Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Año Nuevo
«Las calles vacías de mi ciudad me traen la compañía de los que ya no están. El silencio me trae su recuerdo y este 2021 hay que recordar a miles»
Una guardia es una guardia . Las hay mejores y peores. Pero… una guardia es una guardia y hay que estar preparado para todo. Claro que, puestos a elegir, hay guardias muy especiales, de esas que, aunque no se lo crean apetece hacer. Por la fecha, más que nada. Me pueden llamar raro.
Primer día de enero. Año Nuevo . No me pongan cara de extrañeza cuando les diga que es de esas guardias que me gusta hacer. Se ha convertido en costumbre, porque ya son muchas y es que, en este oficio, no se para nunca. Como las farmacias, como los hornos, como las funerarias...
Te despiertas y te encuentras las carreteras vacías. Ni un alma. Cuando llegas a la ciudad, a primera hora del primer día del año del primer año de la nueva década, no hay nadie por la calle . Y me invade un sentimiento de placidez que de inmediato me impregna de culpabilidad, pero que me gusta.
Tal y como está el patio, a pesar de todos nuestros deseos de volver a los abrazos y a esas cosas que nos hacen un poco más humanos, algo de soledad higiénica, tanto física como mental, no viene mal . Además, las calles vacías de mi ciudad me traen la compañía de los que ya no están. El silencio me trae su recuerdo y este año hay que recordar a miles.
Las aceras silenciosas me devuelven, con el eco de las paredes de las casas dormidas, el sonido de mis pasos en medio del silencio atronador de la madrugada. Otros años, pienso, regresaba a casa a estas horas, con el smoking tarareando alguna de las últimas canciones de la fiesta y la pajarita torcida, como de lado, con esa chulería provocadora que a veces me acompaña. Otros años, porque esta vez mi bufanda solo canta melodías de silencio en este año raro en el que las campanadas me sorprendieron escribiendo la mejor de las novelas de amor de mi vida .
Y no está mal lo de guardar silencio. Bea me dice que hablo demasiado. Puede ser. Pobre, qué paciencia conmigo. La verdad es que sólo callo para tomar impulso, sabiendo que dar un paso atrás puede ser una táctica, pero que es de cobardes. Así que en el silencio afilo el lápiz, aunque hay veces que pesa. Pesa el lápiz y pesa el silencio.
En mi paseo urbano, atravieso una plaza llena de fotografías de los tiempos del silencio de la pandemia. De estos tiempos. Y me hacen meditar en la capacidad comunicativa del silencio , en la fuerza del trabajo, excepcional, de mis compañeros fotógrafos que saben ver lo que a los demás se nos escapa. Suelen ser gente de pocas palabras, pero con muchos valores. Sus imágenes, rotundas, me recuerdan una vez más a los que ya no están.
Este año se han ido muchos. En este primer día, durante la guardia, me enteraré de la muerte de un amigo que estaba ingresado en la UCI y del fallecimiento de la madre de alguien a quien aprecio mucho. Y sigo caminando mis calles, entre el frío, los recuerdos y el silencio. La ciudad sigue dormida y la vida sobrevive aletargada. Se os echa de menos. Ojalá estuvierais aquí .
Con el primer café de redacción nos llegan las cifras del parte de guerra del día. Esto no va bien, y lo sabemos, y se me quedan los ojos como platos y la boca como el túnel del metro al enterarme de la fiesta ilegal que un grupo de descerebrados celebra, sin parar y sin que nadie se lo impida, para convertirse en una de las noticias del día, mientras yo no puedo acercarme a ver a mi familia por imperativo legal y por pura responsabilidad. Ni a mi familia, ni a mis muertos .
Al final, acabaré el día informando en directo del estado de cosas en los hospitales, del número de personas contagiadas en las últimas 24 horas, de los ingresos, que son miles, y de los que están en la UCI, sin quitarme de la cabeza que uno de ellos era, hasta hace unas horas, un amigo mío. Pero la procesión va por dentro.
La jornada, al cerrar la redacción, acaba con la radio y con una canción de Van Morrison en mis oídos y entre los dientes, musitando versos de música en voz baja porque sé que, a pesar de vivir «días como estos», la vida sigue y acabaremos viendo la luz al final del túnel.