Ferran Garrido - Una pica en Flandes

La escalada del coronavirus

«Reaparecen calificativos de otros tiempos, en las Cortes, en la calle y en la prensa, que me hielan la sangre y el entendimiento»

Última hora del coronavirus y las fases de la desescalada en la Comunidad Valenciana

Imagen de una manifestación en Valencia contra la gestión del Gobierno

Más allá de la coña marinera de aficionados a la lingüística y de todas las consultas que en estos últimos días hemos hecho muchos en redes sociales a la Real Academia de la Lengua sobre el neologismo “desescalada” , palabro que no existe pero que la RAE ha aceptado de urgencia, con las prisas necesarias de la adopción urgente de un vocablo que nos brota y que se impone por la extensión de su uso, esta semana ha crecido en nuestras mentes la presencia de su contrario, que sí existe, y que significa muchas cosas. Esta vez la palabra escalada nos aparece con una de sus peores aplicaciones. Tal vez.

Más allá de la política, están, estamos las personas . Tal vez la mejor idea política sea aquella de “las personas primero”. Una formulación que no me disgusta sin perder de vista su base en la filosofía de Ortega que no excluye el interés humanista por el individuo de su pertenencia a una sociedad a la que no debe renunciar. Es la idea concreta de la persona, frente a la idea abstracta de la gente. Ya sé que últimamente mi querido Dani, que se dedica a la política, y yo, que me dedico al periodismo, hablamos mucho de filosofía. Tal vez sea lo más necesario en estos momentos.

Más allá de las ideas está el pensamiento . Gracias él hemos conseguido no destrozarnos los unos a los otros cuando las ideas se han interpuesto en el camino de la convivencia. Ideas, las hay de buenas y de malas, eso va a gustos, pero cuando se piensan con las tripas y no con la cabeza suelen llevarnos por el mal camino del enfrentamiento.

Más allá de la confrontación está la concordia. No les hablo del buenismo decimonónico que no conduce a ningún sitio. No. Les hablo de ese punto en el que las personas se sientan, hablan y acuerdan su futuro más allá de las mentiras, los engaños, la manipulación, lo intereses ocultos y la violencia.

Más allá de la violencia está la convivencia . Perdonen la rima, pero es así. La semana pasada despedimos a un gran artista. Ese genio de Genovés, que simbolizó en un abrazo todo el espíritu de paz y entendimiento que la reconciliación trajo a España en una época tan complicada como fue la transición. Su muerte revolvió mucho, para bien, el recuerdo del espíritu de concordia.

Más allá de la memoria está el recuerdo. Pero nadie, nadie ha pronunciado jamás el verbo recordar impunemente. Lo digo yo que, fíjense, soy un romántico que todavía cree en causas del siglo pasado, pero que no puedo evitar ver como se me ponen los pelos de punta cuando veo resurgir lo peor de algunos de esos recuerdos en sus más ásperas palabras.

Más allá de las palabras está el lenguaje. Y algunos lenguajes nunca deberían haber vuelto a nuestros pensamientos de la mano de las ideas de los violentos. En esta dinámica de echarnos la culpa los unos a los otros, tan nuestra, tan española, avanzamos por una senda que no nos conduce a ningún sitio. No todos son iguales y lo sé. Pero al final, cuando las responsabilidades se diluyen y la culpa ya no es culpa de nadie, sin ser culpa de todos, las consecuencias ya son inevitables. Cada vez que alguien saca del fondo del saco de la hiel el lenguaje guerracivilista que se sitúa por encima de las palabras, me doy cuenta de que no hemos aprendido nada de nuestra memoria, solo conservamos lo peor de nuestros peores recuerdos.

Más allá de la angustia está la vergüenza. Propia y ajena. Esta semana, tras la aparición de protestas en la calle, aparecen los reproches sobre quién tiene o no tiene el patrimonio y el derecho de la protesta. Lamentable. Aparecen las protestas en lugares donde no debían producirse. Condenable. Aparecen las contraprotestas con ataques violentos, navaja en mano en al menos un caso y algún que otro palo y guantazos en otro. Execrable. Volvemos a hablar, y no es inocente ni casual, de fascistas y antifascistas. Que mal. Un equipo de TVE recibe agresiones mientras hace su trabajo durante una cacerolada. Una periodista de ABC ve impedida su labor informativa por la Policía . Los escraches, que nunca me gustaron y siempre rechacé, toman como objetivo los domicilios privados de los políticos. Mal vamos. Ni me gustaban antes ni me gustan ahora. En el colmo del comportamiento antidemocrático, el portavoz de la cuarta fuerza política del Parlamento pone en la diana, foto incluida en redes, a un periodista mientras su líder, ministro del Gobierno de España, amenaza con extender los escraches a diestro y siniestro para defenderse de los que están haciendo a las puertas de su casa. Estupor ante la amenaza de un diputado de la oposición, en pleno desarrollo de un pleno parlamentario, a la portavoz del partido del gobierno. Reaparecen calificativos de otros tiempos, en las Cortes, en la calle y en la prensa, que me hielan la sangre y el entendimiento. Pactamos lo que sea con quien, seguramente nunca deberíamos haber pactado y vemos, ya a la luz, los desacuerdos de un gobierno en una innegable crisis mientras miro el arco parlamentario y no puedo dejar de pensar en que tal vez todo pudo ser distinto desde el principio, pero muchos no le pusieron interés. Antes, al contrario. Y me pregunto quién tiene interés en esta escalada tan violenta.

Más allá de todo esto está el día a día. El hoy. Y este fin de semana las manifestaciones de uno y otro signo se van a extender por toda nuestra geografía . Espero, el próximo lunes, no tener que recordar aquellos versos que don Antonio Machado escribió en 1912 y que eran toda una advertencia para quien quiso leerlos:

«Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón»

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