Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Sacar, otra vez, la lengua

«Sacar la lengua demuestra que el 'cahier de doléances' nacionalista -'memorial de greuges' en vernáculo- exhibe la luz roja de la reserva: se agota la gasolina propagandística»

Cartel en una escuela de Cataluña reivindicando que el catalán sea la única lengua en las aulas INÉS BAUCELLS

Sergi Doria

Después del «Espanya ens roba», el plan Pond's república en dieciocho meses, las urnas de cartón de 'Astut' Mas, las concentraciones norcoreanas de ANC y Òmnium… Del libro blanco para la Transición Nacional: ¿dónde para Viver Pi-Sunyer? De las leyes de desconexión de 2017. De la independencia en forma de república de ocho segundos. Del referéndum ilegal del 1-O. Del paro de país. Del 155 (todo funcionaba igual que cuando parecía que funcionaba). Después de las violencias del Tsunami, los CDR y la guerrilla pirómana. De las machadas contra el Estado de Torra y Buch en la pandemia y el malasombra choteo -«de Madrid al cielo»- de Ponsatí. Después de tanta ocupación del espacio público, 'lazismo' ubicuo y pancartas de Torra Ratafía… Del indulto, la petición de la amnistía -«fem-nos lliures»- y la autodeterminación como programa hacia ninguna parte.

Después de todo eso… La cuota catalana en Netflix y el eterno banderín de enganche cuando ya no queda nada más qué decir: el catalán agoniza tras cuarenta años de inmersión lingüística (anteayer era «la crónica de un éxito»).

Sacar la lengua demuestra que el 'cahier de doléances' nacionalista -'memorial de greuges' en vernáculo- exhibe la luz roja de la reserva: se agota la gasolina propagandística. Aseguraban en Esquerra que el independentismo podía vivirse también en castellano, aunque la Inquisición Koiné de la imputada Borràs y las consejeras de Cultura Vilallonga y Ponsa reiteran que el catalán es la única lengua propia de Cataluña: el castellano, lengua por tanto impropia, habrá que hablarlo en la intimidad como aconsejaba el franquismo de posguerra al referirse al catalán.

Como esto es cuento largo titulé otro Spectator 'Dices Cultura y te sacan la lengua'. La laqueada Vilallonga oía «demasiado castellano» en TV3 y en el Parlament. Frente al bilingüismo, el nacionalismo blande siempre las trescientas lenguas que se hablan en Barcelona. El castellano es una más, como el urdú o el suajili: «Aquí no se discrimina a nadie ni por hablar en castellano ni en suajili», afirmaba Ponsa 'la Breve'. Frente a la derrota: «La república no existe, idiota» (al Consell per la República no lo votan ni los inscritos, Puigdemont). Frente a la desmovilización social: la consigna es sacar la lengua. De eso se encargan las cuadrillas de propaganda habituales y los rectores de las universidades públicas que portan flores en la Diada.

Baltasar Porcel, poco sospechoso de anticatalanismo, me dijo que las lecturas obligatorias de literatura catalana eran tan insulsas que era lógico que los estudiantes se pasaran al castellano al salir de clase. El patio como refugio de la espontaneidad bilingüe acechada por Plataforma per la Llengua y el plan de la Generalitat que, con la complicidad de los rectores orgánicos y florales, impone un 80 por ciento de clases en catalán.

El invento vulnera el artículo 35.5 del Estatuto de Autonomía, informa Esther Armora: «El profesorado y alumnado de los centros universitarios tienen el derecho a expresarse oralmente y por escrito en la lengua oficial que elijan». También contradice el artículo 22 de la Ley de Política Lingüística: «Apunta exactamente lo mismo que la norma institucional de Cataluña».

La mitad de los centros educativos catalanes no redacta en castellano la programación de las asignaturas. La Generalitat ha incumplido las sentencias que le conminan a programar en castellano una cuarta parte del currículo escolar.

Querían una República y les ha salido una comarca. Han conseguido que el catalán sea tan antipático -'La lengua antipática' titulé una Tercera del 20 de septiembre- como lo fue el castellano en el franquismo. Marzo de 1975. Dieciocho concejales -casi todos con ocho apellidos catalanes- votan no a una dotación de cincuenta millones de pesetas para la enseñanza del catalán. Los dieciocho, alguno futuro convergente, copan las portadas de la prensa y encienden la indignación de las asociaciones de vecinos.

En 1975, el catalán se aprendía en inhóspitos suburbios de la inmigración; sonaba a Espriu, Rodoreda y Salvat-Papasseit; a Serrat y Sisa; al fino humor de Capri, las chacotas de La Trinca y al 'mig amic' de Peret.

Con el Régimen se identificaba el castellano con la lengua de los 'grises'; el abúlico funcionario que exigía una póliza más; el chulesco «usted no sabe con quién está hablando»; la autoridad gubernativa que prohibía recitales de Llach o Raimon y los expedientes censores.

Año 2021. El catalán decae por su institucionalización coercitiva. Lengua de madera de trepas con carné (nacionalista) en la boca; de eslóganes fantasmones; de los misales andorranos de los Pujol-Ferrusola; de chistosos del odio con nómina en la radiotelevisión autonómica. De la portavoz que insulta a un periodista por cumplir con la sagrada obligación de tocarle las narices.

Las lenguas son un instrumento de comunicación que se adultera cuando connota una ideología excluyente. El desprestigio del catalán lo han cebado sus presuntos defensores.

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