escoger rostros de ciudadanos suizos también es plenamente metafórica: “Les elegí porque sin gente aparentemente rica y feliz, que no tiene razones para morir, pero que sin embargo también mueren y se convierten en cenizas, como todos. Es la vieja tradición de la vanidad”.
La exposición culmina con una enorme pared poblada con cientos de fotografías rescatadas del desaparecido diario español El Caso. Se entremezclan sin referencia alguna víctimas y verdugos, asesinos y torturados, de modo que el visitante no pueda discernir en qué parte de la balanza moral de sitúa cada uno de los rostros. Una elocuente metáfora del anonimato que con el paso del tiempo se da a la víctima, y un cuestionamiento de las interpretaciones simplistas sobre el bien y el mal.