Ferran Garrido - Una pica en Flandes

El misterio del lago

«Ximo Puig anuncia un pacto para salvar la Albufera. Me voy a tomar la libertad de pedir un favor a todas las partes implicadas. Por el bien de todos, pónganselo fácil»

Una vez entorné los ojos para ver la puesta de sol. Buscaba los matices de belleza de la luz que marca la hora violeta, ese momento en el que el sol transforma el aire en la materia visible con la que se hacen las cosas mortales para transformar, por un instante, ese aire en luz y en vida.

Descubrí un camino de plata en el reflejo del sol sobre el agua. Un camino que me abrió la puerta del viaje hacia el sol de poniente en la hora del ocaso, cuando el agua huele a agua , el viento sabe a la paz de lentitud del tiempo y el sol te hace sentir el calor amable de la vida.

Creo que me enamoré de esas puestas de sol, de las tardes, de la paz y del agua. Y de esa calma. Y de un lago que posee un halo de magia y que alberga tanta luz y tanta vida.

Hace unos años, dos ya, tal vez tres, volví a ese lago una tarde para verlo con otros ojos. Ya no era el poeta el que respiraba versos de luz. Era el periodista el que pisaba lodos de barro, y problemas mal resueltos o, directamente, sin resolver. Y hacía preguntas.

La Albufera se muere . No es un juicio nada científico, es una percepción personal. Es fruto de mi afición a charlar y a escuchar a las personas. Llevo años por allí, enamorado del lago y hablando con todo aquel que esté dispuesto a perder un rato de su tiempo en contarme todo lo que sus habitantes saben de un entorno que cada día corre más peligro.

Es curioso que vivamos todos tan cerca y que sepamos todos tan poco. No sabemos lo profunda que es, lo frágil de esa lámina de agua que, en algunas zonas, apenas supera unos centímetros de espesor, la delicada situación de su equilibrio ecológico… No tenemos ni idea de lo difícil que es conjugar los intereses agrícolas con la protección del medio ambiente , la defensa de un modo de vida fundamental para nuestra economía con la preservación de la calidad del agua y ni de lejos entendemos lo complejo que es mantener el nivel hídrico entre las diferentes zonas del parque.

Imagen de la visita a la Albufera del presidente Ximo Puig junto al presidente de la Cofradía de pescadores de El Palmar MIKEL PONCE

No pretendo hoy dar un cursillo, nada de aburrir, pero sí quiero que reflexionemos en torno a la necesidad de una solución definitiva, de un plan que se ha anunciado esta semana y que urge convertirse en realidad. Lejos de una declaración de principios, ese futuro plan para salvar La Albufera de Valencia ha de pasar por varios retos . Superar la falta de agua. Eliminar los vertidos incontrolados y, si me permiten, los controlados, ampliar los colectores para evitar esos vertidos y, de una vez por todas emprender la que tal vez sea la más necesaria de las medidas: el dragado del lago.

El President Puig nos ha dicho esta semana que «salvar la Albufera es posible». Y no puedo estar más de acuerdo con él. Llevo años dale que te pego con el tema y viendo como se nos muere, poco a poco, aunque no lo parezca ante los ojos de los miles de turistas que la visitan para ver sus mágicas puestas de sol.

El jefe del Consell anuncia un pacto para salvar el lago. Aún no sabemos cómo será ni en qué se va a concretar, pero me voy a tomar la libertad de dar un consejo, tal vez pedir un favor, a todas las partes implicadas. Por el bien de todos, pónganselo fácil . Hay que salvar la Albufera y no sólo como un ecosistema imprescindible que está en peligro, sino como un patrimonio cultural irrenunciable para los valencianos que está en trance de desaparecer.

Pienso en el Mar Menor y tiemblo. Y pienso en las barbas de mi vecino antes de poner las mías en remojo. Y vuelvo a temblar. No quiero que La Albufera sea sólo un recuerdo en las pantallas de televisión o del cine , visto desde una barraca o un embarcadero, para nunca olvidar el misterio del lago.

Hay que salvar La Albufera. Si este lago se muere, nunca más entornaré los ojos para ver una puesta de sol y respirar ese aire de la tarde convertido, por obra del sol y del agua, en la vida del aire con que queda al pairo una vela latina.

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