Juan José Esteban Garrido - Historia Militar de la Comunidad Valenciana
Pedro III y Roger de Lauria, «las Españas nacen en el Mediterráneo»
«Sin una flota poderosa y una Corona comprometida con su mantenimiento y mejora, ni Aragón hubiera podido sostenerse en Sicilia»
Pedro III , digno sucesor del rey conquistador y figura mayúscula en la historia de España, va a centrar hoy, nuestra atención. Jorge Molist que ha escrito varias obras sobre la época de Pedro III el grande, afirma: “La hegemonía en el Mediterráneo fue la primera gran empresa internacional de España”, “la conquista de Sicilia fue el preludio del imperio español”. El empuje imparable de la reconquista, en la rompiente de los siglos, dónde se engendran o deshacen los reinos, allá por el último cuarto del siglo XIII; sacaba a España de su solar ibérico y la desparramaba por el Mediterráneo. En la decimonónica Historia General de España de Modesto Lafuente se puede leer: “El reinado de Pedro III de Aragón fue uno de los más célebres, y de los que más influyeron, no solo en la suerte y porvenir de la monarquía aragonesa, sino en el de toda España. Constituye uno de aquellos períodos que forman época en la historia de un país, y su importancia se hizo extensiva a las principales naciones de Europa” y así, de cómo un rey grande nacido en Valencia en 1240 y un almirante también muy grande que murió en Valencia en 1305, comenzaron a construir en la mar, el sueño imposible de las Españas, me voy a ocupar en este artículo.
En 1276 fallecía Jaime I después de un largo, glorioso y naval reinado. Le sucedió en el trono con 36 años Pedro III. En 1262 Pedro, siendo aún infante, se había casado con Constanza Hohenstaufen , la hija del rey de Sicilia, Manfredo Hohenstaufen, nieta del “stupor mundi”, el gran Federico II Hohenstaufen. La pugna por el reino siciliano entre Güelfos y gibelinos, acabó en la batalla de Benevento en 1262. Tras la derrota gibelina, la flor y nata de la corte siciliana de los Hohenstaufen se refugió en la Corona de Aragón, entre ellos Roger de Lauria , natural de una tierra que parece un barco fondeado entre el mar Tirreno y el Jónico, Calabria, y heredero de un linaje, fiel hasta la muerte a los Hohenstaufen. Su padre había caído en la batalla de Benevento y todas las posesiones familiares fueron confiscadas.
Carlos de Anjou “el ángel negro de la Cristiandad” y el vencedor de Benevento, desplegó toda sus saña para acabar cruelmente con todos los varones Hohenstaufen posibles herederos del trono siciliano y finalmente en 1268, capturó e hizo decapitar a Conradino, nieto de Federico II y último heredero varón de la dinastía. Constanza quedaba pues, como la heredera legítima Y Carlos de Anjou se había convertido en el enemigo natural de Pedro III.
Juan de Prócida , otro de los refugiados sicilianos en la corte aragonesa y canciller de Aragón, orquestó entre 1277 y 1280 , una alianza anti Anjou en Sicilia. El terreno estaba abonado por la rapaz y despiadada administración angevina que buscaba, sin importar como, el dinero necesario para alistar la flota de invasión de Bizancio, haciendo crecer día a día el descontento entre los naturales. Y la financiación la ponía un desesperado Miguel “El Paleólogo” que veía cernirse sobre él, la amenaza mortal de esas escuadras angevinas listas para zarpar desde Sicilia, a comienzos de abril de 1282. “Casualmente” el 30 de Marzo, un soldado francés ofendió a una bella palermitana desencadenando un motín generalizado contra los angevinos. Al grito de “mueran los franceses” mientras las campanas tocaban a vísperas, miles de franceses serían masacrados en Palermo, en lo que la historia denomina “vísperas sicilianas”. Gracias a ellas, la flota de Carlos de Anjou, nunca se haría a la mar y Bizancio se salvaría. El de Anjou, tan amigo siempre de meter la hoz en mies ajena, no podría en esta ocasión, segar en la mies bizantina. Sus ambiciosos sueños imperiales se habían desvanecido.
