José Luis Torró - Al Punto

¿Miedo, Pablo? El de la señora Amparo

«Alegar que Iglesias y Montero se han sentido amenazados, precisamente ellos, que cuentan con extraordinaria protección policial, no resulta verosímil»

Resultan poco creíbles las razones esgrimidas por el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias y su pareja, la ministra de Igualdad, Irene Montero, para suspender abruptamente sus vacaciones en Asturias. Alegar que se han sentido amenazados, precisamente ellos, que cuentan con extraordinaria protección policial, no resulta verosímil. Huele, más bien apesta, a excusa victimista muy en la línea pablista a la que parece abonarse cada vez que tiene un problema.

Y, dado que los líos y empastres se le acumulan, nada mejor que hacer lo mismo que el calamar. Tinta y más tinta para maquillar o obscurecer los casos que le van saliendo al encuentro. Llámense Dina o Dana. O la fraudulenta financiación de su partido , razón por la que varios de los suyos ya han sido imputados. Desmintiendo su cacareo de antaño al líder podemita no le ha dado por dimitir. Otra promesa que se pasa por el forro de sus incongruencias.

Si tenemos en cuenta el despliegue de agentes y vehículos de la Guardia Civil, que de modo permanente custodian el famoso casoplón de Galapagar, la protección de la pareja ministerial no habrá sido menor durante el traslado y llegada a la Felguera. Lo de sentirse amenazada, por mucho y desagradable que sea lo que puedan haberle escrito en las redes, resulta como poco ridículo. Y si la tremenda intimidación se produce por una pintada – “coleta, rata” – aparecida en una carretera, si una pintada, no decenas de ellas, la excusa dada para volverse a Madrid alcanza la condición de chocarrera.

Miedo es el que sintió y siente la señora Amparo, esa vecina de Valencia a la que un mala bestia – perdón, presunto bestia—no sólo le robó el bolso sino que en su insania hijoputesca le propinó una coz que, gracias a Dios, no acabó con la vida de la señora cuyos cardenales y nariz rota son la prueba de la ferocidad de su atacante.

Que se quede todo el mundo intranquilo. Si a estas horas todavía el cafre no ha sido puesto en libertad, no ha de tardar mucho la justicia en hacerlo, de modo que el asaltante podrá volver a disponer de su tiempo para seguir atacando a toda señora Amparo que se le ponga a tiro. Porque el Gobierno del que es vicepresidente Pablo Iglesias no es que no tenga prisa, es que tampoco tiene ganas , de modificar la legislación penal para que acciones como la perpetrada por el agresor de todas nuestras señoras Amparo no queden sin inmediato castigo de cárcel. O mejor que eso, de expulsión a su país de procedencia si se trata de un individuo que ha venido aquí no a trabajar, como hace el inmigrante honrado, sino a delinquir como ya aparece acreditado en su abultado currículo delincuencial.

Quienes pueden alegar su copyright por ser los inventores del escrache, y haber sido de los primeros en practicarlo y promoverlo, ahora se la cogen con papel de fumar cada vez que alguien –con una abigarrada barrera humana de policía de por medio—les dedica alguna lindeza. ¡ Cuánto molesta ahora un escrache si lo padece un podemita y cuánto era jarabe democrático hacérselo –pongo por caso—a Rita Barberá, Rosa Díez, Esteban González Pons que, además, no disponían de la protección de que ahora goza Pablo Iglesias.

Iñigo Errejón, otro que tal baila, ha aprovechado lo ocurrido a Iglesias-Montero para impartir doctrina con la demagogia que suele hacerse acompañar: “Un escrache es una forma de protesta puntual que visibiliza una problemática social y da voz a quien no la tiene. El acoso a Pablo Iglesias e Irene Montero es persecución ideológica intolerable. Difícil no pensar las consecuencias que tendría si fuesen otros”. Esa vara de medir está trucada y ya no sirve.

El arriba firmante manifiesta, y así lo hace constar, que está en contra de esas prácticas de acoso e insulto. Como lo estuvo antes cuando los ahora acosados –con estupenda escolta policial de por medio—eran los acosadores y que, por lo tanto, no iban a manifestarse en contra como ahora reclaman los muy miedicas y cínicos.

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