La fiesta de la tomatina se inció en agosto de 1945, cuando en un desfile de gigantes y cabezudos unos jovenes cometieron la gamberrada de comenzar una guerra de tomates. Con los años, esta tradición se ha convertido en Fiesta de Interés Turístico Internacional y es reclamo para turistas llegados de Reino Unido, Francia, Australia, Japón o Rusia. A pesar de que los primeros años esta guerra de tomates fue prehibida, en 1957 la batalla se instauró oficialmente. Año a año la Tomatina ha crecido en participantes hasta llegar a los 45.00 en 2012, lo que llevó a convertirla en una fiesta de pago al año siguiente para reducir el aforo y dejarla en los actuales 22.000. La cifra de tomates ha crecido hasta los 160.000 kilos, casi 10.000 más que en 2015. Miles de enfervorizados e improvisados soldados de países de todo el mundo se han liado a tomatazos en esta multitudinaria batalla vegetal, más sensibilizada que nunca contra la violencia machista y homófoba. Ataviados con disfraces, ropa vieja, cascos hechos con sandía, pelucas y protegidos con gafas de bucear, los guerreros han paliado la espera de los camiones cargados con los tomates bajo un intenso bochorno. Han sido algo menos de sesenta minutos de locura colectiva y desenfreno con el particular armamento rojizo para esta incruenta batalla, que rememora la trifulca que varios jóvenes. Una gran pancarta de lucha contra la violencia machista ha presidido el recorrido en el que han ido haciendo su lenta aparición los siete camiones en el que los voluntarios han lanzado a los participantes tan refrescante arma arrojadiza con la que fastidiar a su vecino. Minutos antes de las once, la carcasa pirotécnica ha marcado el inicio de esta particular refriega, en la que un griterío ensordecedor en varios idiomas acompañaba al incesante fuego cruzado rojo de 160.000 kilos de tomate maduro que portaban siete camiones. Convertida en munición reciclable, el tomate no solo se lanza entero y chafado para que duela menos, como marcan las reglas de la fiesta, ya que los que hay que luego recogen en sus manos el jugo que inunda la calle, para lanzarlo también a diestro y siniestro y restregarlo por la piel de otros contendientes.