Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Teletrabajo, preparados para sufrir
«Planteémoslo como una facilidad y un bien social y no como un nuevo método de explotación laboral»
«Mañana me levanto a las seis». «¡A las seis! ¿Media hora antes que cuando vas a la oficina?». «Cariño, la vida no me da. No me da. Yo teletrabajo que tú, con eso del ERTE…». Sé que mis amigos me van a matar, pero reproduzco un diálogo que han mantenido delante de mí. Bueno, de la cámara de sus respectivos ordenadores, que era el momento de nuestra merienda por videoconferencia. Y sé que me van a matar, porque voy a usar a mis amigos para reflejar, en las páginas de ABC, una situación real . Muy real.
Ella, a partir de ahora se llama Amparo, es administrativo de una gran empresa. Desde el principio de la pandemia, teletrabaja. Su empresa, grande, fue de las primeras en adoptar este moderno sistema que ha salvado muchos puestos de trabajo, cierto es, pero que está llevando al límite a mucha gente . Mucha. Especialmente mujeres con hijos en casa. Dispónganse a leer este artículo muy, muy deprisa, como con estrés. Vamos, sin respirar.
Pues eso. Levantarse a las seis. Abrir el ojo, fundamental para no caerse por las escaleras. Llegar a la cocina tras una visita al cuarto de baño. Seis y cuarto. Intentar abrir el ojo, ya digo, fundamental para no quemarse con la cafetera si has superado la prueba del descenso de escaleras. Empieza el estrés . Hay que preparar los desayunos. Tostadas y cafés con leche. Ojos aún cerrados en esos momentos de calma que le ofrece el hogar confinado.
Seis y media. Ojos abiertos, más o menos. Ponemos la mesa, que el peque se levanta a las siete. Este no teletrabaja, este «teleestudia» y con una agenda escolar que quita el hipo . Pobre. Así que todo ha de estar a punto para que el pequeño Alberto se ponga antes de las ocho con sus clases de gimnasia por ordenador, que parece Eva Nasarre el pobre. Pero eso será a las ocho. Antes hay que desayunar y, Armando, mi amigo, afectado por un ERTE, se tomará su café antes de meterse a su cuarto para dedicarse a sus cosas, después a sus paseos y, una vez a la semana ir a la compra, que estamos confinados. Pero Amparo teletrabaja… casi nada. Ocho menos cuarto. Hacer las camas… «Pero ¿dónde está este hombre?». Escondido en la ducha, tan ricamente.
Ocho en punto. Después de hora y media, varios intentos de abrir el ojo, y dejar la casa a punto, no llegues un minuto tarde al telefichaje que se enciende la lucecita roja del ordenador, y zasca. Ahora ya los ojos bien abiertos, que no se pueden cometer errores. «Bip, bip», mensaje. El jefe. «A las nueve, 'telereunión' con los de las delegaciones. Sin falta». Eso sí, hay que dejarse hecho todo lo que tenías previsto acabar a las 10 , que la reunión es a las nueve. Todo a punto. Llamada, «ring, ring» que su móvil suena a teléfono de los de antes. El coordinador de área. Que hay que sacar adelante las actas de ayer, que si no no podemos poner en marcha a los de Inspección. Hala, como si no hubiera reunión a las nueve y dejar a punto los documentos de las 10.
Las 10. Una mierda pintabas tú en esa reunión, que no iba contigo, pero que tu jefe quería que estuvieras. Una hora por el aire . Armando… qué dónde están sus camisetas de deporte, que se va a la salita a hacer ejercicio… «y a mí que me cuentas, cariño, estoy teletrabajando». Mientras Armando se va a la compra, la media hora de recreo de niño. Bocadillo. «No me gusta». Otro bocadillo. «Tampoco». «Pues fruta, hala». Vuelta al teletrabajo.
En nada, las 11. En la oficina era pausa para el café, ahora, como ya estás en casa, ni de coña . Sin parar hasta las dos. Eso sí, diez minutos para ver cómo va la comida, que Armando la ha puesto al fuego, pero luego se ha ido a hacer abdominales como si no hubiera un mañana. Las dos. Pausa. A comer. Antes poner la mesa. Sentarse. Se cierra el ojo. Abrir el ojo. El pequeñín, que si la traducción de inglés. Se te enfría la comida . Traduces. El teléfono. Tu jefe… «Pero ¿Este hombre no come?» Que hasta las tres no hay que volver al teletrabajo. Tres menos veinte, teletrabajando y esos 20 minutos de clavo, de postre. Zasca.
Tarde tonta. «Pero, ¿dónde está el jefe? Ya verás cariño, como me llama cinco minutos antes de que acabe la jornada. Encárgate del niño, que a esa hora estará con los deberes». Cinco y veinte de la tarde. El hombre de la casa se escaquea para sacar al perro a pasear , que el pobre ya tiene llagas en la pezuñitas. No ha paseado tanto en su puñetera vida. Ni el perro, ni Armando. El niño, que si lo de matemáticas… Cinco y veinticinco, al pelo para la rima, el teléfono. El jefe. Reunión con los coordinadores. Teleconferencia y nos dan las siete y media de la tarde… Ufffffffffffffffff.
Acabo de leer en Twitter un enlace de un informe de no sé qué experto, ahora brotan expertos como setas, que miedo me dan a mí los expertos, que dice que teletrabajar provoca dolores de espalda y, qué quieren que les diga, me he partido de risa. ¿De espalda? Si sólo fuera de espalada…
A modo de reflexión final. Conocí el teletrabajo en Noruega. Pero en España, no sé si se habrán dado cuenta, no somos noruegos. Así que planteemos el teletrabajo como una facilidad y un bien social y no como un nuevo método de explotación laboral. Ahí lo dejo por si lee este artículo el jefe de mi amiga. Suerte, Amparo.