José Luis Torró

El coronavirus y la obsesión por el papel higiénico

«Hubo un tiempo en que aquí, en España, el papel higiénico era un lujo»

Imagen tomada en un supermercado de Valencia EFE

Lo hubiese entendido si fuesen personas mayores, es decir, gente de mi edad o más. O si fuesen venezolanos exiliados por culpa del chavismo-madurismo-podemita , pero pocos mas tenían razones para haber mostrado el afán acaparador con que se les vio cargar hasta más arriba de los topes los carros de la compra. Arramblaron con todos los paquetes de papel higiénico que encontraron en los lineales de tiendas y supermercados, como si tuviesen a su cargo todos los culos de su comunidad de vecinos. O del barrio entero.

Hubo un tiempo en que aquí, en España, el papel higiénico era un lujo. La posguerra fue muy dura y lo único que abundaba era la escasez. Escasez de todo. No figuraba la producción de papel de baño entre las prioridades que atender. Entrar al baño de una gasolinera para alivio del cuerpo obligaba a poner los pies, según fuese la necesidad, de frente o de espaladas, sobre dos promontorios que sobresalían en el inodoro conocido como placa turca. El señor Roca no había conseguido introducir todavía el water de asiento que con los años sería el más común.

En la placa turca, dicen los expertos, el cuerpo expulsa mejor los detritus que necesita evacuar de tanto en tanto de mejor, haciéndolo de mejor modo y manera por la obligada colocación en cuclillas, lo que da ventajas defecadoras. En las tazas del mentado señor Roca la existencia de un poso de agua, renovado después de cada uso, crea una suerte de barrera psicológica que otorga cierta seguridad cuando te allí sientas. No ocurre lo mismo con la placa turca, presidida por un gran ojo, agujero insondable, por el que tratas de introducir el envío intestinal del que pretendes deshacerte. En aquellos tiempos, digamos que hasta bien entrada la década de los sesenta , era habitual encontrar en esos retretes un gancho en el que habían sido ensartado paginas de un periódico de la zona, divididos en cuartos u octavos según fuese la extensión del diario. Y sí, con ese tipo de papel mal que bien se hacían desparecer los restos del que pudieran haber quedado por la zona del antifonario.

Habrían de pasar algunos años dándole al papel de periódico un destino complementario a la lectura para que se introdujesen en el mercado los primeros rollos de papel higiénico. Con la marca Elefante se vendía un papel que de suministrarse hoy en día hubiese logrado la mediación del Defensor del Pueblo , en nuestro caso del Sindic de Greuges , porque, en efecto, era agravio y no poco, tener de restregarte el ojo del culo, cuyas gracias y desgracias relataría don Francisco Quevedeo y Villegas , con aquella lija sustitutiva del papel en el que se daba cuenta de un gol de Puskas o de los acuerdos del Consejo de Ministros presidido por Franco en el palacio de Ayete.

Imagen tomada en un supermercado de Valencia EFE

¿Y por qué decía lo de atinar, de modo que el envío se colase por el agujero negro? Porque no resultaba estético salir del excusado , otra denominación también caída en desuso, y dejar expuesto a la curiosidad, pero sobre todo al hedor, el mondongo. Y digo que sería muy conveniente defecar en cuclillas pero también peligroso porque al menor descuido se escapa de alguno de los bolsillos una moneda, las llaves del coche o cualquier otro utensilio o artilugio, hoy día el teléfono móvil parece predestinado a acaba en el fondo de la letrina. Ese tipo de cloaca ( obsérvese la riqueza de la lengua castellana para disponer de tantos sinónimos ) dio pie a un chiste que no me resisto a no reproducir. Se dice que iban de vuelta a sus localidades de origen unos soldados recién licenciados que habían hecho la mili en Almería. Uno de ellos era catalán . Llegado que fue el tren a Valencia aprovechó el noi y uno de Castellón que viajaban juntos un trasbordo para entrar en el albañal de la Estación del Nort e con tal de hacer de cuerpo. Terminó rápido el de la Plana y como escuchase maldecir al compañero le preguntó por el motivo de su enfado: “Me cague en la mare que ha parit el comú. M’ha caigut un duro damunt la merda” .

El soldado de Castellón trató de hacerle ver al colega catalán que siendo notable la pérdida de un duro (su equivalencia actual es la de tres céntimos de euro) no valía el esfuerzo tratar de rebuscar la moneda entre el pestilente excremento por más que se ayudase de un bolígrafo bic ya popularizados en aquel momento. Irritado el catalán por la que considerable insoportable pérdida dio muestras de su notable ingenio y comentó: “Tens raó, un duro no va cap lloc i no cal embrutar-se”. Y sacando del bolsillo una moneda de cincuenta pesetas atinó y la lanzó a la fenomenal cagarruta que recordaba al Canigó en maqueta. Muy solemne el catalán razonó: “Altra cosa son onze duros” . Y siguió rebuscando con la ayuda del Bic naranja, el que escribía fino, porque el Bic cristal era el que escribía normal.

Que el soldado catalán o su compañero de Castellón, cuando la mili era obligatoria, fuese uno de los que actuase como un energúmeno tratando de hacerse con el mayor número posible de paquetes, no se entiende. Mucho menos que fuese gente joven, la que no ha tenido desde que nació problema alguno de abastecimiento de papel con el que limpiarse el culo, la que luchase a brazo partido por hacerse con un paquete de papel, salvo que buscase el de cuatro capas porque a veces no se encuentra.

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