Joaquín Guzmán - Crítica
Una semana de gran pianísimo
«La personalidad ciclotímica y la ajetreada agenda de Barenboim quedan plasmadas también en su rendimiento»
Hablaba el pianista y director Daniel Barenboim, hace bastantes años, sobre el carácter efímero del momento musical en directo. De su impermanencia, y de ahí su magia. No seré quien lo discuta porque además es un axioma ese carácter irrepetible. Pero ello tiene una vertiente que me produce cierta desazón: su “evaporación” en la memoria y la incapacidad de revivirlo, aunque sea mínimamente. Todavía recuerdo la visita histórica de hace un par de décadas con las cerca de veinte propinas y la locura que se desató entre propios y extraños en la sala Iturbi. Pero, pero qué quiere que les diga, no se me olvida una interpretación de la sonata de Liszt antológica y todavía mejor fue la “Suiza” de los Años de Peregrinaje, pero no he logrado retener vívido prácticamente nada para poder recrearme. El sonido se va para no volver, y el recuerdo es “otra cosa”. Esa sensación tuve a las pocas horas de finalizar este concierto, rememorando lo que le escuché al pianista y director en su día.
Se presentaba Daniel Barenboim con un instrumento fabricado en exclusiva bajo sus designios. Por lo que pude escuchar, el sonido me pareció más incisivo y más transparente evitando emborronamientos debido a los armónicos. Es una percepción personal.
Barenboim es una de las grandes figuras de las últimas décadas, pero es cierto que sus interpretaciones despiertan impresiones muy diferentes . Su personalidad ciclotímica y su ajetreada agenda, quedan plasmadas también en su rendimiento. Eso mismo se pudo percibir de este Emperador ofrecido si se compara con el que interpretó en el Palau de Les Arts bajo la batuta de Zubin Mehta. Por lo que a mí respecta diré que en esta ocasión me ha parecido netamente superior, pero es que la dirección orquestal también. Es cierto que fue un Emperador “a lo Barenboim” con un marcado carácter romántico, plagado de modulaciones y variedad dinámica muy personal en las mismas escalas, más mundana que profunda. No especialmente perfecto desde el punto de vista técnico sin embargo los comparecientes lograron que en la sala hiciera acto de presencia la emoción, intensidad y si prefieren, electricidad ambiental, dando a la lectura global un cierto carácter de irrepetible. A Traub se le vio disfrutar y dominar su cometido y, como buen pianista que es, supo entender con complicidad las exigentes inflexiones del pianista, sirviéndose para ello de una orquesta aplicada e implicada. Son momentos que surgen y que se transmiten al público creando una atmósfera especial y memorable. Misterios de la música y de las interpretaciones.
En la primera parte se ofreció una Pastoral de una belleza canónica y clásica. Traub colocó hasta siete contrabajos en el centro, tal como se disponen los filarmónicos en la Musikverein, una disposición muy poco habitual en la Orquesta de Valencia, pero que en este caso fue todo un acierto a la hora de transmitir el rumor y la majestuosidad de la naturaleza por medio de los contrabajos, principalmente en el primer movimiento. La formación sonó estupendamente con una emisión pastosa en la cuerda y un contrapunto de las maderas solistas que en sus primeros atriles estuvieron a la altura que exige la partitura, destacando las bucólicas intervenciones del final del segundo movimiento. Quizás es precisamente en este andante donde faltó pulsión y la tensión decayó sensiblemente. A destacar la intervención de toda la formación y en especial de Javier Eguillor en la tormenta , cerrando con un allegretto que con la grandeza que se espera.
Un gran Sokolov, en tono menor
Las visitas anuales del enigmático pianista ruso son siempre un acontecimiento: una sala repleta y entre el público mucho estudiante de conservatorio en peregrinación, como quien va a ver una leyenda. A la hora de elaborar los programas en la casi totalidad de las ocasiones reina el hermetismo, y no solo en el caso de Sokolov; el oyente desconoce las razones que llevan al intérprete a elegir las obras, por lo que sólo son conjeturas las que nos llevan a pensar que la Fantasia KV 475 y la Sonata KV 457 ambas en la tonalidad de do menor y de la forma que son interpretadas por el extraordinario pianista , son el argumento para reivindicar la figura del compositor salzburgués como padre musical y espiritual de Beethoven o la elección de las piezas no obedecen a un plan preconcebido de esta naturaleza.
La excelsitud de Sokolov es algo que va de suyo. ¿Qué puede decirse de nuevo entonces?. El pianismo del de San Petersburgo parece evolucionar hacia un terreno más personal y menos objetivo. Si bien no tanto en la sonata en do mayor, sí en el Mozart en tono menor que tendió miró claramente hacia el XIX romántico. Un Mozart beethoveniano. No puedo decir que me haya decepcionado en esta ocasión porque sin ir más lejos la lectura del op 111 fue inolvidable, con sonidos jamás escuchados en una lectura de una profundidad insondable, con una capacidad para comunicar el mensaje musical del genio de Bonn sin apenas parangón. Sin embargo, antes con la sonata nº27 eso mismo no había funcionado, con una versión demasiado suya, poco natural ni fluida, un tanto histriónica que le restó unidad, ni siquiera vi a Sokolov a gusto. Las seis propinas, en medio de una sala al borde de la locura, fueron páginas del repertorio romántico salvo un maravilloso Rameau en contrapunto.