Carlos Marzal - HOTEL DEL UNIVERSO

El mueble bar

«A mí me gusta que un mueble bar sea un mueble que contenga botellas»

Imagen de archivo de un mueble bar a la antigu usanza ABC

CARLOS MARZAL

Las casas que no disponen de un mueble bar resultan muy tristes . Pobrecitas, tan cuáqueras, tan morigeradas, tan sobrias, sin su mueble bar gozoso y hermanador. Más que un objeto decorativo, el mueble bar representa un instrumento sentimental, una máquina de sociabilidad doméstica, algo así como un ecógrafo casero para explorar el espíritu de un grupo humano .

Lo mejor del aparato conocido como mueble bar es que no requiere , la mayor parte de las veces, ser un mueble concreto , con tal de que ejerza de bar cuando se lo necesite. El mueble bar de una casa puede ser una mesa cualquiera, o un armario, o una cómoda, o, llegado el caso, la parte superior de una lavadora de carga frontal. Como se trata de un artefacto de utilidades filosóficas , basta con que el propietario lo considere como un mueble bar, haciendo un alarde de idealismo germánico que podríamos resumir en el siguiente axioma: Un mueble bar es todo aquel objeto que el sujeto cognoscente afirma que es un mueble bar. Así de fáciles son las cosas en el ámbito de la alta especulación.

Con todo, a mí me gusta que un mueble bar sea un mueble que contenga botellas, y una coctelera, y un cubo con pinzas doradas para el hielo, y vasos de whisky de los años setenta (bajos, de boca ancha y cristal de colores). Me encantaría que fuese art decó, con espejos al fondo, para multiplicar el efecto sensual del conjunto. Nunca he tenido un mueble bar así, pero lo he imaginado tantas veces, y tantas veces lo he dispuesto en mis decoraciones oníricas, que puedo hablar de él con absoluto conocimiento de propietario .

Cuando vienen a casa los amigos, se sirven ellos mismos sus copas, porque cada cual tiene su relación de intimidad con mi mueble. El tintineo del hielo sobre los vasos, el suave golpear de las botellas contra la madera , el derramarse del alcohol, componen una pieza musical en honor nuestro, un himno susurrado a la alegría.

En el centro de mi mueble bar art decó, hay una licorera de cristal facetado que relleno con bebida , según mi estado de ánimo y según el gusto de los amigotes que me visiten. Si me levanto colonial y solemne, la relleno con Oporto, que es la bebida de los funcionarios en misión ultramarina. Si me da la vena sombría, no hay más remedio que rellenarla con coñac, cuyos vapores despejan los presagios funestos y elevan el espíritu atribulado. Cuando vienen pintores a casa, la relleno con un whisky pasable, porque los pintores son un gremio borrachín que no se para en sutilezas, y lo que quieren es alcanzar pronto una ebriedad relativa que les haga contemplar el mundo con ojos curiosos. A los escritores les proporciono mezclas de alta graduación, para el rápido acceso a los paraísos artificiales, y porque, salvo en casos contados, disponen incluso de menos sutileza etílica que los pintores.

No hay nada como el mueble bar para socorrer a los afligidos , enderezar a los desorientados y favorecer a los que han perdido la capacidad de ser felices.

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