Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Coronavirus: 10.000 muertos, o más...
«Que no necesitamos salvapatrias, ni lutos, que necesitamos salvar vidas y que ya hablaremos después de economía»
La frialdad de las cifras a veces reduce a matemáticas la percepción de la realidad del número. Pero el número también es frío, aséptico o manejable, según, y a base de sumar acabamos por perder la noción de los sumandos de la suma para obtener el resultado que, a veces, se oculta detrás de esos mismos números.
El número, desde su concreción y su exactitud , desde su exacta concreción, esconde la realidad que hay detrás de la cifra, porque el número es anónimo, genérico y muy sufrido. Y de la estadística mejor ni hablamos, porque suelo perderme en los datos del tanto por ciento.
Nunca pensé que viviéramos una situación como esta. Bueno, en realidad creo que ni yo, ni nadie. Cuando nos levantamos por la mañana y leemos que en el mundo ya hay un millón de personas infectadas por el Coronavirus , esa cifra global nos da la dimensión de la realidad a la que pueden llegar los cálculos totales de esta pandemia que nos ha pillado a todos en pelotas para, a base de números, demostrarnos que en la hora de la verdad no somos más que una cifra. Y no debería ser así.
Siempre me he planteado qué hay después de la muerte . Y claro que hay, hay vida después de la muerte. Hay más amaneceres, hay más días, hay más fines de semana, hay más domingos, hay más veranos, hay más elecciones… pero para los muertos ya no . Para los muertos solo queda la esperanza en la luz de la eternidad de la memoria. Y el relato de la historia.
Detrás de la exactitud o ambigüedad de los números, los muertos tienen nombres y apellidos. Pero no tienen futuro y, por encima del relato de toda esta crisis, por encima del relato, está y estará siempre en nuestra memoria colectiva la lista con los nombres de los muertos. Esos muertos a los que la estadística reduce a un número, esos muertos que tienen nombres y apellidos, y familias . Que tienen hijos y muchos nietos.
Decía esta mañana un querido amigo, un periodista de esos que me hacen pensar de vez en cuando, que ya se pueden poner las pilas los políticos en aras del bien común porque si no tendrán que cerrar su chiringuito. Que no necesitamos salvapatrias, ni lutos, que necesitamos salvar vidas y que ya hablaremos después de economía. Me recuerda la promesa que me hice, al principio de todo esto, de no hablar de política hasta que todo acabe, aunque difiero en una cosa de mi amigo. Yo, al menos, con mis muertos, sí necesito el respeto que merece en luto.
Por eso, por ese respeto, por esa necesidad de salvar vidas, que nadie se dedique a sacar rédito político ni de su acierto ni de su incapacidad. Ni de los muertos. Los salvapatrias, como les llama mi amigo, no tiene color y están por todo el espectro político para tapar con palabrerías populistas la inutilidad de esas mismas palabras y sacar tajada. Pero ya no cuela, porque la realidad, aunque sea fría, está en los números. Y son demoledores, aunque no sean exactos. Y los muertos ya no tiene ideología. Están muertos.
10.000 son muchos muertos . Y, seguramente, a estas alturas ya serán más. El resto… el resto es literatura y, hablando de literatura, no hace falta llegar a un millón de muertos para que esto pase y los cipreses crean en Dios. Pero que nadie dude de que, cuando todo esto sea pasado y acabe el tiempo de silencio, llegará el día después.