Cristina Seguí - EL CSEGUI
No se rindan. No se dejen ganar la batalla
«Los resultados de estas elecciones sientan en el banquillo de la flema política al Partido Popular»
Fue Lenin quien patentó la mayoría social como arma para exterminar la mayoría parlamentaria y ese ha sido el principal valedor ideológico y legitimador de su pupilo vallecano, Pablo Iglesias , quien, en estas elecciones, ha terminado de coger el relevo de su mentor haciendo naufragar al novel centro “reformista” de Albert Rivera y ha enviado a Pedro Sánchez al núcleo del averno, donde, a buen seguro, arderá la jefatura tradicional de la izquierda española, el PSOE.
Los resultados de estas elecciones sientan en el banquillo de la flema política al Partido Popular, desvelando su impericia ante la oportunidad perdida de una crisis profunda que le amparaba a la hora de acometer las reformas que le fueron confiadas por su electorado. Reformas económicas y reformas políticas como la ley electoral y la despolitización de la justicia . Reformas que el excelso prototipo del reformismo encarnado por Ciudadanos custodiaba como botín y que, como todos los botines, incita al custodio a pecar de avaricia por culpa de la nula capacidad estratégica que acompaña a la ambición cuando ésta es excesiva.
Así, Rivera equivocó gravemente el cálculo al negar airado el apoyo a un Rajoy que nunca le causó afrenta. Apoyo negado por el miedo a la osadía de la impostura que podía penalizarle ante los famélicos de renovación. Rajoy partía, además, como favorito en la carrera electoral . Favorito y comendador de esta derecha española que debía haber sabido seducir Ciudadanos ante una izquierda híper polarizada cuyas expectativas ya reposaban en el regazo de Podemos y de todas sus coaliciones autonómicas. Me pregunto si, en vez de la negativa de Rivera publicitada en papel cuché, no hubiera sido mucho más inteligente la generosidad de abrir el botín de las grandes reformas como requisito fundamental para apoyar a los populares, orquestando así el réquiem de la vieja política y coronándose como hombre de Estado. Su error ha obtenido el único consuelo de 40 diputados.
Cinco de esos diputados fueron obtenidos pobremente en la Comunidad Valenciana, donde resulta inasumible para Carolina Punset haber quedado por debajo de un PSOE con el honor esquilmado por el nacionalismo. La portavoz de la formación “todista” jamás supo ni quiso defender en “la terreta” la proeza que logró Ciudadanos en Cataluña. Sin duda estará eligiendo ventanilla en el primer Boeing con viento en cola a Bruselas para blandir la espada por algo que, para ella, siempre fue más importante: el proselitismo ecologista.
Con respecto al PSOE, resulta increíble la simbiosis de Sánchez y su barón valenciano, Chimo Puig . En ambos casos su resultado electoral tanto en votos como en escaños invitaría a la dimisión a cualquier líder europeo. Sin embargo, Sánchez, que pierde veinte escaños con respecto al Rubalcaba de 2011, salva el mando del banquillo de Ferraz. Aunque sólo momentáneamente, ya que, previsiblemente, lo hará pagando el mismo precio que ya pagó Puig : su entrega al califato del nacionalismo que le exigirá el referéndum y al leviatán podemita que prevé a toda costa el asalto a las instituciones.
En la Comunidad Valenciana, la mansa servidumbre de Puig se tradujo ayer en nueve escaños para la coalición Compromís-Podemos , que, de forma presta, acabará por asaltar cualquiera de sus esperanzas de permanencia.
Así pues, permítanme dibujar con crudeza el análisis y a su vez, la esperanza que ahora más que nunca supone el proyecto europeo, el cual quizás pueda salvarnos de nosotros mismos llamando al orden al PSOE y exigiéndole un milagroso sentido de Estado perdido con Zapatero. Ahora bien, no me pregunten en qué lado del cisma que ahora vive internamente el partido sonará el móvil . En el de un Sánchez vástago de un ZP groupie de Maduro o en el de un Felipe defensor de represaliados venezolanos.
En todo caso el escenario me obliga a recordar afligida el resultado de épocas que creía por fin superadas: la entrega de España al nacionalismo a cambio del poder. Así pues, permítanme arrancarle algo de esa retórica belicista al estómago de la izquierda : A las trincheras. No se rindan. No se dejen ganar la batalla.