Ferran Garrido - Una pica en Flandes
El pegajoso olor de la corrupción
«Lo peor de todo es haber mantenido conversaciones con esos corruptos en las que algunos de ellos pontificaban contra la corrupción en proclamas políticas. Y daban lecciones de moral»
Tengo ya una edad y he visto casi de todo. Una vida dedicada al periodismo , y a otras cosas que no vienen a cuento, me ha dado la extraña posibilidad de contemplar la vida como espectador , con el privilegio aséptico de no ser protagonista de las cosas, para ser testigo . Es una sensación rara, no se crean, porque a veces es difícil guardar distancia.
La discusión sobre si el periodista debe o no debe tomar partido es vieja. Yo lo tengo claro, aunque cada vez es más delgada la línea roja que separa el periodismo de la propaganda. Les puedo asegurar que somos muchos los profesionales que nunca la hemos cruzado, aunque muchos de ustedes nos crucen la cara con comentarios y opiniones que suelen ser muy injustas. Y no se lo critico. Lo entiendo, porque visto desde fuera a menudo todo parece lo que no es.
Prefiero no ir de apóstol de nada y prefiero no pontificar. Con ustedes… con ustedes reflexiono en voz alta en las páginas de ABC porque la mayoría son de confianza y el resto, el resto al menos me permite pensar en voz alta que, todos sabemos, es la mejor forma de aclarar las ideas.
Les decía que tengo ya una edad y que he visto de todo. Afortunadamente he podido conservar esa fibra humana que no me deja acostumbrarme a ciertas cosas. Callo poco y eso me ayuda a mantener vivo el espíritu crítico y el pensamiento. Y el ojo, avizor.
Esta semana he tenido que tomar mucho bicarbonato (es un decir) y alguna que otra infusión de manzanilla y de tila. Esta semana nos ha vuelto a impregnar el pegajoso olor de la corrupción. Un hedor que nos llega desde Valencia, otra vez, y que en realidad nunca ha dejado de apestar, aunque la Comunitat dejara ya hace tiempo de ser portada por estas cosas.
Les doy mi palabra. No puedo soportarlo. Cada vez que salta un nuevo caso de corrupción o resucita uno antiguo con nuevos imputados, me repugna. Y me da igual de dónde venga el tufo y de qué cloaca salga.
De todas las corrupciones posibles, la corrupción del poder es la que más apesta y ofende. El poder se ejerce de muchas maneras. En política se ejerce desde los gobiernos, pero también desde la oposición. A veces, las conexiones de las tramas corruptas nos parecen extrañas, imposibles, hasta que nos damos de bruces con ellas. La corrupción política es la más pestilente porque se aprovecha de las circunstancias para llevarse el dinero a manos llenas. Ese dinero que aportan los ciudadanos para que todo funcione. Para que funcione el Estado. Para que funcione la Sanidad. Para que funcione la Educación. Para que funcione la Seguridad. Para que funcione la Justicia… Esa Justicia que de vez en cuando sienta en el banquillo a los corruptos para poner sus cuentas al día con todos nosotros, que somos los que ponemos el dinero que nos roban.
Esta semana he vuelto a sentir la fetidez de unos hechos que me ofenden de forma especial. Nunca he podido soportar a los abusones. Y no es de ahora. Siempre tuve atravesados a los grandullones que en el colegio lo solucionaban todo a la fuerza después de robarte el bocadillo del almuerzo. Son los mismos que ahora nos roban la pasta de los presupuestos. Es esa actitud prepotente que les da la sensación de poder hacer lo que les da la gana. Y no. Es que va a ser que no. A cada cerdo le llega siempre su San Martín. Siempre.
Les decía que esta semana se me ha quedado la peste pegada a la ropa. No es la primera vez que me pasa, pero hace tiempo que no tenía esa asquerosa sensación, repugnante tacto de una masa viscosa que todo lo envuelve. Nada peor que ver entre los detenidos, entre los imputados esos a los que eufemísticamente la ley llama investigados, como para disimular el aroma, nada peor digo que ver a gente que conoces. Ya no me atrevo a llamarles amigos, que la vergüenza es tanta que la náusea brota con sabor a hiel y a amargura.
Lo peor de todo es haber mantenido conversaciones con esos corruptos en las que algunos de ellos pontificaban contra la corrupción en proclamas políticas. Y daban lecciones de moral. Después me llega el reflujo de pensar que, tal vez, alguien les ha estado tapando para evitar las salpicaduras de las heces. Triste. Repugnante.
No voy a citar nombres porque están en boca de todos. Pero me viene a la cabeza aquella estrofa de la canción de mi querido Luis Eduardo Aute , el poeta que se nos fue, y que sigue poniéndome los pelos, y la conciencia, de punta.:
«Antes iban de profetas, ahora el éxito es su meta. M ercaderes, traficante s, más que náusea dan tristeza. No rozaron ni un instante… La belleza».
Es lo que hay. Les invito a que la tarareen y a que le pongan música.