Conocidos los luctuosos hechos, “disimuló don Pedro, y dedicose a aparejar una grande escuadra, con el objeto ostensible de emplearla contra los moros y turcos, mas con el designio de emprender la conquista de Sicilia” que el 1 de mayo de 1282 empezaba a reunirse en la bahía del Fangal, en la desembocadura del Ebro. La armada la componía n galeras, naves armadas, leños, taridas, transportes y embarcaciones auxiliares. Entre el 30 de mayo y el 3 de junio, se hicieron a la mar más de 180 velas.
Los sicilianos, recobrada su libertad, aunque se organizaron provisionalmente en comunas, eran conscientes de la inviabilidad de tal sistema político en 1282. En consecuencia ofrecieron la corona a Pedro III y éste la aceptó en Constantina, dónde se encontraba también “casualmente” con su potente escuadra. El 30 de Agosto de 1282 estaba la flota aragonesa en Trápani. El dominio de los tiempos y la sangre fría del rey no dejan de llamar la atención. En Palermo, Pedro III fue proclamado rey de Sicilia. A continuación, evitó una batalla campal, haciendo bueno lo de que “a enemigo que huye, puente de plata”. Entraría en Mesina el 2 de octubre cuando Carlos de Anjou ya no estaba allí. Mesina, puerto y puerta de Sicilia, estaba y estaría por muchos siglos por el rey de Aragón y el escudo de Sicilia con el águila Hohenstaufen, iba también a permanecer durante siglos, entre las armas de los monarcas de las Españas.
Evidentemente, Felipe III de Francia y el papa Martín IV , francés y hechura del anterior, además de acérrimo enemigo de la estirpe Hohenstaufen, no pensaban dejar las cosas así. El papa excomulgó a Pedro III y entregó sus reinos a Carlos de Valois, hijo del rey de Francia. No obstante, el 12 de Abril de 1283 entraba la reina Constanza con sus tres hijos en Mesina en medio de una alegría inenarrable, justo cuando la encrucijada histórica ante enemigos extremadamente poderosos, se tornaba endemoniada para el rey aragonés, en el ámbito internacional.
En 1284 llegó el contraataque angevino en Sicilia. Roger de Lauria acabó derrotando a la nueva escuadra enemiga que con grandes esfuerzos económicos había aprestado Carlos de Anjou y que acudía en socorro de la sitiada guarnición francesa de Malta. “Dióse, pues, en las aguas de Malta uno de los combates navales más sangrientos y terribles de aquel tiempo, pero merced a la serenidad y destreza del almirante Lauria y al arrojo de sus hombres….el triunfo de los de Aragón y Sicilia fue completo, aunque costoso: quinientos habían sido muertos o heridos”. Con Malta y Sicilia aseguradas, el almirante se internó en la bahía de Nápoles asolando con sus galeras, mediante contundentes razzias relámpago y devastadoras operaciones anfibias, las cercanías de Nápoles y bloqueando simultáneamente la bahía. Los napolitanos enfurecieron y Carlos el cojo, príncipe de Salerno, hijo de Carlos de Anjou, salió con su escuadra tras él, pero Lauria no tenía rival en la mar, como la tozuda realidad se encargaba de demostrar una y otra vez. Engañó primero al príncipe francés fingiendo huir, después viró y lo destrozó haciéndolo además prisionero. Gracias al botín obtenido, se pudo pagar a las tripulaciones, ya que de Aragón no se podía esperar económicamente nada, dadas las circunstancias.
La presión aragonesa en el sur de Italia era tan fuerte con las continuas victorias de Lauria, que el rey de Francia, Felipe III “el atrevido” , tuvo que abrir un segundo frente para aliviar la comprometida situación de las armas angevinas en esa zona. En los puertos de la Provenza, “hallábanse aparejadas ciento y cuarenta galeras, con sesenta taridas y varias otras embarcaciones”, “ciento y cincuenta mil hombres de a pie, diez y siete mil ballesteros y diez y ocho mil seiscientos caballeros”. El comportamiento criminal de las tropas francesas durante su camino de invasión les privó, como en Sicilia, del apoyo de la población, que defendería masivamente al rey de Aragón. Las tropas francesas se veían acosadas en todas partes, por los almogávares, maestros en las tácticas de guerrilla.
