José Luis Torró - Al punto
Máquinas contra empleados de banca... y clientes
«Tenemos que enfrentarnos a un dispositivo parlante para decirle que no queremos hablar con una máquina por mucho que tenga creído su ingenio para responder»
La primera vez que vi un artilugio que contaba billetes fue en la Caja de Ahorros de Valencia, sucursal La Cigüeña. La empleada me entregó la cantidad solicitada y yo, al tiempo que le daba las gracias, me permití darle un aviso. «Esa máquina le quitará algún día su puesto de trabajo». Sonrió. No la máquina sino la señora aunque perfectamente pudo haber ocurrido al revés. Volví a coincidir durante algunos meses más en la misma sucursal con la misma empleada y con cada vez más máquinas a su alrededor y al mismo tiempo menos personal en la oficina.
No habrían de pasar muchos más meses cuando me crucé en horas de oficina con la misma trabajadora de la C aja de Ahorros de Valencia en el puente de Calatrava. «Tenías razón –me dijo— cuando me comentaste que la máquina que contaba billetes iba a quitarme mi puesto de trabajo. Ya me han prejubilado».
Como ella, miles y miles de empleados de bancos y cajas de ahorro han sido prejubilados , despedidos o, como mal menor, trasladados a otra oficina por mor del propósito de los dirigentes de entidades financieras de reducir costos a toda costa, porque el negocio bancario ya no es lo que era. O eso, al menos, es lo que dicen como justificación de las escabechinas que han hecho en tiempos pretéritos y siguen haciendo en tiempos muy presentes.
Desde las entidades financieras te llegan mensajes invitándote subrepticiamente a que te olvides de acudir a la oficina que tenías por uso y costumbre, que mejor si te descargas una app y así podrás operar desde el teléfono móvil. O que aprendas a hacer bizum para facilitarte la rapidez de las gestiones.
Carlos Sanjuán, jubilado y vecino de Valencia, ha emprendido «una auténtica cruzada» al decir del redactor de ABC que da cuenta del empeño de este señor, capaz de haber reunido ya más de 135.000 firmas con el propósito «de que los bancos atiendan presencialmente a las personas mayores».
Aquí dejo patente mi apoyo, solidaridad y afecto con el señor Sanjuán. Y añadiría una coda a su petición, que esa atención sea igualmente posible para las personas, mayores o no, sobre todo si son provenientes de otros países y todavía tienen dificultades con el idioma lo que las incapacita hasta el punto de casi no saber como solicitar (a otro mamotreto instalado al efecto, por supuesto) el ticket que establece el turno para ser atendido, tal como también ocurre en una charcutería.
Al igual que ya he dejado anotado mi apoyo, solidaridad y afecto al señor Sanjuán, también me permito comentarle que no debe hacerse ilusiones porque serán vanas. Su petición, de lo más razonable y razonada, acabará siendo desestimada por la dirección de la entidad de ahorro a la que se ha dirigido. A lo sumo le ofrecerán una dirección de correo electrónico a la que dirigir su queja. O mejor que se descargue las aplicaciones del banco, consideradas poco menos que un haz de varitas mágicas capaz de conseguir cualquier deseo.
Batalla perdida la de los usuarios. Tenemos que enfrentarnos a un dispositivo parlante para decirle que no queremos hablar con una máquina por mucho que tenga creído su ingenio para responder, que no para solucionar.
Si por una de aquellas tiene la autómata el detalle de ofrecerle la posibilidad de ser atendido en castellano o valenciano diga que sea en castellano. Me explico. Le ocurrió a un amigo trilingüe interrogado por la máquina sobre sus preferencias lingüísticas. Tras pedir que fuese en valenciano se encontró con una voz tan, tan del Principat (no se como resolverán esa denominación si siguen con el perra de la republiqueta) que decidió cortar. Y no sólo la comunicación sino su vinculación con la entidad.
«No te compliques la vida ni hagas mala sangre, le dije, pásate a Caixa Ontinyent que, mira por donde, es la única entidad netamente valenciana que nos queda». Y eso ha hecho. De nada.