Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Siempre quise ser como mi padre
«No todo vale si queremos, de una vez, vivir la igualdad desde la libertad y la tolerancia. Y sé que queda mucho por hacer y que en esta lucha hemos de ser contundentes»
Siempre quise ser como mi padre. Desde pequeño. Desde que tengo memoria. Desde siempre. Desde que un día, paseando junto al mar, me cogió de la mano para que una ola no me arrastrara entre la espuma. Tal vez sea ese uno de mis primeros recuerdos de niño y apenas tendría dos años.
Los recuerdos de la infancia nos acompañan siempre . Cuando son buenos, claro. Cuando son malos pasan al olvido de la memoria. O tal vez no. O tal vez sea mejor así, aunque he de decir que, en mi caso, esos recuerdos son buenos. Son muy buenos.
Mi padre era un gran hombre. Y no lo digo yo, que soy su hijo. Lo dice todo aquel que le conoció. En mi pueblo le quiere todo el mundo. Aún le quieren y hace ya más de cuatro años que nos dejó. Tal vez ha sido por eso, por todos los comentarios sobre él que aún me hacen por la calle, que ese sentimiento ha ido creciendo. Quiero ser como mi padre.
Era un hombre bueno. Muy bueno. Íntegro. Decente. Una buena persona que supo educarnos con un código de valores sencillo, pero tan claro, tan firme y a la vez tan abierto, que supo ayudarme a formar una personalidad que, aunque a veces no me aguanto ni yo, al menos deja claras cuatro o cinco cosas. Las importantes.
Mi padre me enseñó a ser tolerante . A entender que los demás tienen derecho a pensar de una manera distinta de la mía. Mi padre me enseñó a ser respetuoso y a tener claro que mi libertad se acaba allí donde empieza la de los demás. O no se acaba, si no que puede seguir adelante si es compartida con los demás.
Mi padre me enseñó que todos somos iguales. Mujeres y hombres. Blancos o negros. Creyentes o no, y me lo dijo mientras se miraba en su conciencia, de profunda raíz religiosa, y mientras me miraba a los ojos para que yo pudiera entender la mirada de una buena persona. Me enseñó a valorar a las personas por lo que son y no por lo que tienen, ni en la cartera ni entre las piernas.
Mi padre me enseñó a respetar en igualdad . Que mujeres y hombres hemos de caminar juntos y que, como él decía, tenemos el reto de luchar por un futuro en común y la obligación de compartirlo en igualdad y en libertad.
Una mañana, tal vez nuestro último paseo juntos, con el sol saliendo de las aguas de aquella mar, la misma mar que nos acompañaba cuando era niño, una vez más con las manos entrelazadas, me enseñó a ser libre en el respeto a la libertad de los demás con sus palabras sencillas que quedan, como aquellos recuerdos de niño, para siempre en mi memoria.
De todos modos, hoy sé, por desgracia, que no somos todos iguales. Que la brutalidad y la soberbia, de la mano de los bárbaros, nos han llevado con frecuencia por un camino abrupto, sembrado de lágrimas, de golpes, de desprecios y, que horror, de muertes. Y lo sé gracias a todos los valores que me enseñó mi padre. Por eso sé que, para acabar con todo eso, como en todo, no todo vale si queremos, de una vez, vivir la igualdad desde la libertad y la tolerancia. Y sé que queda mucho por hacer y que en esta lucha hemos de ser contundentes, pero también hemos de tener sensibilidad y aciertos para no ser contraproducentes. Se nota que a algunes, les falta costumbre.
Yo quiero ser como mi padre. Y como mi madre.