Cristina Seguí - EL CSEGUÍ

Los caganers del pesebre populista

«El PSC y el PSPV no recogen el espíritu de rebeldía político que les convierte en los antagónicos de Ferraz, sino en la esencia de su patología»

Pedro Sánchez y Ximo Puig, en Valencia ROBER SOLSONA

El caganer es esa figura ochocentista reivindicada por la mitología popular catalana y encargada de abonar en cuclillas el pesebre. Con el trasero en posición incitante y en clara actitud de indiferencia cósmica, a pesar de la liturgia espiritual del nacimiento. A la liturgia, y por temor a la tendencia escatológica del personaje, la esconden cada vez que conviene, relegándola a un segundo plano con tal de que no turbe el momento cuando el espectador se abandona a la idílica escena. Pero siempre encuentra su encaje conectando la trascendencia y la contingencia. Haciéndose valer en el terreno del beato y despertando la simpatía del pagano. Sobre todo, cuando el primero intenta apartarlo del pesebre para convertir la escena en un propósito más elevado.

Esa es la alegoría que mejor describiría la actual situación de las dos federaciones del PSOE que más vergüenza y rechazo provocan en las filas de Pedro Sánchez: Las del PSPV de Chimo Puig y el PSC de Miquel Iceta . En especial cada vez que intentan resolver la contingencia de un proyecto político terminal para volver a levantar el atrezzo de una opción política trascendente de aquí a al 26J. Los dos caganers en el panorama de Ferraz, a pesar de su impertinencia y osadía, son quienes mejor describen la situación del partido en su totalidad. La de la socialdemocracia española servida en el banquete carnal del populismo podemita y nacionalista. A pesar de sus públicas diferencias, Puig, Iceta y Sánchez llevan un año sentados en esa misma mesa. Sánchez pasivamente. Con la esperanza de que Iglesias, Oltra y demás púgiles del populismo decidan perdonarle apartando sus sobras para elegir otro bocado. Y Puig e Iceta, sorprendentemente, participando proactivamente de esos mismos pecados de la carne.

Mientras Sánchez matiza su suicidio pactista con Podemos y los independentistas con romanticismo y los ojos lánguidos del mártir que viene a salvarnos de una derecha neoliberal de la que no quedan ni los restos en el PP, Puig e Iceta, sus enconados enemigos, encuentran los motivos de su affaire con los de Iglesias y las mareas nacionalistas en algo bastante más prosaico: Su participación en el pesebre clientelar que el populismo nacionalista lleva décadas levantando mientras el PP y el PSOE, el conservadurismo y la socialdemocracia, permanecen de brazos cruzados y mirando exclusivamente a la meca de la política. A Madrid y al Congreso de los Diputados. Mientras asumen que España es sólo Madrid. Mientras negocian con condescendía el contento de los nacionalistas esperando que estos se conformen con algún despachito recóndito en la plaza de algún pequeño municipio, ellos se nutrían del alpiste y la principal tesis de Gramsci: Que el éxito del populismo no consiste en las estrategias de poder, sino en lograr adueñarse de la cultura y los medios de comunicación para construir el relato y difundirlo en exclusividad.

Yo no tengo ninguna duda de que el nacionalismo es la forma de populismo más fértil para lograrlo, ya que la única diferencia entre aquellos lugares en los que existe con respecto al resto de España donde no puede crecer estriba en que sólo allí existe una lengua covehicular, en cuyo nombre se crean entes públicos que engordan al albor del subsidio público de una forma opaca y clientelar. La cultura se interviene, se politiza y se utiliza con la excusa de fabricar una nueva realidad lingüística que resuelva un conflicto que sólo suscitan los nacionalistas. Una neolengua en cuyo nombre se deconstruyen libertades. Una forma excelente de crear amigos y enemigos. De construir al pueblo y al no pueblo. De erigir a los intelectuales dueños de la verdad y a los amotinados conspiranoicos. Como decía Carl Schmidt: “Lo político puede extraer su fuerza de los ámbitos más diversos de la vida humana, de antagonismos religiosos, económicos, culturales, morales, etc. Por sí mismo lo político no acota un campo propio de la realidad, sino sólo un cierto grado de intensidad de la asociación o disociación de hombres…”

Y cuanta más división, más posibilidad de mercantilización . El PSC y el PSPV no recogen en modo alguno el espíritu de rebeldía político que les convierte en los antagónicos de Ferraz, sino en la esencia de su patología. El populismo de doble naturaleza lo sostiene y retroalimenta. Y no es una cuestión baladí que tanto el PSOE valenciano como el catalán exijan más autonomía a Ferraz. Ni que Iceta se manifieste junto a las CUP y ERC contra el Tribunal Constitucional. Ni que Puig prefiera sufragar los aquelarres independentistas en la Comunidad Valenciana antes que asistir a un acto de campaña de Pedro Sánchez organizado por la sede de Blanqueríes. Tanto ellos como sus familias comen de los medios y canales públicos construidos por los nacionalistas. Son los caganers del pesebre populista.

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