Pedro III había aprendido muy bien en las campañas de su padre que las guerras se decidían en la mar, que para vencer había que señorear la mar como un siglo se lo muestra a otro siglo. Pero la guerra contra Francia era una guerra de David contra Goliath. Aragón tenía 1 millón de habitantes frente a los 15 de Francia. En toda comparación perdía Pedro III , salvo en la calidad de su fuerza naval. Por eso, mandó llamar a Roger de Lauria. Y en la zona de las islas Hormigas, el 28 de Agosto de 1285, frente a Palamós, el almirante de Aragón atacó en medio de la noche. Franceses y genoveses intentaban confundir a los aragoneses, repitiendo su grito de guerra: ¡Aragón! , ¡Aragón!. De poco les valió, los certeros ballesteros aragoneses, arrasaron las cubiertas enemigas con salvas incesantes que no permitían a nadie asomar la cabeza, causando estragos en las tripulaciones enemigas. A continuación los almogávares pasaron al abordaje. Los franceses perdieron entre 15 y 20 galeras y tuvieron más de 4000 bajas. La derrota francesa fue humillante y la victoria de la flota de Aragón incontestable, absoluta, sin paliativos, decisiva. Un Roger de Lauria invicto, inasequible al desaliento, duro como el acero, tan impenetrable y enigmático para sus enemigos como carismático para sus hombres, era ya una leyenda en el Mediterráneo, aunque entre los pliegues y repliegues del tiempo, lo hayamos olvidado.
Y una de las claves de esas victorias fue la galera, el barco de guerra más utilizado en el Mediterráneo. A pesar de su reducida autonomía por su necesidad de aguada diaria, aportaba ventajas indiscutibles: su capacidad de bogar contra el viento, su escasa visibilidad en la mar sin velas y navegando a remo o su versatilidad para trasladar tropas rápidamente de un lado a otro y desembarcarlas en la misma playa. Tales ventajas, en manos de un marino excepcional como Lauria eran determinantes e inapelables.
Tras la aplastante derrota, solo la clemencia de Pedro III permitió al rey francés y a su séquito salvarse. Ellos pudieron pasar, el resto del ejército fue diezmado en su retirada por las tropas aragonesas, compuestas por caballeros, almogávares y gran parte de los miembros de la flota. La matanza fue terrible. Es muy conocida la pintura de Pedro III en el collado de las Panizas mientras contemplaba todos aquellos acontecimientos y saboreaba su victoria.
Pedro III fallecería en noviembre de 1285, en la cúspide de su gloria, y tal y como siempre ha sucedido con los héroes legendarios , grandes literatos se harían eco de sus hazañas. Dante, Boccaccio o Shakespeare son prueba de lo dicho, aunque con una lógica incomprensible, nosotros lo hayamos olvidado.
Nos cuenta Zurita que en el año 1305, en Valencia, “murió el almirante Roger de Lauria , el más famoso y excelente capitán que antes y después de su tiempo ovo jamás por la mar y nunca vencido en ella”, según algunos historiadores, organizando una nueva expedición naval de refuerzo para los almogávares destacados en Bizancio, en uno de los puertos principales y de más tradición marinera de la corona de Aragón: Valencia. Esa Valencia que disponía del primer consulado del mar de la península desde 1283, por concesión de Pedro III el grande. Esa Valencia que tenía por escudo una ciudad sobre las aguas hasta 1377.
Sin una flota poderosa y una corona comprometida con su mantenimiento y mejora, ni Aragón hubiera podido sostenerse en Sicilia, ni las Españas que nacieron allí, crecer y desarrollarse. Una de las nuevas f ragatas F-110 de la Armada española que en pocos años surcarán los mares mostrando el pabellón de España, llevará el nombre del gran Almirante Roger de Lauria y si algún día se ampliara la serie y otro buque llevara el de Pedro III el grande, ambos héroes españoles, volverían en un precioso guiño histórico, a navegar juntos, a mostrar por los mares del mundo, dos nombres grandes de nuestra inigualable historia, dos nombres que aún hoy, nos hacen vibrar. Y tengo para mí, que si tal cosa sucediera, se habría hecho algo grande, pero esa sería ya otra historia.