Ferran Garrido - Una pica en Flandes

Elogio y nostalgia de la concordia

«Mírense sus señorías en el espejo de su pueblo y reflexionen sobre su grado de responsabilidad en algunas de las cosas que están pasando»

Tengo la costumbre diaria de darme un paseo por las redes sociales. Una costumbre que acompaño por la del paseo matinal por las páginas de la prensa y por ese íntimo rato del afeitado y ducha acompañado por los informativos de la radio, sin olvidar mi cita diaria por los Telediarios y los servicios informativos de la televisión. En fin, sin ser ningún mérito especial, me considero una persona bien informada. Antes, incluso, más allá de la deformación profesional del periodista que quiere estar enterado de todo, era un ejercicio de civismo y ciudadanía muy relajante . Ahora voy de susto en susto, de sobresalto en sobresalto y de decepción en decepción.

Entre toda la oferta multimedia la que más me pone los pelos de punta es la de las redes sociales. Y Twitter se lleva la palma de lo que no debería suceder. Se ha convertido en un campo de batalla donde se libra una guerra sucia, zafia, burda y, qué quieren que les diga, bastante ordinaria. Es como un lodazal donde la mala educación sobrepasa los límites de lo tolerable. Ya sé que, de una u otra manera, todos formamos parte de ese juego. Y sé que me van a decir que yo mismo soy un animal de pico, tuitero empedernido. Pero claro, guardando las formas y la compostura, que siempre observo con exquisitez las normas de urbanidad y cortesía.

Al leer la noticia de que un senador ha tenido que denunciar ante la Policía Nacional amenazas de muerte en la red, viendo las lindezas que se les propinan a unos y otros líderes políticos, repasando el catálogo de insultos que se leen en esos mensajes cortos que, a veces, hieren como espadas, y comprobando todo el veneno que se destila en alguna intervenciones, me planteo varias cosas que comparto ahora, a modo de reflexión, a ver si entre todos paramos esta escalada de violencia verbal que llevo denunciando mucho tiempo. Por cierto, vaya por delante que me importa un cuerno el signo político, que todos sabemos que esto es política al más puro estilo de la navaja y el garrote, de las víctimas de esas agresiones verbales. Hoy es Mulet, otro día lo fueron y lo serán otros. Lo mismo me da. Y no, por ahí no.

Imagen de archivo de una persona mirando la tele mientras navega en Twitter ALEJANDRA ROSADO

Lo que no me da igual es el zafio perfil de los agresores y de la fauna variada que pasea sus impudicias violentas por la red. Ya sé, ya sé… ni todos son iguales, ni todos somos lo mismo. Lo sé. Lo malo es que la violencia, aunque no queramos, nos acaba poniendo a todos en el mismo nivel para rebozarnos entre el fango de esas heces verbales que algunos, muchos, cada día más, vierten en sus mensajes. Qué pena.

Miren, este camino es una senda de recorrido incierto que a lo largo de nuestra historia nos ha llevado a lo más profundo de nuestras cloacas patrias. No quiero yo recurrir a la memoria de aquellos grandes hombres que padecieron los horrísonos estertores de la violencia a lo largo de nuestra historia, pero me van a permitir que recurra a su recuerdo para hacerles reflexionar.

Lo que realmente me preocupa es si todo este estercolero tuitero no es más que un reflejo de la sociedad en la que vivimos , un argumento cruel que me llevaría a pensar que vivimos en las cloacas. Y quiero pensar, espero y deseo, que no sea así. Pero si así lo fuere, tal vez desde arriba, desde las esferas de poder de uno y otro color, debería rebajar un poquito la tensión, el nivel de crispación, la violencia verbal y, de paso, la tensión nerviosa. Mírense sus señorías en el espejo de su pueblo y reflexionen sobre su grado de responsabilidad en algunas de las cosas que están pasando.

Por cierto, estoy por renegar de una red social donde la figura del «hater», el que odia, está tan bien vista. Claro que, si me borro de Twitter por eso, no me va a quedar otro remedio que el de irme de España , esa amada red social que está tan llena de gentes cuajaditas de odio. Y eso… eso va a ser que no.

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