Ferran Garrido - UNA PICA EN FLANDES

Por mal camino

«Algo falla en una sociedad que ni sabe ni puede proteger a las mujeres de la prepotencia y el salvajismo de unos individuos»

Varias personas durante la concentración ante el ayuntamiento en repulsa por la agresión en Castellón EFE

Ser periodista en este mundo que no me gusta tiene, sin duda, efectos secundarios para mi salud. Al menos para mi salud mental. Cada vez es más frecuente que nos enfrentemos a noticias de esas que le revuelven las tripas al más pintado. Y a mí, me arden las entrañas.

No es la primera vez que me revuelvo, desde estas páginas, en contra de la violencia machista. Por desgracia no será la última, pero aún a riesgo de ser reiterativo no voy a dejar pasar ni un caso de violencia contra las mujeres sin denunciar, sin alzar la voz, sin expresar mi rechazo y sin reclamar justicia.

Esta semana hemos estado servidos de casos de violencia de género . Pero me van a permitir que me centre en la “presunta” violación en grupo de una menor durante las fiestas de Castellón. Y siento asco. Y mucha rabia. Y siento dolor en la garganta después de llevar años gritando y clamando por una actuación firme en contra de la violencia que se ejerce sobre las mujeres. Sea del tipo que sea.

Esta vez, mientras sigo muy de cerca la noticia, a pie de juzgado, quiero compartir una reflexión que me corroe por dentro. De los ocho detenidos en Castellón, acusados de agresión sexual, seis son menores de edad . Qué horror. Y la víctima también es menor de edad. Una joven a la que por obra de unos salvajes le ha cambiado, sin duda, la vida para siempre y a la que queda por delante un calvario de pruebas y declaraciones que acaba por convertir en un infierno su existencia. Siempre es igual.

Aún no sé en que acabará este caso. Sea como sea, para la víctima ya es una catástrofe y así lo hemos de interpretar. No hay ninguna otra lectura posible. Pero lo que sí sé es que algo falla en una sociedad que no es capaz de poner freno a esta lacra y que ni sabe ni puede proteger a las mujeres de la prepotencia y el salvajismo de unos individuos que creen estar por encima del bien y del mal y, lo que es peor, por encima de las mujeres y de su condición humana.

Hasta aquí, mi indignación de siempre. Una indignación que convierto en postura activa y militante, de rechazo y activismo contra el repugnante machismo que nos somete a todos, a todos, a una dictadura de comportamientos alterados y llenos de prejuicios en un camino agotador con destino a ninguna parte que ya dura demasiado tiempo.

A partir de aquí, mi indignación de hoy. Son menores. Menores. Legalmente niños como los que tenemos en casa. Niños que deberían ser niños, no delincuentes, ni agresores… ni violadores y, por supuesto, nunca deberían ser víctimas. Si la Justicia falla, al menos no debería fallar la Educación . Son dos de las patas fundamentales de este banco en el que se sustenta el Estado de Derecho, un estado a todas luces cojo si le fallan esas dos patas. Piénsenlo.

Hubo un tiempo en el que creí en las concentraciones de repulsa y los minutos de silencio, en el silencio como arma de la ciudadanía contra la violencia machista. Ya no. Ahora les conmino a la movilización. Y los ciudadanos tenemos instrumentos, en democracia, para hacernos oír y alzar la voz en esta lucha sin cuartel contra el machismo.

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