Covid-19
Persianas subidas, cajas vacías: el coronavirus asfixia al pequeño comercio y la hostelería en Valencia
La embestida de la pandemia a los negocios del centro de la ciudad amenaza con desdibujar su futuro a medio plazo
En directo | Última hora del coronavirus y el estado de alarma en la Comunidad Valenciana
Cuando uno recorre el centro de las principales ciudades del mundo observa cómo casi todas han sucumbido a las franquicias extranjeras en detrimento de lo local. Pero si, además, uno hace ese ejercicio por las calles del casco histórico de Valencia verá como cada vez es más común que en los espacios donde antes se vendía ropa de fiesta o se servían cremaets ahora cuelgan carteles de inmobiliarias a la caza de nuevos inquilinos .
Los comerciantes y hosteleros, golpeados fuertemente por los efetcos de la pandemia del coronavirus, están convencidos de que esta no es una nueva normalidad, sino una realidad completamente distinta . Hablamos de negocios familiares, que en muchos casos han pasado de padre a hijos, y que tienen un lugar en el imaginario colectivo de los valencianos. La mayoría sigue resistiendo el mazazo de un virus que llegó sin avisar y que dejó los almacenes llenos para unas Fallas que no llegaron a celebrarse. No quieren ni oír hablar de lo que supondría un nuevo confinamiento domiciliario.
Sin fiestas, sin turismo y denunciando que la política local no rema a favor de facilitar el acceso desde el área metropolitana u otros municipios de la provincia, ven pasar los días con su futuro pendiendo de un hilo. De hecho, pronostican que seis de cada diez negocios están abocados al cierre en los próximos meses , algo que convertiría el centro de la ciudad, a su juicio, en un espacio desierto y sin carácter, que perdería su esencia.
De servir 60 menús a comer una sola persona
Dice María Venzall que cuando se levantó el Mercado Central de Valencia allá por 1928, su bar, El Gallo de Oro , ya estaba allí. Las fotos que tiene colgadas en su interior así lo atestiguan. Cocina mediterránea, hecha al momento y un trato familiar. Pero no sabe si la receta de su éxito logrará capear el temporal. De hecho, en plena hora punta para los almuerzos, su terraza está vacía .
«Es una tragedia. No hay nadie. El centro es, hoy en día y excepto los sábados, para el turismo. Aguantamos por el sentimentalismo y por mantener a los empleados. Es un lamento tras otro y no ves solución. No se puede describir la impotencia. Ni 2008 ni puñetas», sentencia su hermana Juani, que también trabaja en el local.
«Hemos tenido días en los que ha venido una sola persona a comer, cuando aquí servíamos hasta 60 menús. A mí me da hasta vergüenza decirlo», lamenta la propietaria, que añade que ha abaratado los precios trabajando con la misma materia prima.
Las nuevas restricciones -un tercio de aforo en el interior y la mitad en las terrazas- no son un problema para ellas. Pero el cierre perimetral, sí: «Es matarte lentamente» . Además del daño psicológico, se sienten desamparadas por las Administraciones. Como los representantes de su sector, María y Juani consideran «un palo» que las empresas sigan pagando todos los impuestos y las cuotas a las seguridad social de sus empleados como si estuvieran trabajando al cien por cien, cuando tres de sus cinco trabajadores están en un ERTE desde hace ocho meses.
Para la Confederación Empresarial de Hostelería y Turismo de la Comunidad Valenciana (CONHOSTUR), las últimas medidas de la Generalitat son «un cierre encubierto sin ayudas», por lo que solicitan un plan de rescate directo a 34.000 empresas de toda la autonomía -un tercio están en peligro de cierre según sus datos- valorado en 80 millones de euros. Con el ocio nocrturno cerrado sine die , piden a los ciudadanos que adelanten las cenas a las ocho de la tarde para esquivar el toque de queda .
«Yo le echo un año todavía», predice María. «Mi marido tiene 82 años y que ahora te venga esto cuando toda la vida has tenido tu local para vivir un poquito bien en tu jubilación... Lo estamos pasando muy mal». No saben si serán capaces de poder tirar hacia adelante con todos los gastos. «Es muy grave tener que cerrar siendo tan antiguos porque ya es una cuestión de orgullo. Las personas cuanto más derrotado te ven, menos acuden », zanja su hermana.
La «postguerra» será larga
El teletrabajo trae consigo cambios en los hábitos de consumo, también a la hora de vestirnos. De ello han podido dar cuenta en los últimos meses los propietarios de Olegario , una tienda emblemática de la calle San Vicente que lleva vistiendo a los hombres desde 1940.
A las cancelaciones de ceremonias y fiestas tradicionales se suma la paralización de los congresos y convenciones empresariales que se celebran en la ciudad y que atraen a muchos de sus potenciales clientes. «Más del 90 por ciento de negocios de ropa de hombre de esta envergadura han desaparecido ya en España y en muchas ciudades de Europa. Es un negocio que tiene un circulante de personas a nivel nacional e internacional que buscan este tipo de producto porque no lo encuentran en las franquicias», explica Olegario Fayos.
Además, se da la situación de que «ahora esos mismos clientes no vienen a comprar porque no necesitan vestirse de una determinada forma y se apañan con cualquier cosa», continúa Fayos. Uno de los motivos por los que tres de las nueve personas a las que da empleo se han acogido a un ERTE. « Ya no ocurre que pase alguien por la calle y entre en la tienda a pedirnos algo . Lo poco que hacemos es para el cliente fiel al negocio. Sobrevivimos gracias a eso».
