Carlos Marzal - Hotel del universo
Fenómenos parabólicos
«El oficio de escribir, contado de forma sintética, consiste en mirar por la ventana y contar lo que uno ve»
El oficio de escribir, explicado de forma sintética, podríamos decir que consiste en mirar por la ventana, e ir contando lo que uno ve . No hay nada más rico que la ventana propia, la ventana de casa, de nuestra habitación, de nuestro despacho, de la cocina. Al otro lado de la ventana suele estar la calle, o el patio de luces; es decir, el mundo , la gente, con sus pasiones, con sus miserias y heroicidades, y desde nuestra ventana se alcanza a observar todo eso, a poco que uno mire bien, con ganas de ver .
La ventana, además, gracias al cristal, establece la distancia justa entre los acontecimientos y nuestra mirada. El cristal aparenta ser un elemento más de la carpintería, pero en realidad constituye un filtro moral, un cedazo del devenir. El cristal actúa como un preservativo ocular del escritor , y evita que nos contaminemos demasiado de las exterioridades, y que contaminemos más de la cuenta las exterioridades con nuestros prejuicios.
A un escritor debería bastarle, para toda su vida literaria útil, con tener una ventana. Si no comprende que allí mismo, al otro lado del cristal, suceden todas las epopeyas, todos los poemas líricos, todas las aventuras ultramarinas, todos los crímenes posibles, lo más probable es que no comprenda nada, de manera que debería dejar de mirar por la ventana y marcharse a dar un paseo, para dedicarse en el futuro inmediato a otro trabajo distinto.
Desde mi ventana veo antenas parabólicas, en las azoteas, en las fachadas traseras de las casas, en algún balcón. Las parabólicas en los balcones me recuerdan la ciudad de Argel, por una huella psíquica de fealdad urbanística que ha quedado grabada en mi memoria. En el centro de Argel, en los edificios más bonitos de inspiración francesa , con contraventanas mallorquinas pintadas de azul, cada balcón tiene instalado su enorme antena parabólica. El efecto visual es horrendo: el mal gusto ha enterrado bajo un bosque de antenas todo un barrio de excelente arquitectura.
Las parabólicas despiertan mi asombro. Tienen aspecto de bivalbo gigante huérfano y abierto por la mitad, una suerte de zamburiña pleistocénica que se ha adherido al mobiliario urbano y ya forma parte de él. Las parabólicas son al universo de las antenas lo que las redes de arrastre al de la pesca de la merluza: capturan todo lo que anda por ahí, en el aire, cualquier especie de onda despistada en el mar de las telecomunicaciones. Para los analfabetos tecnológicos, el hecho de que la realidad se deshaga en ondas, viaje a través del espacio y se reconstruya al otro lado del televisor no está nada claro . Las guerras, la actividad procreadora de los animales africanos, los discursos parlamentarios de apertura del año político, los partidos de béisbol, las películas porno, los informativos regionales, los concursos de comer hamburguesas: todo se disuelve en ondas electromagnéticas y se va de excursión por esos cielos de Dios, a la espera de que una antena parabólica lo succione, lo reconstruya y lo devuelva a la vida.
Y es que los fenómenos parabólicos son una variedad de los fenómenos paranormarles.