José Luis Torró - Al punto

La mascarilla misteriosa

«Se compró tarde, caro y mal a través de comisionistas que no tenían experiencia alguna y si muchas ganas de llevarse una muy jugosa tajada»

Última hora del coronavirus y las fases de la desescalada en la Comunidad Valenciana

Durante mucho tiempo la ciudadanía española consideró que el uso de la mascarilla era cosa de gentes del lejano este y que aquí era del todo innecesario, cuando no ridículo, ir embozado por la calle con esa prenda. A nosotros no nos iba esa prevención/precaución que, en honor a la verdad, es una higiénica muestra de cortesía hacia los demás al cubrirte nariz y boca si estabas afectado por un resfriado, una gripe u otra dolencia de potencial contagio. En eso que llegó la pandemia del Covid-19 y vimos a miles de chinos tapados con su sanitario antifaz. No hicimos caso, porque pensamos que esa era costumbre y uso entre orientales. El contagio fue a más y en febrero ya había llegado al solar patrio sin que el Gobierno de Sanchiglesias se diese por enterado. O lo que es peor, que comenzaron las comparecencias televisivas del doctor Simón quitando importancia al coronavirus, que venia a ser algo así como una gripe que no tenía la menor intención de importunarnos.

Por mas que pueda parecer reiterativo dar cuenta de estos detalles previos a la pandemia, conviene hacerlo para contrarrestar el relato oficial con que el pandémico desgobierno insiste en propagar que se actuó cuando se debía y no más tarde. Las evidencias demuestran lo contrario, que sí sabían la que se nos venía encima y que el sanchismo no supo reaccionar. O no quiso para no interferir en la programación de actos y manifestaciones con motivo del 8M, Día Internacional de la Mujer . Esta criminal demora en la confinación del personal se tradujo en exponencial multiplicación del mal que nació en Wuhan.

La ciudadanía se debatía en la duda mientras la pandemia seguía avanzando y nos jodía vida y hacienda al provocar cada día una nueva y brutal hecatombe : ¿Debía usarse la mascarilla ? ¿Era conveniente hacerlo o resultaba contraproducente? ¿Dónde se podían conseguir? ¿Había que llevarla todo el día puesta? ¿También en la cama o sólo cuando se salía de compras? El Gobierno no sólo no lo aclaraba sino que cada uno de los presuntos expertos portavoces que hacían uso de la palabra afirmaban lo mismo que negaban. Los lunes, miércoles y viernes, decían que sí a la mascarilla. Los martes y jueves, que no, que incluso su uso podía ser peligroso o contraproducente. Para que el asunto resultase todavía más enrevesado y contradictorio, los sábados hablaba en la tele el presidente del Gobierno y con ese tono entre empalagoso y plasta que se gasta el docto doctor Sánchez dijo que el uso de la mascarilla podía ser conveniente o no, e incluso todo lo contrario.

El personal, al que se le había obligado a encerrarse en sus casas por evitar la propagación del contagio, seguía inmerso en titubeos. Los paisanos, por si acaso, decidieron proveerse de mascarillas pero conseguirlas, incluso a un precio desorbitado, se convirtió en aventura que no desmerecería de los trabajos de Indiana Jones en su empeño por hacerse con el arca perdida.

Un hombre con mascarilla habla por teléfono en Valencia MIKEL PONCE

Pregunté a un estudioso del comportamiento humano y me facilitó una serie de apuntes sobre el misterioso y contradictorio modo de proceder gubernamental sobre las mascarillas. Y esto vino a decirme: No las hay porque el Gobierno no atendió en tiempo y forma los avisos de la OMS dando cuenta de la imperiosa necesidad de proveerse de los medios de protección contra un virus que venía arreando con incontenible capacidad de propagación. El Gobierno siguió siendo torpe y lento incluso cuando ya el peligro estaba extendido en nuestro país. Culpa suya fue el desabastecimiento sufrido por el personal sanitario y de ahí la brutal infección sufrida: Más de cincuenta mil profesionales de la medicina contagiados y sesenta muertos. La decisión de concentrar en el Ministerio de Sanidad la compra de material médico se reveló lenta a la par que e ineficaz. Se compró tarde, caro y mal a través de empresas intermediarias – comisionistas para entendernos– que no tenían experiencia alguna y si muchas ganas de llevarse una buena y jugosa, muy jugosa tajada . Algunas de esas empresas son tan fantasmagóricas que hasta el BOE (sí, si, el Boletín Oficial del Estado) desconocía su domicilio y localidad.

Esta semana el doctor Simón ha confesado con la más absoluta desvergüenza y desparpajo la verdad de las mascarillas, dando por desvelado el misterio que las rodeaba. A partir de ahora serán prenda de obligado uso y no sólo cuando se viaje en transporte público, por la sencilla razón de que ya las había en el mercado.

Por cierto, que un buen número de las mascarillas que ya se pueden adquirir en tiendas y farmacias han sido fabricadas en Ontinyent . Una vez más la capacidad de reacción e iniciativa de varios empresarios de la ciudad y comarca lo están haciendo posible. El Ayuntamiento presidido por Jorge Rodríguez ha apoyada la creación de un clúster sanitario-textil con algo más que palabras, trescientos mil euros en dos anualidades, que están ayudando a que cientos de miles de mascarillas made in Ontinyent ya estén actuando como eficaces barreras con las que frenar al hideputa del coronavirus.

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