Cristina Seguí - EL CSEGUÍ

Pedro Sánchez, de apóstol frente al PP a charlatán

«Las convergencias con final feliz entre el PP y el PSOE han ocurrido en múltiples ocasiones tanto dentro como fuera de los despachos, incluso en el escaparate colocado ante su propio electorado»

Pedro Sánchez, durante el comité federal este fin de semana Isabel Permuy

Siempre ha sido absolutamente falso que el electorado socialista no fuera a perdonar al PSOE una alianza, tácita o explícita, con el Partido Popular . La excusa del enemigo ideológico irreconciliable siempre fue un argumento mucho más estético que real y con el que se trató de adormilar a los dos grandes monstruos de Pedro Sánchez: su continuidad con el reduccionismo ideológico zapaterista y su persistencia en tratar de diluir su propia responsabilidad.

Responsabilidad ante un votante que, a juzgar por los actuales 85 agónicos escaños, ha vuelto a entender que apostar por Ferraz para defender el constitucionalismo vuelve a ser lo equivalente a tratar de convertir a un borracho con delirium tremens en babysitter para cuidar a tu hijo de cuatro años.

El 21 de noviembre de 2011 el PP ganó las elecciones generales con 186 escaños gracias a la movilización de un electorado socialista que denostó la gestión de ZP . Cuatro millones de papeletas que entonces viraron el rumbo y pusieron marcha a Génova, haciendo dimitir al propio Rubalcaba , hoy convierten la figura apostólica de Sánchez frente al PP en la de un vulgar charlatán.

Las convergencias con final feliz entre el PP y el PSOE han ocurrido en múltiples ocasiones tanto dentro como fuera de los despachos. Incluso en el escaparate colocado ante su propio electorado. Uno de los ejemplos más claros tuvo lugar en el maltrecho feudo del barón extremeño Fernández Vara en abril de este mismo año, cuando sacó adelante sus segundos presupuestos gracias a la abstención de los 28 diputados del Partido Popular y, paradójicamente, con los 6 en contra de Podemos, su propio socio de gobierno. Entonces, a Vara, también le dio mucho más miedo que le relacionaran con la “amante” a admitir el fracaso de su matrimonio con la esposa que le hacía la vida imposible y corrió a desmentir que tras el apoyo tácito de los populares las dos partes fueran a verse nunca más.

Ahora mismo Vara, como García-Page , forma parte de ese selecto grupo de barones socialistas que, arrepentidos de su enlace con los podemitas, ha de elegir entre poner su segundo pie en el abismo o dar un paso atrás y sobrevivir al esperpento. Ahora ambos pasean su lamento bolivariano por las ondas radiofónicas, los platós televisivos y de forma particularmente letal en su último comité federal. “Si no nos respetamos es difícil que nos respeten” concluyó, de forma elegante. Reconociendo el sufrimiento propio del último año de ninguneo consentido y hablando de actos de generosidad. De devolver el testigo y sus propias decisiones a la sociedad.

De forma radicalmente antagónica se pronuncian Iceta, Puig y Armengol , quienes muy alejados de un proyecto ideológico propio defienden como pueden una hoja de ruta eminentemente clientelar que exige que su alma política sea irrefutablemente independentista. Con sus administraciones lentas e ideologizadas. Inhibidas del servicio público. Con obesidad mórbida de tanto engordarse para comprar apoyos de partidos separatistas y de familias socialistas, las cuales, a pesar de ello, ametrallarán sus secretarías generales autonómicas.

Aunque sus líderes se escondan tras la trinchera en sus respectivos congresos regionales a celebrar en cuanto caiga Pedro Sánchez tras la investidura de Rajoy, unas terceras elecciones generales o bien tras el remake de otros cuatro meses de rogatoria a misericordia. Sánchez caerá porque nadie sobrevive a su propio suicidio. Falta por ver si con ello el PSOE cae con él, incapaz de arreglar su principal problema: no contar con un líder más allá del orgánico. Sánchez tuvo su oportunidad de serlo tras el 20D, cuando aprovechando su propia derrota pudo haberse subido al atril de rendición de cuentas haciendo algo inédito en España: mirar a la cámara para pronunciar en alto la dimisión por su fracaso.

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