José Luis Torró - Al punto
Pedro Sánchez, el gran Houdini
«Mejor haría el presidente del Gobierno si se guardase de los golpes que los Iglesias, Rufianes, Oteguis y demás ralea indepe y comunista acabarán por propinarle»
Harry Houdini fue una celebridad en su tiempo. Experto en escapismo, conseguía entusiasmar, incluso aterrorizar, a los espectadores que asistían a sus multitudinarios y celebrados espectáculos. Se hacia meter en un gran depósito de agua con las manos y los pies sujetos por esposas, argollas, cadenas y, además, embutido dentro de una camisa de fuerza que era amarrada a la vista de todos. Houdini, el gran Houdini como le anunciaban en circos, teatros y estadios lograba desembarazarse una y otra vez de todas aquellos artilugios con que había sido inmovilizado. Así, una y otra vez, miles de veces.
Trucos aparte, Erik Weisz , que así se llamaba antes de emigrar desde su Hungría natal a los Estados Unidos en donde alcanzaría gran celebridad, era un tipo que estudiaba a fondo las artes y embelecos que hacían posible el éxito de sus números, además de entrenar su cuerpo con esfuerzo y constancia para ser, como lo era, un campeón de natación y con gran capacidad para la apnea. Vamos, que no era un enclenque ni escuchimizado que pudiera escaparse por una rendija cualquiera. Sabía cómo hacerlo y lo hacía como el más consumado profesional de la magia .
El presidente del desgobierno de lo que va quedando de España, Pedro Sánchez , le ha cogido gusto a sus comparecencias dominicales en la televisión. Sus primera, segundas, terceras intervenciones merecieron la conexión de esta, aquella y la televisión de más allá, pero no parece que los programadores de las privadas estén por seguir alterando la parrilla de los domingos para que el doctor Sánchez Pérez-Castejón haga aquí lo mismo que Nicolás Maduro en Venezuela, un «Aló, presidente».
El pasado domingo la audiencia bajó de modo considerable porque por mucho que La 1, la de Rosa María Mateo , mantuviese durante todo el tiempo la perorata del sanchezdiario, las demás acabaron por desentenderse ante el temor de que la audiencia se fuese de cabeza a un canal temático por considerar que era mejor un documental sobre la fosa de las Marianas, que una nueva demostración del yo, mi, me, conmigo, a la que tan dado es el pandémico Pedro Sánchez .
Después de su habitual introito, que volvió a ser tedioso y farragoso, durante el que se regodea, relame, gusta y disfruta a falta de una abuela que para nada necesita que le colme de elogios por tan ególatra cometido, llega los turnos de las preguntas. Algo ha mejorado la cosa si se la compara con la primera conferencia de prensa en la que el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver , fue el único que hizo preguntas, presuntamente remitidas por algunos medios de comunicación (y enteros de propaganda), para mayor lucimiento del maestro que, en este caso, no se le puede otorgar la equivalencia del sinónimo diestro por obvias razones que el lector entiende.
El plante periodístico de los medios más serios del país, e incluso las quejas de asociaciones de la prensa de suyo poco dadas a salir en defensa de la profesión, tuvieron su efecto y los periodistas pudieron preguntar por teleconferencia y últimamente de modo presencial. Esa protesta debería volver a repetirse como respuesta a la imposibilidad de repreguntar , necesidad más que evidente ante la actitud indolente que adopta el presidente cuando le incomoda lo preguntado. Cuando eso ocurre el presidente se escabulle con apáticas e insustanciales respuestas que nada tienen que ver con lo preguntado. O lo que es lo mismo, que estamos ante una nueva actuación de este otro gran Houdini reencarnado en Sánchez y tan capaz como aquel capaz de desembarazarse de toda clase de grilletes, ligaduras o bridas, cajas fuertes y baúles en los que fuese encerrado.
Escuchando las respuestas sanchistas, que por un momento recuerdan a aquel «diálogo para besugos» –buenos días, buenas tardes—de la revista Mortadelo , al telespectador le asaltan las dudas: ¿Será autista este hombre? ¿Tal vez padece una sordera acomodaticia y escucha lo que le conviene? ¿O tiene un morro que se lo pisa y desprecia al periodista incisivo, ninguneándole las respuestas que demanda? El lector tal vez se plantee sus propias dudas sobre la displicente actitud del presidente y disponga de una distinta valoración ante tanto desdén como muestra el doctor Sánchez cuando la pregunta le resulta incómoda o inconveniente.
¿Qué no le preguntaron por la disparidad existente entre la cifra de fallecidos por coronavirus que da el Ministerio de Sanidad y el Instituto Nacional de Estadística –a cuyo responsable no le arriendo la ganancia—y el presidente resolvió la dramático diferencia diciendo que no eran cifras «contradictorias sino complementarias»?
¿Y qué decir de sus respuesta a la serie de encadenadas preguntas de otro periodista al que Houdini Sánchez se quitó pronto de encima diciendo que no compartía lo que consideraba eran afirmaciones hechas por el colega?
El gran Houdini terminó abruptamente su carrera a la edad de 52 años. Tenía cuatro años más de los que ahora tiene el presidente nacido en el bisiesto 1972. El mago aceptó el desafío que unos estudiantes le hicieron después de una actuación en Montreal : demostrar su fortaleza y capacidad de resistencia a los golpes que le lanzaría uno de los estudiantes, que resultó ser ducho en boxeo. Houdini aguantó el embate de aquel bruto pero uno de los golpes le debió producir una lesión intestinal que deterioró rápidamente su salud y degeneró en peritonitis que le costó la vida.
Por más que Houdini Sánchez se muestre –y cada vez mas—crecido y encantado de haberse conocido, mejor haría si se guardase de los golpes que los Iglesias, Rufianes, Oteguis y demás ralea indepe y comunista acabarán por propinarle si no entrega a cada uno de ellos todo cuando le exijan para que él pueda seguir como inquilino de la Moncloa. Cree en su soberbia que podrá con todos ellos y éstos creen que podrán con él.