Alexis Marí - A cara descubierta

Otegi contra «las manos escayoladas». La batalla está perdida

«No hay políticos lo suficientemente válidos, valientes y con una capacitación tal como para ir contrarrestando a personajes así»

Imagen de la reunión entre Torra y Otegi en San Sebastián EP

Hace una semana tuve la oportunidad de escuchar atentamente una entrevista a Arnaldo Otegi que le realizaban desde la televisión autonómica catalana. Ciertamente me preocupé. Si durante todos esos largos minutos, un joven ajeno y con falta de interés a todo lo que ha sucedido en los últimos años en este país lo hubiese escuchado con una mínima atención, seguramente hubiese acabado llorando y preocupado por Otegi y por la represión ejercida por el Estado español contra él y contra parte de su pueblo vasco.

Otegi es un tipo inteligente, preparado para trasladar mensajes, es un filósofo no solo por sus estudios universitarios, sino porque es de los que sabe trasladar una visión política de un “conflicto” (que llaman ellos) a lo que ha sido el terror expresado en asesinatos, secuestros, extorsiones, amenazas, robos, y un largo etcétera. Una vida demasiado larga de una banda terrorista que no solo ha levantado la imagen de asesinos, no, sino que también se pudo constatar cómo muchísimos de sus integrantes hacían del delito continuado su “modus vivendi”, su día a día.

No nos engañemos, y que no nos engañen. Otegi no es un hombre de paz. Los hombres de paz están hechos de otra pasta, están rodeados de un halo de sencillez, de humildad, de honradez, de ganas de construir, de principios básicos fundamentales como el respeto a los demás, y sobre todo el respeto a lo más sagrado, a la vida.

Más preocupante me resulta nuestra clase política, en la que también me encuentro yo. Hoy si miro a izquierda y a derecha en el parlamento valenciano, y también arriba y abajo, me costaría muchísimo encontrar personas con tanto talento como para contrarrestar políticamente el discurso de un tipo tan hábil como Otegi. Y ahí comienza a radicar el problema.

Hace más de veinte años disponíamos de personajes como Ernest Lluch, Miquel Roca, Rodríguez Ibarra, Alfonso Guerra, Pepe Bono, Julio Anguita, Duran i Lleida, Javier Solana, Manuel Marín, José Antonio Labordeta, Enrique Tierno Galván, Rosa Aguilar, y muchos más, que eran capaces de ya no solo debatir con un discurso plausible dependiendo de tu ideología, sino de contrarrestar hábilmente al contrincante político. Con ideas, con mensajes claros y que cualquier ciudadano podía entender. Con vehemencia a veces, pero insisto, con unos mensajes claros que calaban como una gota malaya a la ciudadanía.

Hoy, desgraciadamente, se premia más el “sibuanismo”, el “esclavismo político”, el aplaudir hasta el hartazgo y más allá cuando el jefe viene a un acto electoral. Se premia el no contradecir a nadie, se premia el no pensar, simplemente cumplir los mandatos del que tienes un poquito más arriba en el organigrama de tu partido.

Veo con tristeza a quienes llegan a los comités autonómicos y estatales de algún partido. Tristeza de ver que su único mérito ha sido el llevar las manos escayoladas de tanto aplaudir después de la visita de su querido líder. No han aportado nada nuevo a la política, ni valentía, ni rebeldía, ni ideas nuevas, ni corazón, ni fórmulas nuevas... nada.

Si de esos mismos nos tenemos que fiar para que nuestros hijos tengan una imagen clara de lo que ha sido, es, y tendrá que ser la política en contraposición a lo que nos cuenta Arnaldo Otegi, entonces vamos apañados. Otegi seguirá creciendo, lo verán. Desgraciadamente, quizás incluso lo veamos de Lehendakari en el País Vasco. No sería de extrañar. No hay políticos lo suficientemente válidos, valientes y con una capacitación tal para ir contrarrestando a personajes así. Los prefieren aplaudiendo en el seno de los partidos políticos. Para no molestar a nadie. Así de lamentable.

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