Pilar Moliner del Toro - Testimonios del coronavirus
Carta de una funcionaria con Covid-19: «Nos han convertidos en fantasmas por intereses políticos»
«Quienes nos gobiernan han sido incapaces de conseguir todos los tests necesarios para parar la pandemia»
Última hora del coronavirus y las fases de la desescalada en la Comunidad Valenciana
Soy funcionaria de Justicia, con destino en un Juzgado de Paz de la provincia de Valencia . Los Juzgados de Paz son entes «Frankenstein», porque dependen orgánicamente del Ministerio de Justicia pero funcionalmente de la Conselleria de Justicia. Y por último, los medios materiales, como locales, suministros o el material de oficina los debe proporcionar el correspondiente Ayuntamiento.
A fecha 16 de marzo , a los juzgados que dependen de la Generalitat Valenciana , esto es, Ciudades de la Justicia y cabeza de partido, ésta ya les había dotado de medios de protección básicos (hidrogel, mascarilla, guantes, etc...). Los Juzgados de Paz nos quedamos a la suerte y buena voluntad de nuestro respectivo Ayuntamiento (me consta la buena voluntad, pero no tenían nada para repartir, ni para nosotros, ni para la Policía Local).
A fecha 23 de marzo no nos había llegado nada al juzgado. Eso sí, el día en que empezó e l estado de alarma por el coronavirus había venido un empleado del Ayuntamiento y nos indicó que no debíamos dejar entrar en la oficina a ningún usuario y que con el mobiliario que teníamos nos la arreglásemos para mantener la distancia de un metro de separación con el público y como arma fundamental, que nos lavásemos frecuentemente las manos (en el lavabo público que hay en otro piso). Como las competencias de los Juzgados de Paz incluyen el Registro Civl, se nos declaró desde el minuto uno servicio esencial . Ya avanzado abril, la Conselleria nos ampararía y nos enviaría algo de EPIs.
Con este panorama (China, Italia por delante) por «motu propio», desde mitad de febrero decidí no visitar a mis padres . Tienen 81 y 78 años y sufren insuficiencia renal crónica. Los dos asisten un centro de diálisis tres veces a la semana. Mi padre, además, es diabético y tiene una dolencia cardiaca, por lo que toma Sintrom. Mi madre, con hipertensión. Por esas fechas, con mucho dolor de corazón también dejé de visitar a mi suegra en la residencia (84 años, alzheimer, diabética...), adelantándome así a las medidas que se tomaron luego. Por cierto, dos empleados del centro dieron positivo (no hubo test para el personal y los residentes, claro). Para reducir la exposición al virus de mis padres acordamos hacerles la compra, y prescindir de la ambulancia que los lleva al centro de diálisis y los llevaría mi hermano en su coche.
El día 23 de marzo , cuando mi madre llega al centro de diálisis, como había tenido unas décimas de fiebre y fuertes arritmias en una ambulancia se la llevan al hospital La Fe de Valencia . Al día siguiente confirman el positivo. Ahí nos enteramos de que ya había habido positivos en el centro de diálisis y, en otro centro con el que compartía personal, hasta siete casos más. Por supuesto, ninguna prueba ni al personal sanitario, ni a usuarios. Posteriormente salió la gerente de los centros denunciando la situación en la prensa.
Mi padre, que seguía en casa a pesar del positivo de mi madre, empieza a tener unas décimas de fiebre. Un amigo médico nos recomienda que lo llevemos a urgencias de la Fe , eso sí, exagerando los síntomas, porque si no, seguro que lo devolverán a casa. Así que logro convencerle para que coopere para conseguir que lo ingresen y le hagan prueba. Cuando subió al coche de mi hermano, que fue quien lo llevó, se me pasó por la cabeza que igual era la última vez que lo veía con vida, al igual que a mi madre. Me iba a quedar huérfana total, de un zarpazo . En los telediarios decían que en Italia las personas mayores ya no tenían acceso a las ucis.
