Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Sinvergüenzas sin vergüenza
«En política la mejor forma de pedir perdón es la dimisión, por decencia, por vergüenza, pero para eso hay que tener vergüenza»
Da la sensación que mi inspiración se ha vestido de verde y le han salido antenitas, en forma de coronita. Llevo meses, tal vez más de un año, en los que sentarme delante del teclado es sinónimo de escribir del bicho, de la pandemia , del dolor, del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte.
Ya saben que nunca creí que de esta íbamos a salir mejores . Les remito a mi artículo «De luto por el coronavirus», escrito y publicado allá por el mes de abril del aciago año 2020 en ABC. Una «Pica en Flandes» por la que fui criticado hasta la saciedad por los que nos querían vender la blandura de la sensación de que esto lo íbamos a superar con aplausos. Y eso que mi fe en el género humano es como una montaña rusa, llena de toboganes, que va y viene…
Salí del hospital con la angustia puesta. Una vez más, y no era la primera vez. Parece que tengo un imán especial con las cifras chungas, las más chugas, de contagios y de muertos por coronavirus . Una vez más me puse ante la cámara de TVE para hundirles en la miseria de la realidad, ante la puerta de un hospital saturado, y ponerles los pelos de punta con un nuevo record de enfermos y fallecidos. Otra vez.
Siempre pensé que de algo sirve poner la verdad como escaparate. Que tal vez así nos concienciemos de la realidad para hacerle frente, aunque ya no sé qué pensar. No sé si es que ustedes pasan de todo, que se la trae al fresco la pandemia, o es que yo soy gilipollas y me lo tomo todo muy a pecho. No lo sé, pero lo que sí sé es que, de esta, no vamos a salir mejores…
Me espanta la gente que piensa que lo malo no es pecar si no que lo malo es que te pillen. Corruptos , son unos corruptos, y su comportamiento y esa corrupción es aplicable a muchos aspectos de la vida. Pero esta vez, esta vez me supera. Sobrepasa los límites de mi aguante y mi tolerancia, virtud entrenada en lides muy difíciles, se vuelve en hiel ante la presencia de los que se pasan el respeto a los demás por el forro de la bragueta.
Salí del hospital, espantado, y las voces de la radio me hablaban de personas que se habían colado en los turnos de vacunación contra el coronavirus. Y no eran cualquiera, eran responsables políticos, personas de esas que ocupan un cargo por obra y gracia de nuestros votos, y que ejercen el poder con actitudes pontificales, como si los demás fuéramos idiotas. Luego dicen que si no querían, que si era un desperdicio, que si cumplieron el protocolo, que si tal y que si cual, que si les llamaron… y yo les llamo sinvergüenzas .
Me dejé llevar por un impulso y empecé a pedir dimisiones a tuit en grito. Y la lista fue creciendo, y sigue creciendo. Y la desvergüenza se reparte por barrios, no distingue de colores ni de partidos, simplemente se extiende como una masa viscosa que impregna de asco nuestra vida cuando vemos sus caras de excusas penitentes y miramos de reojo a las UCI, a las plantas de los hospitales, a las colas de los Centros de Salud y a las residencias de ancianos. Luego va y resulta que unos dimiten, pocos, y otros no. Personajes .
No me gusta hacer tabla rasa ni tratar a todos por igual y la generalización es odiosa, pero que luego no me hablen de la desafección de muchos ciudadanos por la cosa pública. Ni me sirven las excusas. En política la mejor forma de pedir perdón es la dimisión , por decencia, por decoro, por vergüenza, pero claro, para eso hay que tener vergüenza. Y todos esos cargos públicos que se han puesto la vacuna por la cara, por el morro y por su cargo, son unos sinvergüenzas sin vergüenza .
Salí de recinto de hospital y busqué el refugio de la radio para evitar el cabreo. La voz de Luis Eduardo Aute me trajo las notas de «La belleza» y me dejé llevar mientras volvía a casa para que la náusea y la tristeza se tornaran en rabia. Apreté los dientes y se me saltaron las lágrimas.