José Luis Torró - Al punto
Un atentado machista, o no
«Las agresiones sufridas por esas dos fallas no deberían quedar impunes y sin su correspondiente sanción, siguiendo la máxima que 'el que rompe, paga'»
Un odiador de oficio, de los que algunos tenemos en el censo municipal cual garrapatas de difícil exterminación, decidió solo o en compañía de otros estúpidos odiadores, dejar una muestra de su r esentimiento asocial . En esta ocasión actuó contra una falla, la de las calles Lepanto-Guillem de Castro, obra de la artista Anna Ruiz Sospedra, que representaba la figura de una mujer desnuda que dejaba al descubierto su entrepierna. En aquella zona se fijó la salvaje bestia parda que anda suelta y decidió destrozarles el pubis .
Lo que en principio parecía ser una vandálica gamberrada que por desgracia y año tras año sufren algunos momentos falleros en momentos de baja intensidad vigilante, se convirtió en boca de las voceras del feminismo rampante en un acto insoportable violencia machista y así lo manifestaron con la habitual contundencia que se gastan a la hora de expresar sus condenas contra el heteropatriarcado, que raro fue que no lo sacasen a pasear en esta ocasión.
La que sigue siendo (por mor de su propia incoherencia personal política y la condescendiente permisividad del presidente Puig) vicepresidenta del Consell y consellera de Bienestar Social, Mónica Oltra , no dejó pasar la ocasión de adjetivar lo ocurrido con la contundencia que suele usar. Y, si bien calificó de vandálico el ataque, añadió de inmediato que era «sobretot masclista». Así lo puso por escrito después de visitar la falla, reunirse con la artista, y mostrarle su solidaria adhesión.
Otro desnudo de un cuerpo humano , en este caso de un varón, hombre, macho, señor, adán, persona, prójimo o individuo –que ya no se bien cómo debo referirme a los sujetos de mi sexo sin molestar al feminismo— y que también es obra de la misma artista, Anna Ruiz Sospedra, para la falla Castielfabib-Marqués de San Juan perdía a consecuencia de una brutal emasculación el aparato reproductor masculino .
Alguna mente calenturienta podría haber comparecido en el ágora de las redes sociales para proclamar su airada protesta ante lo que consideraba un atentado feminista. De momento, no lo he visto publicado. Y mejor que sea así, que no se líe el personal en un duelo tuitero de esos que son tan frecuentes para distracción de ociosos en horas de oficina en organismos públicos rebosantes de asesores.
Las agresiones sufridas por esas dos fallas no deberían quedar impunes y sin su correspondiente sanción, siguiendo la máxima que «el que rompe, paga» . Más allá de las interesadas reacciones de quienes no dejan pasar ocasión de hacer proselitismo para su causa, lo ocurrido es una muestra más del descerebrado modo de proceder de todos aquellos a los que les molesta una papelera, un banco, una flor recién plantada o un espejo retrovisor. Mobiliario urbano que puede sufrir el manotazo o coz de todo energúmeno que, si puede destrozar algún bien, lo destroza. Y le da igual que sea la vagina que el pene de unas figuras de cartón fallero, que un farol, farola o farole.
Convengamos, apelando a la sensatez, que lo ocurrido no tiene porqué ser necesariamente un atentado machista, pero me temo que desde las filas del feminismo haya muchas féminas que no estén por la labor y utilicen este tipo de actuaciones vandálicas para justificar la creación de fundaciones y plataformas , organizar seminarios y simposios, promover foros, foras y fores, todos, todas y todes ricamente subvencionados con alguna suculenta partida de los más de veinte mil millones de euros que la ministra de Igualdad, Irene Montero , tiene a su disposición para hacer y deshacer según le brote de la misma parte del cuerpo que en la falla de Lepanto-Guillem de Castro un salvaje decidió destrozar.