Asombrosamente, el pobre lo hizo superbien (el aliciente era estar lo más cerca posible de su mujer y con posibilidad de coincidir en la diálisis) y lo ingresan, gracias a Dios. En la primera radiografía ya ven la neumonía. A todo esto, yo ya llevaba dos días encontrándome «rara», con dolor de cabeza... Pensé que sería del disgusto por la situación de mis padres . Pero los síntomas aumentan. Dolor de garganta, tos seca, dolor de cabeza/mareo, sofocos/arritmías, diarrea y un cansancio horrible.
Llamo al teléfono habilitado por la Generalitat y me dicen que los síntomas son de manual y que me tengo que recluir en mi habitación y si es posible usar un baño solo para mí. Que tome Paracetamol cada ocho horas y dieta blanda y Utralevura para la diarrea. Que luego tenía que hacer catorce días de cuarentena. Eso sí, insistió mi interlocutora, que solo en el caso de que no pudiese respirar, no si sentía fatiga, que me fuera a urgencias.
Mientras, mi hermano también tenía síntomas, había sido contagiado por mis padres. Él había contagiado a sus hijas, a su pareja y al hijo de esta. Todos recluidos y luego en cuarentena. Desde luego, pruebas a nadie y las consultas, por teléfono.
Llega el día en que ya no tienes síntomas y empiezas a ver la luz. Ahora ya solo quedan catorce días de encierro más. Intenté que me hicieran una prueba antes de volver al servicio . Volví a llamar al teléfono de la Generalitat por si había cambiado la política. Me dijeron que no. Había pasado un mes desde que empezaron los síntomas y catorce días desde que desaparecieron, que ya podía hacer «vida normal».
Insistí en que no pedía nada para mí. Conté que atendía a diario muchas personas mayores por sus fes de vida y a padres con hijos recién nacidos. Casi supliqué, porque mi ética me impedía relacionarme con otras personas sin saber que no era foco de contagio. Además, por mis conocimientos de Derecho sé que contagiar una enfermedad grave a sabiendas es un delito. Busqué información para hacerme la prueba en centros privados, pagando de mi bolsillo. Pero reflexioné y resolví que la responsabilidad no era mía. Es de mi empleador, es decir, del Ministerio de Justicia/Gobierno de la nación y de la Generalitat Valenciana.
Y si a éstos no les importa que vuelva a mi puesto de trabajo sin la certeza de que ya no puedo contagiar a nadie, por algo será. Se me ocurre que quienes nos gobiernan han sido incapaces de conseguir todos los tests necesarios para parar la pandemia (yo no tengo culpa alguna, ni siquiera les voté) o que el Gobierno sí tiene plan (barato para las arcas del estado): que se contagie masivamente la población poco a poco y los muertos (ancianos y enfermos con patologías previas en gran parte) solo son un daño colateral (fríamente, también ahorro).
En ese caso, tampoco tengo la culpa. También quiero alzar la voz en nombre de los sospechosos con síntomas y no verificados con pruebas, que hemos sido obviados por las cifras oficiales del Gobierno y por tanto victimizados por negar nuestro sufrimiento y miedo, por qué negarlo. Nos han convertidos en fantasmas por intereses políticos, para maquillar las cifras para crear su realidad paralela. También quiero poner sobre la mesa lo incomodo que resulta el recelo con el que te reciben jefes y compañeros al volver, eres poco más que un apestado, y con algo de razón cuando no tienes una prueba que asegura que no les vas a contagiar. Eso sí, tengo que admitir que mi historia tiene final feliz, ha acabado 0k, es decir, «cero kills»... y en gran medida gracias al personal sanitario de La Fe y demás profesionales. En nombre de toda mi familia, os agradecemos la dedicación y el plus de cariño que habéis dado a nuestros padres.
*Pilar Moliner del Toro vive en l'Eliana (Valencia)
Nota de la Redacción
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