Jose Luis Torró - Al punto
¿Encierro?: lo de Ortega Lara
«Lo nuestro es un encierro, un confinamiento, una cuarentena ma non troppo, no un secuestro»
Llevamos poco más de tres semanas, casi cuatro ya, de confinamiento en nuestra casas por la crisis del coronavirus y ya nos parece una eternidad, con problemas psicológicos incluidos. Y eso que todavía podemos salir de nuestro encierro para comprar lo necesario. La prohibición de libertad de movimientos tiene su razón de ser en un virus que ha conseguido paralizar la economía y retener en sus domicilios a un tercio de la población mundial. Entienden los expertos que quedarse en casa es la mejor, y acaso la única medida efectiva, para poner freno y barrera a mal tan contagioso como el que nos tiene acogotados. Nos creíamos infalibles, vacunados contra todo y prepotentes, pero ha bastado un virus para trastocarnos vidas y haciendas. Y lo que todavía nos queda por ver y padecer.
Llevan contabilizadas las autoridades más de diez mil muertos en España y alguien contrapone a esa escalofriante cifra los fallecidos en años anteriores por culpa de la gripe. No es tan mortífero el Covid-19, dicen . No sé qué puede tener de consuelo paliativo esa comparación para que venga a levantar el ánimo frente a nuestra impotencia ante esta pandemia que sigue cabalgando como desbocado caballo apocalíptico.
En estos días de enclaustramiento me ha venido al recuerdo repetidamente el encierro, entierro en vida, sufrido por José Antonio Ortega Lara , que estuvo secuestrado por la banda terrorista ETA durante 532 días. Si nosotros, que llevamos menos de cuatro semanas de reclusión, nos sentimos agobiados, ¿cuánto más hubo de sufrir ese hombre porque unos hijos de puta decidieron secuestrarlo y retenerle durante año y medio en un zulo-ataúd? Cuando la Guardia civil hizo posible el milagro de devolverle a la vida, toda persona de bien quedó sobrecogida al ver las condiciones extremas, del todo terribles, horribles, de la máxima insalubridad, sin ni siquiera poder estar erguido dadas las reducidas dimensiones del cubículo donde lo tuvieron metido. Y así y allí, durante 532 días y sus noches, enterrado en vida.
Propongo al lector contraponer nuestro propio aislamiento casero , con familia, tele, wifi, ordenador, teléfono, nevera, ducha… con las dramáticas circunstancias padecidas por Ortega Lara. A poco que nos reste un adarme de piedad nos sentiremos concernidos por el miedo, el dolor, la angustia, el pánico, la desesperación, sentimientos que fueron golpeando minuto a minuto, los setecientos sesenta y seis mil minutos en que Ortega Lara estuvo bajo tierra.
Dejo por un momento la redacción de este artículo. Voy al baño, me lavo las manos, me pongo un vaso de agua, me asomo al balcón y me dejo acariciar por los rayos de un sol placentero a esta hora de la tarde, y que tan oculto ha estado en gran parte de este lluvioso y ya vencido mes de marzo. Llamo a un par de amigos para saber cómo están y cómo lo llevan . Les comento lo de Ortega Lara sobre lo que estoy escribiendo y coinciden, como personas de bien que son, en lo terrible y espantoso que tuvo que ser ese secuestro, el más largo de los que se tiene constancia en España. “Añade una diferencia fundamental respecto a lo que comentas”, me dice uno de los amigos, “nosotros sabemos que, en dos, tres semanas, puede que sea un mes mas, acabará nuestra clausura. A él los etarras nunca le dieron el más mínimo margen para la esperanza ”.
Y hay otro encierro, el que padecen de por vida aquellas personas con alguna discapacidad física o mental. Personas que llevan de por vida pegado al cuerpo una silla de ruedas, unas muletas, u otras prótesis. Personas que nos reclaman solidaridad y apoyo. Personas que, dentro de tres o cuatro semanas, terminado nuestro enclaustramiento, ellas seguirán con el suyo. De por vida .
Lo nuestro es un encierro, un confinamiento, una cuarentena ma non troppo, no un secuestro, como el de Ortega Lara y otros muchos más que también lo sufrieron a manos de los malnacidos canallas de la banda terrorista ETA. Lo nuestro es un periodo de clausura, ni siquiera monacal, del que esperemos benefactores frutos y acabe esta suerte de peste que se nos ha venido encima. Que mantengamos alto el ánimo, es menester. Ya falta menos.