Joaquín Guzmán - Crítica
Wozzeck, un gran triunfo de Les Arts… con alguna reserva
«Es una obra pegada «al terreno» como pocas, por eso tuvo tanto éxito tras su estreno, al contrario de lo que podría parecer de una ópera musicalmente trasgresora»
Con el Anillo wagneriano Les Arts pasó la pubertad con sobresaliente cum laude, ahora con Wozzeck , y entre ambas obras capitales otros hitos destacables, nuestro teatro alcanza la madurez absoluta por la puerta grande. Para ello se sirve de una espectacular producción de la Bayerisher Staasopern , un reparto de primer orden y unos cuerpos estables que se encuentran en un gran momento de forma con un director musical, James Gaffigan , que este año se estrenaba en el cargo y que está demostrando, hasta ahora con más presencia sinfónica que operística, que su elección es uno de los grandes aciertos del equipo artístico responsable del rumbo de la institución.
Partamos de la base que el resultado global de este Wozzeck es en términos generales deslumbrante, tanto desde el punto de vista de la puesta en escena como los resultados musicales de una obra legendaria por su enorme dificultad interpretativa para músicos y cantantes.
En cuanto a la escena, Kriegenburg pretende llevar a las últimas consecuencias el extremo más expresionista de la obra con una producción en la que la sordidez campa a sus anchas desde las mismas paredes de la casa de Wozzeck hasta el vestuario de unos y otros. El agua empantanada, posiblemente putrefacta es un elemento importante a lo largo y ancho de la producción lo que le da todavía un aire más insalubre a todo. El gran cubo suspendido, que se acerca y aleja del espectador, es visualmente un hallazgo. No obstante, mis peros vendrían más por la «idea» que el director de escena tiene de la obra en su conjunto, en la que prima por encima de todo aquello que discurre en la mente enferma del protagonista, más que el carácter social de la obra original, por mucho que haya figurantes que su presencia nos quiere recordar a los desfavorecidos. No olvidemos que el autor de «Boyzeck» el doctor George Büchner era un panfletista que fue detenido en varias ocasiones por esta condición. Si bien es cierto que a través de la podredumbre que reflejan las paredes de la vivienda, o en detalles como arrojar restos de comida al agua para que los pobres diablos se peleen por ella y alguna cosa más, no planea sobre la obra el carácter social, ese mantra que se remite a lo largo y ancho de las quince escenas «nosotros la gente pobre». El personaje de Wozzeck representa a una clase social perdedora y esta producción se centra demasiado en su situación mental individual. De hecho podría especularse que la situación mental extrema que padece el protagonista es agravada precisamente por su miserable condición de paria social. Los problemas mentales y la exclusión social van muchas veces de la mano.
Mi segundo «pero» es visual. Me gusta y disfruto de la producción pero no creo que sea necesario en una obra con semejante texto y música llevar a varios personajes a disfrazarlos como en una película de ciencia ficción. Creo, de hecho, que el texto y la música son mucho más potentes cuando la escena nos aproxima a la realidad de un pasado no demasiado lejano o incluso al presente, pero a la realidad, no a un mundo simbólico y en cierta forma abstracto. En este caso me interesan mucho más la escena «clásica» de Adolf Dresen con Abbado en el podio, de 1987 o la de la película con dirección Bruno Maderna y la ópera del Estado de Hamburgo. Wozzeck es una obra pegada «al terreno» como pocas, por eso tuvo tanto éxito tras su estreno, al contrario de lo que podría parecer de una ópera musicalmente trasgresora . Por otro lado, la música es tan absolutamente detallista, un universo en sí misma, que no sé hasta qué punto estas producciones visualmente tan potentes distraen de la escucha. Demasiado simbolismo en una historia tan cruda y real.
Musicalmente, Gaffigan se enfrentaba a la temible partitura por primera vez y pese a su juventud cumple con muy buena nota. Para ello era indispensable contar con un fabuloso instrumento como es la OCV que se mostró verdaderamente como una verdadera máquina a la hora de reproducir música a la altura de cualquiera de las grandes orquestas del mundo. En una partitura así sería injusto citar a alguno de los solistas, que en algún momento son prácticamente todos los instrumentistas. Ya lo ha dicho el propio director neoyorquino estos días en una entrevista en la web de la Orquesta Sinfónica de Chicago a la que dirigirá en breve: «la OCV, se trata de lejos de la mejor orquesta de España». No obstante, en una partitura tan compleja habría sido inaudito que Gaffigan hubiese hecho un trabajo referencial. Todavía hay cosas que pulir y pienso que irá perfeccionando una obra que lleva toda una vida. En algunos instantes tapó a algunos cantantes, no precisamente a los dos protagonistas con un torrente vocal que se imponía en todo momento a la orquesta, y quizás debió recrearse algo más en frases musicales de gran belleza. La marcha militar que presenta al Tambor Mayor resultó prácticamente inaudible al estar «demasiado» fuera de escena. Estremecedores los dos grandes crescendos de la orquesta tras el asesinato de Marie seguidos, sin solución de continuidad, por la mundana y cabaretera música de piano en la taberna, uno de los instantes más estremecedores de la historia de la ópera. Fantástico estuvo también en el interludio final que da paso a la última escena, propio del Mahler más crepuscular, por el que Berg sentía auténtica idolatría.
Por lo que respecta a las voces, el barítono Peter Mattei se lleva el gato al agua con una voz de gran belleza expresiva y una proyección que en todo momento le permitió llegar a todos los rincones de la sala, sin caer en un canto especialmente atormentado como sucede en otras ocasiones, para tapar ciertas carencias vocales. En esta producción su presencia es casi constante a lo largo y ancho de la obra. Excelente también la soprano holandesa Eva Maria Westbroek , poseedora de una voz de enorme poder a la par que densa y carnosa, sin tener que recurrir en momento alguno al grito. Notable su presencia escénica, aunque en este caso tengo predilección por otros monstruos de la interpretación como Meier o Behrens . Muy bien Christopher Ventris vocalmente hablando, y desde el punto de vista actoral preferiría, sinceramente, que tanto él como sus otros dos protagonistas masculinos de los que ahora hablaré, excepto Wozzeck, hubieran ido a «cara descubierta», sin tanto maquillaje, porque si bien el vestuario les otorgaba un aspecto fantasmal e inquietante, casi de otro mundo, en mi opinión queda algo velada la expresión dramática del cantante-actor. Bien Franz Hawlata con el registro bajo adecuado para la tesitura que se demanda, aunque en más de una ocasión su falta de proyección y presencia vocal hizo que se viera sepultado por el torrente orquestal. Andreas Conrad fue un buen Capitán, aunque a mí me gusta un personaje con una voz todavía más histriónica e hiriente si cabe. Finalmente, Tansel Akzeybek , que cierra el grupo de cantantes más importantes de la obra, fue un magnífico Andrés. La sala llena en sus tres cuartas partes braveó a los comparecientes, especialmente a los dos protagonistas, así como a Gaffigan y a la orquesta.