«Estamos en la resistencia. Cuando empiece la recuperación nos daremos cuenta del daño social y económico que la pandemia ha provocado. Las postguerras siempre son más largas que las propias guerras », apunta entre trajes y camisas.
«Somos supervivientes de la crisis del 2008 pero en ese momento pudimos manejar la situación recortando gastos porque lo veíamos venir poco a poco , aunque fuera a peor, y pudimos protegernos. Esto no. Cerramos en marzo con toda la mercancía de la temporada primavera-verano. Y no hemos podido hacer una previsión», señala Fayos.
A pesar de eso, cree que «hay que ser positivo» sobre el escenario de los próximos meses. Lo contrario sería rendirse: «Aguantamos porque es nuestra obligación, no sabemos hacer otra cosa» .
«Llegar al centro se ha convertido en una odisea»
Francisco Caracena nos cuenta desde su parada en la plaza Redonda que sus ventas han descendido un 90 por ciento. El coronavirus tampoco entiende de bordados y encajes como los que él ofrece a sus clientes, aunque no por mucho tiempo. «Cuando se me acaben los ahorros cierro» , comenta, incapaz de aguantar más tiempo viviendo de las ganancias anteriores a la pandemia.
Caracena pone el foco en las restricciones al vehículo privado y el último cambio en las líneas de la EMT que recorrían la zona que, a su juicio, generan la percepción de que acceder a este entorno es mucho más difícil que antes. «Llegar al centro se ha convertido en una odisea y tener que coger tres autobuses para venir no ayuda . A Valencia no la han enseñado a andar», añade.
Es precisamente una de las reivindicaciones de la asociación que aglutina a todos los comerciantes del centro de la ciudad. El consistorio modificó nueve líneas de los autobuses públicos aprovechando la peatonalización de la plaza del Ayuntamiento, por lo que la entidad pide ahora que al menos cuatro de ellas vuelvan a acceder a Poeta Querol para evitar transbordos . También abogan por que el Gobierno local de Joan Ribó intervenga para abaratar los precios de los aparcamientos durante las dos primeras horas.
Con las Navidades a la vuelta de la esquina -una de las campañas más potentes del año- y sin el atractivo de la pista de hielo que los propios comerciantes sufragan cada año para atraer clientes, solo queda esperar que las grandes superfícies no se coman toda la tostada.
«La compra online se estima que crecerá un 30 por ciento en ese periodo. No permitan que el señor Amazon , cuyos vehículos contaminan igual que los demás, entre sin freno hasta nuestras cocinas mientras nuestros clientes deciden no venir a vernos por el caos e incomodidad que supone», exclamaba Rafael Torres, presidente de la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico de Valencia, hace unas semanas en el Hemiciclo municipal durante la celebración del Debate del Estado de la Ciudad.
En esa línea, el éxito de iniciativas como la venta de 400 bonos a 20 euros por un valor de 40 -se agotaron en un solo día-, para consumir en los bares y tiendas, marca el camino de la colaboración público-privada para promover que las familias inviertan en el comercio de proximidad.
«Estamos en la UVI»
El panorama en la plaza de la Virgen es del todo menos alentador. Locales cerrados, terrazas vacías y «el horizonte muy negro», explica Juliet, una de las camareras de la única cafetería -«Nou Micalet»- que aguanta el tipo, pagando un alquiler, mientras señala las otras cuatro en línea recta con la persiana bajada.
La ausencia de turistas ha vaciado una zona que «había crecido mucho en la última década». Un extremo que confirma Elena, encargada del restaurante La Virgen. El negocio ha llegado a dar trabajo a veinte personas, pero ahora se conforma con seguir resistiendo con seis. A ella la encontramos haciendo cuentas con Jesús, el comercial que suministra los alimentos y bebidas a este local y a otros 129, aunque de ellos, 35 ya han cerrado .
«El consumo en el centro ha bajado entre un 70 o un 80 por ciento. Una factura habitual que rondaba los 800 euros a la semana ahora mismo la estoy cerrando por 146 . Estamos en la UVI», lamenta con positividad ante el anuncio de una vacuna efectiva contra el virus que acabe con este «círculo vicioso» en el que, si no se ingresa, no se gasta. «A ver si con esto nos meten un poco de oxígeno», añade esperanzado.
Por su parte, Joan, dependiente de uno de los cuatro locales que la mítica librería París-Valencia regenta en la capital del Turia, puntualiza que pese a que ellos no viven exclusivamente del turismo, «si no hay gente fuera, no entra gente dentro» . De hecho, tres de sus compañeros siguen en un ERTE por la caída de las ventas.
«Si antes entraban 600 personas y ahora entran 20, el trabajo que hacemos de acompañar al cliente se reduce . Servimos también como punto de referencia para la gente que nos visita, les indicamos la dirección o les recomendamos sitios», comenta en su mostrador desde donde ve la plaza de la Virgen. Además, si eso lleva a vender alguna guía turística, mejor.
Nos cuenta que los lectores que acuden a él se decantan sobre todo por la novela -buscando distraerse de la realidad- de bolsillo -por su precio más reducido-. Y nos retrotrae a los meses más duros del confinamiento, donde la cultura jugó un papel esencial .
En realidad, todos tienen su espacio en nuestra forma de entender la vida y la ansiada normalidad no sería igual sin ellos. Pero advierten de que mantener la respiración no basta para volver a salir a flote y llaman a la conciencia social para frenar los contagios y evitar medidas más duras. Solo así, como en el cuento de Augusto Monterroso, cuando despertemos, nuestras tiendas y bares, seguirán ahí .