Carlos Marzal - HOTEL DEL UNIVERSO

Traición de máquina

«He sido víctima de la traición de una de mis máquinas más queridas, de una de mis compañeras necesarias»

CARLOS MARZAL

He sido un cantor entusiasta del amor de máquina. Hasta hace bien poco, he llevado tatuado en el pecho, como quien dice, un corazón de color rojo traspasado por una flecha electrodoméstica en forma de lavadora, o de lavavajillas, o de . Pero hoy he sufrido el más cruel de los desengaños. He sido víctima de la traición de una de mis máquinas más queridas, de una de mis compañeras necesarias, de mi mitad tecnológica más íntima: el ordenador. Ay.

El disco duro de mi ordenador de sobremesa ha llevado a cabo solemnemente una Declaración Unilateral de Obsolescencia . Sin previo aviso. Sin dar muestras de descontento con nuestros años de historia en común, con todos nuestros proyectos ejecutados a dos voces. Habíamos escrito juntos cientos de artículos, como este lamento inconsolable que ahora leen ustedes. Habíamos escrito cuentos, y poemas, páginas de diario y aforismos senequistas , listas de buenos propósitos y cartas a los Reyes Magos, prospecciones epistemológicas y chascarrillos familiares. Yo pensaba que mi disco duro estaba contento de su socio, de su colega fraterno: procuraba respetar el hecho diferencial de su lenguaje binario, sus símbolos identitarios propios (esa manzana mordida que llevé incluso, en adhesivo, sobre la cubierta de mi libreta Moleskine de cabecera), le di dos meses de vacaciones pagadas al año, mientras escribía en un portátil. Y todo para nada.

En la casa Apple me indicaron con amabilidad que no podían recomponer lo nuestro . Mi ordenador se dejó de fabricar hace cinco años: varios milenios en cifras informáticas. Me sugirieron que visitase a un reparador autorizado, que es algo así como un consejero matrimonial para asuntos de hardware, pero no ha habido más remedio que cambiar el disco duro. Me han podido recuperar bastantes datos, pero he perdido buena parte de mi biografía. Como el disco duro tenía más memoria que yo, ni siquiera sé todo lo que he perdido: fotos, textos, vídeos, documentos administrativos.

No estamos preparados para el desamor mecánico: al menos yo no estaba preparado . Es más fácil aceptar la mortalidad humana que la de las cosas, que suelen tener la fea costumbre de sobrevivirnos. Casi todo, por insignificante que parezca, dura más que nosotros: las piedras y el poliuretano, los envases de yogur y la porcelana de la abuela. No resulta sencillo enfrentarnos al hecho ineluctable de que los discos duros perecerán algún día , de que deben ser sustituidos por otros mejores, con más capacidad. Es como la hipótesis de que tal vez deberemos abandonar nuestro planeta algún día. Los discos duros significan el planeta tierra de nuestra actividad intelectual, de buena parte de nuestro trabajo físico.

La traición de máquina pone en tela de juicio nuestras más hondas convicciones acerca de la solidez del mundo . Me lo he tomado a la tremenda, no sólo por el hecho del material perdido, ni por las incomodidades que me ha causado el estropicio, sino, sobre todo, por lo que esta Declaración Unilateral de Obsolescencia tiene felonía amorosa. Ahora vago, aturdido, por un universo de al menos tres terabytes de insondable soledad.

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