Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Viento de poniente
«Ni corren buenos tiempos, ni soplan buenos vientos, pero es mejor vivir sin miedo»
Con este calor y con el pánico que me está dando el incremento en las cifras de contagios de COVID y la incidencia acumulada, por un lado, el incremento de los crímenes de odio por otro, y las nubes que se ciernen sobre el futuro de las pensiones de toda mi generación, no puedo evitar caer en la tentación de reeditarme a mí mismo y volver a publicar unas líneas que escribí en otro tiempo y en otro lugar, pero que con los termómetros a 40 grados me vienen que ni pintadas. Así que, si ya las leyeron una vez, no se escandalicen, y busquen nuevos matices en este texto.
Comienzo citando esas noticias, contagios, pensiones y crímenes porque sí, porque me tienen preocupado y porque la inspiración, y el miedo , tienen un precio y se ha de reconocer. Y porque llevan tres días reconcomiendo mis entrañas. En fin, al lío.
No puedo negar que detrás de esta mala leche que a veces destilan mis columnas, hay un trasfondo poético . Soy poeta, ya lo saben, y además concibo el periodismo como un género literario así que, a veces, me sale el verso en prosa cuando un sentimiento brota con la fuerza de un borbotón de sangre y supura por los entresijos de mis costuras.
Hoy ha sido un sentir muy fuerte, un tanto irracional y, tal vez, por eso más fuerte. Hoy, cuando me he levantado para abrir esa ventana que vuelca mi casa a la mar del Mediterráneo, he sentido el viento de poniente .
Ese viento capaz de arrastrar cualquier cosa que flote hasta lo más hondo. Y he sentido miedo . No me he atrevido a contárselo a Beatriz, pero le he hablado del viento de poniente mientras ella me aguantaba con paciencia.
El viento de poniente llega desde el interior. Recorre la meseta y se recalienta para abrasarnos en verano y helarnos las sangres y los huesos en invierno.
El viento de poniente alisa las aguas y recorta las olas hasta su mínima expresión aquí, en el Mediterráneo.
El viento de poniente convierte el aire en la transparencia irrespirable de un cristal limpio para dejarnos ver hasta los más pequeños detalles, desde lejos, de nuestros paisajes, desde muy lejos. Pero, a veces, me da miedo.
Si vuelve el tiempo del miedo lo hará con el viento de poniente, cuando llegue hasta la costa, después de recorrer montañas y vaguadas en su viaje.
Si vuelve el tiempo del miedo , miraremos hacia dentro esperando el zarpazo que desmonte nuestras ansias de ser libres, de vivir, de sufrir, de compartir nuestras ilusiones de jóvenes ahora maduradas por la edad.
Si vuelve el tiempo del miedo hemos de parar el viento, para que el miedo no nos arrastre, como el viento de poniente, en la mar, a lo más hondo, donde todo es azul marino, casi negro. Le pediré a mi amigo Paco, el marinero, que me enseñe a trastear las velas para saber parar estos vientos.
Las entretelas de nuestra chaqueta de paño marinera se estremecen cuando sopla el viento de poniente en invierno. Miramos la meseta desde abajo para saber de dónde viene ese viento.
El hecho de saber su procedencia no evita que todo lo trastoque para poner patas abajo este mundo de calma y sosiego que todos anhelamos para nuestro tiempo. Entonces es cuando sentimos frío, frío y miedo, aunque el viento de poniente despeje las sombras, nos arrastra hacia un vacío de silencios.
No sé odiar, pero odio ese viento para no perderme entre lamentos . Prefiero mirar al viento de poniente de frente, en este verano abrasador, que callar para que me arrase el miedo. Un repaso a las portadas de la prensa me induce a pensar que, ni corren buenos tiempos, ni soplan buenos vientos, pero es mejor vivir sin miedo.
Piensen en sus temores y pónganle al viento de poniente el nombre que prefieran. Pero en los próximos días pónganse a la sombra. Por si acaso.