Política
El laberinto del Mercado Central de Valencia: un icono internacional asfixiado por el cambio de sentido de una calle
Las obras en el entorno del recinto dejan solo dos entradas de descarga a los proveedores en un entramado de vías estrechas que aboca al colapso
Cuando uno entra en el Mercado Central de Valencia ocurre 'algo'. Y no lo dicen solo los valencianos. El prestigioso periódico estadounidense The New York Times ya se plegó a las bondades de una joya arquitectónica en la que confluyen los mejores productos frescos de temporada.
Este templo de la gastronomía, uno de los mercados de alimentos más grandes y antiguos de Europa, se enfrenta estos días a un problema de «fácil solución» que amenaza con desestabilizar su cadena de suministros y complicar una logística que ya había tenido que adaptarse a las circunstancias.
Las obras de reurbanización de la plaza de Brujas, que convertirán en peatonal el entorno del propio mercado y de la Lonja de la Seda, han dejado al recinto con solo dos puertas -de las nueve habituales- para carga y descarga, puesto que la entrada por el sótano no es una opción para los vehículos con exceso de gálibo.
Los responsables de los puestos han entendido, desde el primer momento, que «hay que sufrir» unos trabajos que se espera que terminen el próximo verano. De hecho, hasta ahora han estado conviviendo «en positivo» con las distintas fases en las que se está acometiendo el proyecto, explica a ABC la presidenta de la Asociación de Vendedores, Merche Puchades.
Sin embargo, en las últimas semanas el Ayuntamiento de la capital del Turia -gobernado por Compromís y PSPV- ha puesto en marcha dos medidas para pacificar el tráfico en el centro histórico de la ciudad que afectan de pleno a la descarga de mercancía.
La calle Calabazas, donde se ubican esas dos únicas puertas que pueden ser utilizadas ahora mismo, ha cambiado de sentido. Algo que obliga a transitar por otras vías - «una peatonal, otras muy estrechas» - que convierten la llegada de 500 proveedores cada semana, muchos de ellos en camiones, en «un infierno».
El tapón a la salida transforma el recorrido en una yincana callejera también para alcanzar el solar en el que aparcan sus furgonetas los vendedores que se autoabastecen a partir de las once de la mañana, cuando deben dejar libre el sótano. «Es una ratonera» , lamenta Puchades.
A ello se suma otro inconveniente. La concejalía de Movilidad ha instalado cámaras para controlar y cerrar el tráfico a los vehículos no autorizados en Ciutat Vella. A partir del 1 de diciembre, de hecho, habrá multas económicas para los infractores. Según los vendedores, el área dirigida por Compromís se comprometió a no habilitar los dispositivos de las calles María Cristina y Vieja de la Paja -vías de paso hacia el Mercado Central- hasta que terminaran las obras o, al menos, hasta que se fueran liberando el resto de puertas. Sin embargo, no ha sido así.
Su propuesta: paralizar «un mes o poco más» la puesta en marcha de las cámaras y la redirección de la calle Calabazas, tiempo en el que se prevé que terminen los trabajos de una fase y puedan utilizarse otras puertas de entrada para la mercancía. La respuesta negativa del consistorio, en boca del alcalde Joan Ribó: «En mi calle tenía unas obras, pero entendía que son necesarias» .
Un helipuerto en pleno centro histórico
Las reiteradas críticas de la oposición tampoco han surtido efecto. «Si no nos dejan», dijo uno de los dueños de los casi 300 puestos que ocupan el recinto modernista del siglo XX, «que nos traigan el género por aire» . Y así surgió la idea de solicitar por registro de entrada al Ayuntamiento la instalación de un helipuerto en las inmediaciones del mercado para poder abastecerse.
Una acción reivindicativa y efectista que se va diluyendo. Los días pasan y la indignación aumenta. «No llegan nunca a entender que es el mercado más grande de España y que se despacha mucho volumen de producto. Nos da rabia porque es una necesidad de trabajo . No estamos contra nada de lo que se propone, simplemente queremos que se nos dé un poco de tiempo», reivindica la presidenta de la asociación.
Otros vendedores, en conversación con este periódico, coinciden en el mismo punto: la «cabezonería» del departamento de Movilidad, gestionado por Compromís, en no dar marcha atrás en su plan solo durante unas pocas semanas. Todo ello teniendo en cuenta que la calle de la discordia forma parte del último tramo de las obras de reurbanización del entorno. «La van a picar y van a tener que cortarla» , comentan. Un apunte que hace «todavía más inexplicable», dicen, la postura del consistorio.
El Mercado Central de Valencia es un espacio que ha sabido «adaptarse y reaccionar» con el paso de los años hasta conviertirse en un «referente» a escala nacional e internacional, cuenta Puchades. «La gente lo quiere mucho porque representa a la ciudad, por eso tenemos que cuidarlo. Somos muchas familias las que vivimos de ello», zanja, confiada en que la política sepa valorar la idiosincrasia de un enclave del que tanto presume.