José Luis Torró - Al Punto

Sánchez nos salva, Aleluya

«No quiere el presidente que los muertos, a los que quiere olvidar como sea aún a costa de hacer el ridículo como ya lo hace, ensombrezcan ante la opinión publica una gestión de la que tan ufano se siente»

Pedro Sánchez, en el Senado EFE

Con su reconocida maestría exalta don Miguel de Cervantes la virtud de la gratitud en boca de don Quijote. En el episodio de la chusca liberación de unos galeotes, a los que libra de sus encadenamientos, dice a Sancho: ”De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. Lejos de seguir las enseñanzas del inmortal señor de la Mancha, los españoles tendemos con suma facilidad a postergar, o peor que eso, a no mostrar nunca el agradecimiento a quien nos hizo favor. Por eso don Quijote, a sabiendas de lo muy olvidadizos que somos sus paisanos, insistirá: “Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno ”.

Bastará un botón como muestra para que reconozcamos en el paisanaje español su escasa propensión de ser agradecidos para con quienes nos procuraron bienes, ayudas, apoyos y hasta puede que alguna pingüe y graciosa concesión. El martes de esta misma semana el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, sin hacer ostentación de alguna de las muchas virtudes que figuraban en el extenso catálogo de las que atesora y cultiva como son la modestia y la humildad, vino a decir en el Senado que gracias a su gestión como presidente del Gobierno de España se habían salvado 450.000 vidas de españoles frente el coronavirus.

Desde que supe de tan fantástica y vivificante declaración no quepo en mí de agradecimiento y no veía llegar la hora de poder sentarme ante el teclado para mostrar por escrito el público agradecimiento que esos 450.000 españoles, además de sus familiares, amigos, compañeros de trabajo, socios y conocidos debemos al doctor presidente del gobierno salvador.

¿Quién me dice que yo mismo no esté entre los salvados? ¿Cómo no sentirme concernido por esa posibilidad? El agradecimiento debe ser cosa, además de los bien nacidos, de los no muertos. De ahí que quiere dejarlo por escrito en versales, si el libro de estilo me permitiese esa licencia tipográfica: “Gracias, presidente” .

Como siempre ocurre por estos pagos de inmediato se escucharon las ingratas voces de los españoles resabiados y desagradecidos de siempre que reprocharon al doctor-presidente que el fantástico cálculo de vidas salvadas lo hubiese obtenido de “unos estudios independientes”, por más que el balance se hubiese hecho en base a unos estudios que de estudios no tuviesen nada y menos que fuesen independientes . Como si hubiese sido el CIS el que le proporcionase tan hermoso cómputo. Qué más da. El presidente nos salva, aleluya.

Prueba añadida de la modestia, humildad, probidad y hasta pudor presidencial fue dejar en apenas el uno por ciento de la población española los por él redimidos frente a la pandemia, esos 450.000 liberados de la siempre cruel parca. Otro que no fuese él habría dicho que los salvados (incluido el Évole) son “más de la mitad de la población de España”. O todos sus habitantes. Pero no, nuestro presidente, que por algo es doctor en Económicas, dejó su capacidad gestora en el blindaje de menos de medio millón de habitantes.

A la ingratitud de unos españoles hay que añadir la severidad de aquellos otros que reprochan al presidente su incapacidad para sumar los muertos por la pandemia del Covid 19, pero llegado a este punto ya no hay ánimos ni ganas para seguir haciendo uso de la ironía. Porque hay que tener un cuajo propagandístico como sólo es capaz de gastar el doctor presidente, para anunciar para el 16 de julio (festividad de Nuestra Señora del Carmen, añado) la celebración del homenaje nacional, presidido por el Rey de España, a las 27.000 víctimas (sic) del coronavirus. Se podía haber ahorrado una explícita mención al cómputo de fallecidos, pero no. El presidente se ha empecinado en su propósito de tratar de minimizar los letales efectos del retraso en la toma de decisiones y la falta de medios para hacer frente al brutal impacto de la pandemia. De ahí que insistan, tanto él como sus desacreditados voceros, en considerar únicamente como víctimas a aquellas que se les hizo la prueba que ratificaba la causa de su fallecimiento, como si todas las demás, las 16.000 añadidas que si tienen reflejo para el Instituto Nacional de Estadística, no fueran igualmente víctimas y merecedoras del homenaje.

No quiere el presidente que esos muertos, a los que quiere olvidar como sea aún a costa de hacer el ridículo como ya lo hace, ensombrezcan ante la opinión publica una gestión de la que tan ufano se siente. Como si no estuviese siempre dispuesto el escudero Tezanos en hacerle un sondeo ad hoc que lo presente como el más querido, valorado y votado.

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