Ferran Garrido - Una pica en Flandes
Calor
«A estas alturas ya habrán intuido dos cosas. Que hace un calor que mata y que me voy de vacaciones»
![Imagen de un termómetro tomada en el centro de Valencia](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2020/07/30/calor-valencia-kQMH--1248x698@abc.jpg)
Soy un inconformista irredento . Bea no para de decirme que me quejo por todo. Y tiene razón y mucha paciencia. Debe ser que con la edad me estoy volviendo un poco cascarrabias y que mi innato sentido crítico se ha puesto a sudar por todos mis poros sin freno ni medida. Espero que no lea este artículo, Bea digo, o si no se me va a venir arriba con lo de los quejidos y tal…
Estamos a 38 grados, o más. Me pone malo. En invierno seguramente me quejaré de que hace frío, de la humedad, y de que hay que ir corriendo a buscar los cuatro copos de nieve de una u otra comarca del interior para convertirlos en notica de primera plana. Fijo que entonces me quejaré del frío, aunque no me negarán que con la que está cayendo hoy estoy en mi derecho de echar de menos esos graditos bajo cero. Mucho, mucho, mucho…
Ayer, uno de mis queridos compañeros de «El Tiempo» se afanaba en explicarnos en pantalla la diferencia entre que haga mucho calor y que estemos en una ola de calor. Por puro afán de conocimiento científico puse toda la atención posible mientras una gota de sudor se paseaba entre mi espalda y el respaldo del sofá para deslizarse entre mis pensamientos y el termómetro. Con mirada lánguida y rostro sudoroso me levanté y fui directo a la ducha. Qué remedio.
La solución, en casa, pasa por el aire acondicionado . Pero no sé qué me pasa con esto del frío artificial que siempre acabo con dolor de cabeza. Así que no me queda otra que quejarme, para fastidio de la pobre Bea y para poner a prueba una vez más, su paciencia.
Derretido entre las sombras y sin atreverme a poner un pie al sol, espero con ansia ese momento mágico en el que los expertos en la materia anuncien un descenso de las temperaturas. Ese instante en el que la previsión apunta hacia temperaturas más suaves a partir de mañana. No me hagan caso al pie de la letra, que no, que no digo que bajen mañana. No. Que digo que espero ese momento con una refrescante sonrisa maliciosa . Y es que esa ya me la sé. Cuando anuncian a bombo y platillo que va a refrescar con un descenso de temperaturas notable, de tres o cuatro grados, para bajar de los 38 a los 34. Ya les digo, en ese momento una sensación de frescor imparable invade mis neuronas, que no mi cuerpo serrano, para pensar que en realidad me da igual al vapor que a la parrilla.
En el Mediterráneo somos mucho de “al vapor”. Es lo que hay. Esa sensación húmeda y pegajosa que nos envuelve todo el cuerpo para dejarnos más pringosos que una tira de papel de celo al sol, entre cocidos y al baño María. Claro, contamos con la ventaja de tener la mar a pocos metros de casa y eso, eso refresca mucho. Qué les voy a contar. Aunque eso de la playa tiene el inconveniente del trayecto de ida y vuelta que uno hace a pleno sol y acaba a la parrilla, de la arena ardiente que nos deja las plantas de los pies a la plancha, de la gotita de sudor que se nos escapa de la gorra para rodar con malicia hasta un ojo en el momento más inconveniente, en fin, lo que viene siendo un verano al sol.
![Imagen de un termómetro tomada en el centro de Valencia](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2020/07/30/calor-valencia-k6eD--510x349@abc.jpg)
Pese a mis quejas, “oh cielos, que horror, si ya lo decía yo”, he de confesarles que me encanta. Todo eso forma parte de nuestra vida veraniega para deleitarnos con un montón de pequeñas cosas a las que no podremos renunciar jamás, aunque el ocio nocturno a la fresca tenga que ser, necesariamente, más prudente y comedido.
Este año el verano pinta rarito, con una extraña sensación de mosqueo, con gente que no respeta la distancia de seguridad, con inconscientes que aún no se han dado cuenta de que las cosas han cambiado por pura supervivencia, que parece que no saben que hay que disfrutar de la vida de otra manera y que hemos de adaptarnos a vivir con mascarilla, aunque no nos guste y nos de mucho, mucho, mucho calor. Nunca pensé que tendría que bajar con la cara tapada a la playa, pero es lo que hay.
Hay cosas que no cambian, como el olor a bronceador de coco, que ya me explicarán porqué ha de oler a coco el bronceador, y los horteras que instalan el altavoz portátil, reguetón en ristre a toda castaña, o la espantosa música que, rato sí rato no, ponen los del chiringuito. Y no les digo nada de los que te pasan por encima, de ti y de tus toallas, para instalarse en primera línea. Es lo que hay, pero aun así adoro esos días de playa al sol de Mediterráneo .
A estas alturas ya habrán intuido dos cosas. Que hace un calor que mata y que me voy de vacaciones. No sé si voy a poder vivir sin ustedes. Igual de vez en cuando me da por escribirles una carta entre ola y ola, aunque las olas sean de calor.
38 grados, o más, que agosto se presenta calentito. Cuídense mucho y guarden las distancias.