Ferran Garrido - Una pica en Flandes
La viga y la paja
«Una manifestación multitudinaria es una aberración contra la salud, comparaciones de uno y otro día aparte»
Última hora del coronavirus y las fases de la desescalada en la Comunidad Valenciana
No hay nada como el refranero español. Cuántas veces me han oído decir esto mis amigos incluso ustedes que, amigos o no, me leen en estas páginas. Es que sirve para todo y, con un poco de suerte, tiene la suficiente cintura para poner cada cosa en su sitio . Incluso a mí mismo, supongo, que en más de una ocasión me lo merezco con total seguridad.
De lo que no se me ha podido acusar nunca es de ver la paja en ojo ajeno y de no ver la viga en el propio. Miren que incluso me molesta plantear el asunto de hoy en estos términos. No tengo claro que es lo propio y lo ajeno en este tema, pero si sé que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y nunca mejor dicho.
Recuerdo el día de la Virgen de los Desamparados de este año. Desangelado, con perdón, y triste. Les remito a la lectura de mi artículo de este periódico, titulado “En honor a la verdad” , para ponerse al día.
La suerte y la casualidad, que caerle a uno la breva en la boca no es suerte poca, hizo que un servidor estuviera trabajando a las puertas de la Basílica en el momento de los hechos. Así que, nunca es triste la verdad , lo que no tiene es remedio, y lo que pasó, pasó, que no pasó nada, que yo lo vi y viví en vivo y en directo. Eso sí, no tardó en empezar una furibunda campañita contra las presuntas violaciones del confinamiento que nunca se produjeron, a cargo de quien ni estaba allí ni lo vio, como si las crónicas de una aglomeración inexistente estuvieran escritas de antemano buscando meter el dedo en un ojo ajeno donde nunca hubo ninguna paja que encontrar.
Nobleza obliga, así que antes de de cargar mi pluma con pólvora y ponerme a escribir a sangre y fuego, intenté parar lo que vi venir, más vale prevenir, y hablé con quien tenía que hablar, para evitar el desastre. Pero llegué tarde, aunque, sigo de refranes, más vale tarde que nunca.
Lo bueno de esto es que las imágenes cantan. Y las vimos todos. Tal vez la impulsividad innata, que tiene su valor, y las dificultades del momento en plena pandemia, llevaron a algunas autoridades municipales a precipitarse a la hora de publicar algún que otro mensaje en redes y hacer sonar palabras como denuncia, sanción, multa, multitud, invasión del templo, ocupación de la plaza… y lo que se hace con precipitación, nunca sale bien.
Al final, todo quedó en nada, pero eso sí, calumnia que algo queda, y todos aquellos que nunca se preocupan de leer, ver e informarse, siguieron con el run run de una cosa que nunca se produjo, empeñados en seguir colgando el sambenito de incívicos a los valencianos. Menos mal que, tal vez le llegaron mis buenas intenciones o mi artículo, el alcalde de Valencia zanjó la cuestión con otro mensaje en redes para poner las cosas en su sitio. Aún así muchos hicieron oídos sordos. Vale que consideraran las mías palabras necias, pero espero que no lo hicieran con las del alcalde.
Mi desilusión llegó de golpe. Otra foto, que no supera el filtro de la comparación objetiva, rompía mi fe en el comportamiento cívico del pueblo valenciano , fíjate tú. Bueno y en muchas más cosas, porque la famosa ley del embudo arrasa con los fundamentos más sólidos de todo aquello en lo que muchos hemos creído durante tanto tiempo. Bueno, no. Nunca voy a dejar de creer en mis principios, pero he perdido la capacidad de confiar en la sinceridad de actuaciones que, creía yo, también se regían por principios, aunque fueran otros. Pero veo que no.
Por principios saben los que me conocen que el primero en acudir a cualquier causa solidaria y de defensa de la justicia, es un servidor. La lucha contra todo aquello que afea, ensucia, corrompe y machaca los principio de justicia, igualdad y solidaridad siempre han sido el motor de mis actuaciones, bajo los parámetros de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por eso me he puesto tan cabezota con esto.
Me doy cuenta de que aún no les he dicho de qué les estoy hablando. No hace falta. Sólo con ver las fotos, sobra. Curioso, además, porque los hechos suceden en el mismo lugar. El domingo, una multitudinaria manifestación ocupaba la misma plaza . Mucha gente, nula distancia social y las normas de seguridad e higiene ante el peligro de contagio, por los aires.
¿Cómo estaba aquello de la pandemia, las UCIs, los respiradores, los test, el distanciamiento social y tal y tal?
¿Cómo estaba lo de los aplausos a los sanitarios que se han dejado la piel y la vida en esto?
¿Cómo estaba lo de las felicitaciones y homenajes a la Policía y Cuerpos de Seguridad, entre otros?
¿Cómo estaba lo de la prudencia y el comportamiento cívico?
Directamente, no estaba ¿verdad?
No puedo evitar, ante la masiva manifestación que, no solo en Valencia si no en muchos otros lugares se celebró el domingo, no puedo evitar, digo, sentir el clamoroso silencio de los que se lanzaron a crucificar a quien no había incurrido en ninguna de las faltas que ahora sí se han cometido. Que aún no se ha ido la pandemia, inconscientes.
Y detesto tener que plantear las cosas así en esta sociedad polarizada, histriónica y desfasada, que hoy abraza y mañana insulta, que ensalza y hunde a conveniencia. Pero ante lo que ayer pasó, en plena fase 2, con el bicho aún paseando y un rastro de 40.000 muertos, no tuvo nombre, y tal vez eché de menos los mensajes en las redes y los avisos de sanciones y denuncias . Lástima…
Y conste que la causa de la lucha contra el racismo es justa. Y la hice mía hace mucho tiempo. Pero no podemos jugar siempre a ver la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Ni es de justicia, ni hace honor a la verdad. Y, en plena pandemia, una manifestación multitudinaria es una aberración contra la salud, comparaciones de uno y otro día aparte.