Ferran Garrido - Una pica en Flandes

La inmunidad del rebaño

«Con lo que me gusta dar buenas noticias no me gustaría estar dentro de diez días, otra vez, en la puerta de un hospital bailando al son de una nueva ola»

Imagen tomada la pasada madrugada en Barcelona

Domingo por la mañana. Temprano. Voy al trabajo. Subo al coche. Pongo la radio y suena música. Escucho Europa, de Carlos Santana . Es el día de Europa. Música y noticias en la radio.

Me encanta dar buenas noticias. Mi cabeza va a mil. No para desde anoche. Esperaba el momento porque creía que el final del estado de alarma era una buena noticia.

Buenas noticias, de esas con final feliz. De las bonitas. Esas historias que me gustaría vivir en primera persona y que el periodismo, al menos, me deja vivir como espectador. Buenas noticias como la de José Antonio, un señor que ha vuelto a su vida después de 106 días ingresado en una UCI . Maldita pandemia, maldita pandemia, maldita…

Dejo de pensar en buenas noticias. Me doy cuenta de que, desde hace meses, muchos meses, la mayoría de lo que les cuento en los Telediarios son malas, muy malas noticias, aunque, de vez en cuando la pandemia nos da un respiro y les hablo de gente feliz que ha sido vacunada y de personas que superan la enfermedad. Pero siempre la COVID como telón de fondo.

Mi cabeza sigue a mil. En mi crónica de anoche puse una sonrisa al contar que se acababa el estado de alarma. Mísero de mí, infeliz. Bastaron unas horas para que se me agriara la sonrisa . Y el carácter. Pendiente como he estado de tanta mala noticia, de tantos y tantos muertos, de tanta enfermedad y tanto dolor, el estupor se instalaba en mis ojos cuando empecé a ver las imágenes que me llegaban desde muchos lugares de España.

Yo soy muy de la fiesta. Fíjense, valenciano y fallero de toda la vida. Qué les voy a contar. Y me encanta celebrar las cosas. Especialmente las buenas noticias. Pero lo de anoche no lo era . No lo es. Si el fin del estado de alarma fuera un paso adelante, lo sería. Si las celebraciones fueran de la mano de la cordura, también. Pero lo de anoche no fue fiesta que fue locura.

Mi cabeza sigue a mil. Recuerdo cuando creí que saldríamos reforzados de esto. Como sociedad, digo. Como personas. Y también recuerdo que dejé de creerlo. No sé exactamente cuándo. Pero anoche me acojoné. En realidad, el susto empezó por la tarde. Cubría una manifestación llenita de gente . Y muy apretadita. Pero, al llegar la media noche, las manifestaciones eran de otro tipo y la fiesta sin control se adueñaba de las calles de muchas de nuestras ciudades. Como si tal cosa.

La vacuna fue una buena noticia. Es una buena noticia. Nos acerca al final de toda esta pesadilla y nos da la llave para la ansiada inmunidad de rebaño. El término suena fatal, pero se dice así, oiga, yo qué quiere que le haga. Aunque me voy a dar el lujo de empeorarlo porque, después de ver cómo se comporta el personal, voy a empezar a hablar de inmunidad del rebaño, que no nos merecemos otra cosa.

Imagen tomada la pasada madrugada en Barcelona EFE

El final del estado de alarma también sería una buena noticia. Sin duda. Pero me da a mí que, utilización política del asunto aparte, no lo es . Y no lo es porque nos deja en un limbo difícil de administrar.

Sigo dándole vueltas a la cabeza y pienso en cuando creí que de esta íbamos a salir fortalecidos como Estado. Yo soy así. Creo en el Estado y en la necesidad de fortalecer las instituciones como instrumento para el bien común. Tampoco recuerdo cuándo fue, qué día, c uando dejé de creer en esa salida de fortaleza y empecé a pensar que una de las grandes víctimas de la pandemia, entiéndase bien lo que voy a decir, sería el Estado de las Autonomías. Y es que me da a mí la sensación que todo esto está poniendo a los pies de los caballos a más de un presidente autonómico que se está dejando la piel en la tarea de que todos salgamos adelante. Eso, muy a pesar de la soledad y de la indefensión jurídica en la que se pueden encontrar desde anoche con el final del estado de alarma. Especialmente después de ver cómo se comporta el rebaño.

No puedo dejar de pensar que el bicho sigue ahí fuera, o aquí dentro… yo que sé. Con lo que me gusta dar buenas noticias no me gustaría estar dentro de diez días, otra vez, en la puerta de un hospital bailando al son de una nueva ola.

Domingo por la mañana. Temprano. Llego al trabajo y sigue sonando la radio. Música y noticias. Suena el «Libre» de Nino Bravo , esa canción que nos habla de un joven asesinado al intentar cruzar el muro de Berlín. Europa, Europa… Y pienso en cómo ha cambiado el valor que le damos a la palabra libertad.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación