Carlos Marzal - HOTEL DEL UNIVERSO
Siempre soy yo
«Se trata de un pensamiento fugaz, de una mala pasada de la hipocondría»
Cada vez que escucho una sirena de ambulancia cruzando la ciudad, por un instante soy yo el enfermo que viaja en la ambulancia , rodeado de médicos que tratan de salvarme la vida. Estoy envuelto en una de esas mantas isotérmicas de papel de plata, intubado, y dentro del habitáculo hay un denso perfume medicamentoso. Se trata de un pensamiento fugaz, de una mala pasada de la hipocondría, pero allí estoy, camino de un hospital, en mitad de la noche, dentro de una ambulancia que se salta los semáforos.
Cada vez que paso con mi coche, en una lenta caravana , junto a un coche de la guardia civil parado en la cuneta, y veo a alguien tirado en el suelo, tapado con un abrigo, o una sábana, por unos segundos soy el conductor que ha sufrido el accidente , y no hay ninguna solución, y quién sabe si mi familia habrá tenido ya conocimiento de la desgracia. Sentimos decirles que su marido, etcétera. Enseguida me levanto, me quito la sábana que me cubre y vuelvo a conducir mi coche verdadero, que se aleja, pero he estado ahí, en la calzada, que no te quepa duda. Ha sido una ráfaga de aprensión, pero tan real como un espasmo, como un calambre, como una idea asentada en el espíritu desde hace mucho tiempo.
Cada vez que veo en una calle a una pareja de policías que ha dado el alto a alguien y está comprobando su documentación , soy yo el que acaba de entregar su documentación, y van a descubrir que es falsa, y que no soy quien digo, y que he cometido algún delito que ignoro, pero del que terminarán por acusarme, siguiendo esa lógica de cierta literatura del absurdo , según la cual cuanto más injustificadas resultan las cosas más justificación adquieren. La policía está comprobando en sus ordenadores los datos de mi DNI, y en ellos figuro como un sujeto peligroso, aunque nunca he hecho nada para ser considerado así. Al cabo de unos instantes vuelvo a ser, en la acera de enfrente, el ciudadano sin problemas con la justicia, y mi carnet de identidad reposa en mi cartera, pero también he sido el hombre del arresto.
Cada vez que leo en el periódico una información amenazante sobre enfermedades óseas, y enfermedades hepáticas , y enfermedades coronarias; sobre atracos, sobre ahogamientos en la playa y en las piscinas, sobre caídas fatales en el propio hogar, sobre motines en las cárceles, sobre electrocuciones por tocar algún aparato al salir mojado de la ducha, yo formo parte de ese seis por ciento de los ahogados imprudentes, y de ese diez por ciento de los que mueren linchados en las primeras veinticuatro horas del motín, y de ese cuarenta y cinco por ciento que se rompe la cadera en el pasillo de casa. Siempre soy yo. No es nada definitivo. No es más que un destello de negrura sentimental, pero el caso es que ahí estoy.
Es una llamarada de pesimismo estadístico , pero la estadística, por un momento, siempre me incluye a mí.