Ferran Garrido - Un pica en Flandes
Cotillas
«En toda cuadrilla de amigos siempre existe la figura del correveidile»
Hoy no les voy a hablar de política. O tal vez sí, no sé. Prometo hacerlo el domingo, pero hoy no. Hoy me van a permitir, con su proverbial amabilidad y tolerancia, que reflexione entorno a uno de nuestros deportes nacionales. El cotilleo . Y mira que nos gusta el “que dicen que dicen, que dicen que han dicho”.
Nos ponemos las botas con el festín de la difusión de rumores y chismes de todo tipo, especialmente si podemos, como de soslayo, como aquel que no quiere la cosa, apuñalar a la víctima, pero sin hacer mucha sangre. Solo pupita, pero de la que pica.
El cotilla, o la cotilla, que de todo hay, es un ser entrañable, imprescindible en nuestras vidas. Todo grupo humano que se precie tiene uno. O varios. En toda cuadrilla de amigos siempre existe la figura del correveidile, ese ser adorable que pierde el culo por revelar los chismes de sus amigos al resto de conocidos. Miren a su alrededor y díganme si no es verdad. “Yo no digo nada pero que sepas que dicen cada cosa por el pueblo…”
Cotilla, mirón, curioso, fisgón, alcahuete, celestina, trotaconventos, chismosa, correveidile, entrometido, metomentodo, murmuradora, enredoso, enredador, entremetida, metijón, curiosa, fisgón, indiscreta. Cotilla sin diferencia de género y el diccionario de la RAE es rico en sinónimos.
Eso sí, todos convergen en un comportamiento común. Es el momento cumbre del disfrute del chismoso. El “bocachanclismo”. Qué grande. Todos necesitamos un bocachancla en nuestras vidas . Más tarde o más temprano nos hará falta para difundir un infundio o para sacarle la piel a tiras cuando surja la ocasión.
A ver, bocachancla: “Dícese del individuo que hace comentarios a destiempo, que acarrean consecuencias negativas para el grupo en que se engloba o para otra persona”. De nuevo me remito a la RAE.
A ver, supongo que estarán pensando sobre el porqué de mi reflexión “cotillil” de hoy. La verdad es que nada especial, no se vayan a pensar. Solo un análisis del entorno en el que nos movemos que no deja de sorprenderme . Y me da igual que sea en el entorno social, plagadito de cotillas, en el mundo asociativo, ni les cuento, o en la política, donde el rumor es práctica obligada.
Tal vez, el cotilla, y a partir de ahora me paso al género neutro, necesita las vidas de los demás para poder tener algo de vida propia. Qué triste. Es cutre y casposo. Suelen ser personas de vida gris, corroídas y carcomidas por el germen de la envidia, que les lleva a desear ser lo que no son y que, al no poder conseguirlo, deciden destruir a base de mentiras y rumores a los que, a su alrededor, tienen una vida rica y cuajadita de éxito y felicidad. Es triste. Pero les da un puntito de diversión y, sobre todo, un minutito de gloria cuando muestran su falso conocimiento de la vida de los demás ante su audiencia que, generalmente, les desprecia no vaya a ser, oiga, que cualquier día de estos les despelleje a ellos.
El cotilla. O la cotilla. Adorable personaje que anima la reunión con su lengua afilada y suelta y con su verbo fácil, ameno y entretenido después de quemar todas sus energías en averiguarle la vida a los demás, sin contrastar fuentes y con el aderezo de un poquito de la sal de la imaginación tóxica y del veneno de la pimienta de la mentira y la invención, para luego volver a casa y enfrentarse a la triste realidad de su propia vida, si es que la tiene, porque estos individuos suelen ser amargados y tristes, vacíos de contenido vital y, miren ustedes por dónde, con algunos secretillos que les torturan la existencia. Qué cosas. Si se muerden la lengua se envenenan, pero si revisan su conciencia, también. Siempre habla el que más tiene que callar. Pobres. “Pabernosmatao”.
Insisto, miren a su entorno y los verán. Son lisonjeros, pelotas, aduladores, siempre están a mano cuando los poderosos los necesitan y siempre tienen la zancadilla y el empujón a punto para echar una manita a un amigo en dificultades. Eso sí, revestidos de un aura de bondad que deslumbra, empalaga y apesta al perfume barato de la lisonja.
A mí me dan mucha pena. Y es que hace mucho aprendí que valgo más por lo que callo que por lo que cuento. Aviso para navegantes. Pero en fin, cada cual es como es y no tiene remedio. No se piensen. Nadie nace sabiendo mentir. El cotilla no nace. Se hace.