Joaquín Guzmán - Crítica
Un emocionante réquiem para Helga
«Un cierre de lujo -Helga no merecía menos- a una temporada sinfónica verdaderamente magnífica de principio a fin»
Hay que valorar positivamente la sensibilidad de quienes están al frente de Les Arts con la dedicatoria y el recuerdo de este Réquiem verdiano a la figura inolvidable de Helga Schmidt , aunque por muchas misas de difuntos y salas del auditorio que se le dediquen, iniciativa esta última que hay que apoyar sin duda, nunca se hará justicia al escarnio al que fue sometida la intendente austriaca durante la etapa final de su mandato. No es baladí recordar que Schmidt fue encausada penalmente y absuelta de todos sus cargos como al resto de implicados.
Que esta ciudad haya gozado de este excelso Réquiem o de la estratosférica Quinta beethoveniana con Manfred Honeck de hace un par de semanas se lo debemos en buena medida a ella, obsesionada por llevar la excelencia a este teatro más allá de su mandato y partiendo siempre de sus cuerpos estables como son la Orquesta de la Comunidad Valenciana y el ya preexistente Cor de la Generalitat. Un binomio sin parangón en este país . Ya te agradecimos, Helga, tu labor y dedicación en aquellos años imborrables para esta ciudad, y hoy lo volvemos a hacer.
Desde la quietud y la contención más absoluta inició esta monumental partitura con un Kyrie que se iba abriendo paso entre el silencio con lentitud y absoluto control, pero de una forma imparable. La entrada de los cuatro solistas fue antológica cada uno desde su personalidad y, es cierto, con unos medios vocales un tanto heterogéneos.
El único pero de la velada fue la obligada disposición del coro, y el canto a mascarilla puesta que siempre dificulta. Ello provocó que en algunos fortes en los que el coro comparte partitura con la orquesta, aquel se viera mermado en sus posibilidades . Es en esos momentos cuando la masa coral ha de cantar junta, emitiendo el sonido como un trueno y proyectar por encima de los músicos de la orquesta, cosa que fue imposible dada la impuesta dispersión en fondo y laterales del escenario.
No obstante, esta situación se dio en momentos puntuales del Dies Iriae y poco más. En el resto de la obra, el Cor, especialmente implicado, rayó a una altura tremenda , teniendo en cuenta también que en número de efectivos, la presentada, debido a las restricciones por el Covid, no era la formación más adecuada para lo que esta enorme obra demanda.
Como decía, la entrada de los cuatro solistas en el Kyrie ya dieron la medida fabulosa de lo que nos íbamos a ir encontrando en este fascinante viaje. Magnífico Francesco Meli con ese precioso timbre que posee y esa pujanza de una voz con cuerpo, y sin perder la línea de canto en momento alguno por muy comprometido que fuera el pasaje.
Añadir que el italiano estaba literalmente recién aterrizado al sustituir a Fabio Sartori por indisposición de ultimísima hora. La sustitución, a pesar de llegar sin ensayos, no pudo ser más adecuada. Gran clase demostró el bajo Michele Pertusi poseedor de un precioso timbre. Aunque no presuma de grandes medios es de esos cantantes que hace fácil lo difícil. Extremo control de la voz demostró la soprano Eleonora Buratto con una colocación asombrosa y una gran sensibilidad en el fraseo.
Una autentica lección de canto de las que son capaces pocos cantantes nos regaló la veterana mezzosoprano italiana Sonia Ganassi . Con un instrumento que quizás no tenga la frescura de antaño y al que por dimensión le costaba llegar a las zonas alejadas del auditorio (posiblemente tampoco era la cantante ideal para la reciente Santuzza), pero con una expresividad natural y un control de los reguladores del sonido propio de las grandes cantantes. Si la mirada lo explica todo, había que ver a Gatti, en todo momento rendido al arte de la Ganassi.
Gatti domina absolutamente esta partitura y lo que hay más allá de ella, dirigiendo de memoria una obra que conoce hasta en los más íntimos recovecos, y tiene muchos. Se nos pusieron los pelos de punta en un Dies Iriae llevado con cierta pausa en el tempo, aunque con toda la grandiosidad que recoge la partitura.
Con la entrada de los metales, en coral, dispuestos por la sala y el estallido antes de la entrada del coro en fortissimo la emoción se desbordó. Es en ese momento cuando aconteció un instante de zozobra en el coro que no pasó, afortunadamente, de una anécdota al sufrir un desmayo uno de sus integrantes , que fue atendido por sus propios compañeros de fila, debiendo permanecer tumbado más de una hora en la parte superior del coro.
Momentos vocales, orquestales y detalles de dirección a recordar fueron muchos: el pianissimo de las cuerdas en el Lux Aeterna , el estremecedor Agnus Dei -obra maestra de la simplicidad- con del dúo femenino y la entrada del coro posterior, el canto de Meli en el Hostias o el cuarteto en el Domine Jesu Christe y así incontables instantes.
En definitiva, un Réquiem de Verdi antológico , imposible de escuchar hoy día con unos cuerpos estables españoles principalmente porque batutas de este nivel en nuestro país se ponen al frente de nuestra orquesta y coro y poco más. Un cierre de lujo - Helga no merecía menos - a una temporada sinfónica verdaderamente magnífica de principio a fin.