María José Mira - Altura de Mira
La feria (valenciana) de las vanidades
«En Feria Valencia hubo un tiempo en el que su gestión se caracterizó por la hipocresía y el oportunismo y ahora estamos pagando sus consecuencias. Está malherida y es nuestra obligación curarla»
La sociedad está repleta de personas que se consideran más listas de lo que son. Y esa gente mediocre y sin talento suele sobreestimar sus capacidades y tomar decisiones que, en el ámbito de la gestión pública, se convierten en nefastas.
Hace más de 200 años, William M. Thackeray dio título a un libro que revolucionó las ideas de sus conciudadanos del Reino Unido y de gran parte de los críticos coetáneos de principios del siglo XIX: La feria de las vanidades . Una obra --adaptadísima al cine, a la radio y a la televisión-- sobre la que se vertieron las mejores alabanzas y las peores críticas por su firme descripción de la complicada naturaleza humana que, para el autor, pecaba de henchirse de arrogancia y soberbia.
Como la mayoría de los grandes escritores --ante los pecados capitales de su entorno-- Thackeray cuestionó y fue cuestionado. "La feria de las vanidades viene a representar la atracción pecaminosa del ser humano por las cosas mundanas" describía uno de los censores victorianos. Un comentario contra el que el periodista e ilustrador británico respondió con un dardo que no sólo justificaba el mérito de su novela, sino que valoraba el coeficiente intelectual de su contrincante. Adujo que veía a la gente en su mayor parte "terriblemente tonta y egoísta".
Usándolas con absoluto respecto, las contundentes palabras Thackeray podrían tener cabida en la historia del ya centenario recinto ferial valenciano. Nadie duda de que sus vaivenes han sido producto de la “complicada naturaleza humana” que, además, ha convertido a la institución en una sátira, cuyo título podría haber sido “la feria (valenciana) de las vanidades”.
Si establecemos un paralelismo entre los momentos de desgobierno en Feria Valencia y los atributos con los que el novelista --nacido en la India—dibujó a sus personajes, detectamos que coinciden en un inventario de debilidades. No sólo la vanidad, la codicia, la holgazanería, el esnobismo, las maquinaciones, los engaños o la hipocresía ven la luz a lo largo de su trama. También hallamos la melancolía, la amoralidad o la estigmatización de la pobreza que ilustró tan certeramente este visionario anglosajón de la Sociología.
En la feria valenciana hubo un tiempo en el que su gestión se caracterizó por la hipocresía y el oportunismo y ahora estamos pagando sus consecuencias. Está malherida y es nuestra obligación curarla . Aunque la tendencia sea al pesimismo y al sinsabor que nos transmitieron las páginas de Thackeray, quien estaba convencido de que ningún tipo de actuación o reforma ética podrían ser capaces de alterar el engreimiento de las personas.
Sin embargo, el colofón de ‘La feria de las vanidades’ se muestra, a la vez, desesperante y esperanzador ya que invita al lector a hacer una introspección para estudiar sus propios defectos. Abre un resquicio en la puerta de la sensatez para que todos asumamos los errores que hemos cometido. Una moraleja extrapolable de un relato escrito 100 años antes de que naciera la más importante y capaz institución mercantil valenciana de todas las épocas. Y en ambas coyunturas nadie parece ser el malo . A pesar de que en los capítulos de sendas historias se ha escenificado la parte más oscura de la naturaleza humana.
Y aun así, ahora parece el momento. Aunque me pregunto si esta vez todos los actores --en este caso no hay actrices, más allá de una, la también vanidosa alcaldesa que hubo una vez y de cuyo nombre no quiero acordarme-- implicados en este drama serán capaces de abandonar sus melancolías y extraer sus fortalezas con el único fin de enfrentarse a sus debilidades.
Hay que evitar que Feria Valencia desaproveche esta oportunidad. Debe alejarse del triste final de la historia de Thackeray, para conquistar una enmienda moral y una transformación de perspectiva en todos los ángulos, que nos lleven a alcanzar el objetivo de erigir el recinto valenciano en aquello que --y aquí muestro mi humana naturaleza melancólica-- ya fue una vez, como un referente internacional impulsor de riqueza y empleo, con su función de mejor escaparate y expositor de la actividad económica de los valencianos y valencianas.
Pero claro. Para alcanzar esta meta habría que rechazar las decisiones de difícil retorno y final incierto . Deberíamos medir nuestras propias fuerzas y hacer de la prudencia una compañera inseparable.